Había ido a pasar el día a Ávila con mi familia. En el
tradicional paseo junto a las murallas, y en vista del calor que hacía, todos
se sentaron en un banco a la sombra, pero yo no podía estarme quieto (ya lo
estaré cuando me muera) y me fui a dar un pequeño paseo por aquél parque, sin
perder de vista al grupo familiar. Según volvía, pasé junto a un pedestal
coronado por un busto de un conocido personaje. Tratándose de Ávila podía haber
sido Santa Teresa de Jesús o Adolfo Suárez, pero no, no era ninguno de ellos
sino alguien que dudo que tuviese alguna relación con Ávila. Debo decir que me
di cuenta de quién era sin hacer ningún gesto que denotase que estaba mirando
la placa que lo identificaba, por lo que nadie que me hubiera visto pasar junto
a él hubiera pensado que “había leído de quién se trataba”; y sin embargo sí
que me había dado cuenta aunque en aquél momento no le di mayor importancia.
Cuando regresé junto al grupo familiar, mi hija me preguntó
“¿has visto quién era ese de la estatua?”. Y entonces le respondí con
naturalidad: “Sí, es Rubén Darío”. Pero fue, entonces, al pronunciar yo
aquellas palabras, cuando me recorrió un escalofrío y me di cuenta que alguien
allá arriba debía estar partiéndose de risa por haber provocado tan insólita
coincidencia.
¿Qué coincidencia? se preguntará el lector. Pues una
realmente sorprendente: justo al día siguiente yo tenía una reunión personal,
privada y muy muy especial (no revelaré qué clase de encuentro porque es algo
de ámbito privado, pero sí que se trataba de un encuentro completamente inusual)
justo al lado de la boca de metro de... ¡Rubén Darío! (Y, por supuesto, no
puede hablarse de que esa zona sea un lugar común en mi vida, ya que nunca he
ido allí y sólo he pasado en coche por la zona alguna que otra vez, por lo que
en absoluto forma parte de mi vida habitual).
1 comentario:
Coincidencias...como si vas pensando en alguien y justo te lo encuentras.
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