En estos días, cuando el juicio al médico que atendió a Michael Jackson acapara muchos espacios informativos, un medicamento sale a la luz: propofol. Y cuando se pronuncia este nombre no puedo dejar de esbozar la mejor de mis sonrisas. No me extraña que Jackson se enganchara, porque yo tuve la ocasión de probarlo varias veces y la experiencia fue maravillosa. En aquella época yo conocía bien esa sustancia, puesto que era del laboratorio en el que trabajaba. Su nombre comercial era Diprivan y había revolucionado la historia de la anestesia: adiós a las náuseas y los vómitos, al despertar desagradable de las anestesias; con Diprivan aquellos momentos siempre temidos se transformaban en algo muy placentero.
Cuando me estaban preparando para la operación le pregunté al anestesista con qué me iban a anestesiar. Se quedó sorprendido ante mi pregunta, así que le expliqué que yo trabajaba en AstraZéneca y teníamos el mejor anestésico del mundo, el Diprivan. Entonces él sonrió y me señaló unas cajas: sí, allí estaban preparadas para mí las cajitas de verdes de Diprivan.
Cuando comenzó a caer por el gotero, en apenas unos segundos se desvaneció mi consciencia, de una forma tan suave y rápida que no me molestó en absoluto. Después, cuando desperté, recuerdo que el médico estaba pendiente de mí y me preguntó qué tal estaba. Sólo habían pasado dos segundos desde que había abierto los ojos y le contesté que me sentía mejor que nunca. En efecto, una sensación enorme de alegría me invadía, tenía ganas de hablar, de gastar bromas, tenía la cabeza perfectamente despejada y lúcida. Tanto es así, que enseguida me llevaron a la habitación y lo primero que hice fue pedir que encendieran la televisión porque iban a retransmitir un partido de fútbol y no quería perdérmelo. Y así fue; con el propofol todavía corriendo por mis venas disfruté como nuca de la televisión y con una alegría tremenda me dije que siempre que tuviese que volver a pasar por un quirófano pediría que me anestesiaran con él.
Aquella experiencia se repitió años más tarde y debo reconocer que fue igual de satisfactoria. Ahora ya no existe el Diprivan sino sólo propofol genérico. Aunque no tenga el sabor de marca original de aquél magnífico avance de la Medicina que yo pude disfrutar, espero que pueda seguir brindando alegres despertares a todos aquellos que pasen por el quirófano. Como en aquél famoso anuncio de La Casera... ¡si no hay propofol, no me opero!
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