A nadie, ni siquiera a los niños ni a los tontos ni a los moribundos ni a los cornudos, a nadie se le debe mentir ni conducir nunca a engaño. La verdad debería ser la premisa fundamental de nuestras vidas, la verdad dicha con amor, con ternura, con delicadeza. Al principio resultaría chocante pero a poco que lo intentásemos todos lo acabaríamos agradeciendo.
Hecha esta introducción queda clara mi postura de no engañar a los niños con esta historia de los Reyes Magos, pero esto no significa que no deba conmemorarse aquella visita histórica con regalos al niño Jesús repitiendo todos nosotros lo mismo. La ilusión no se pierde. Al niño siempre le harán ilusión los regalos. Seguirá escribiendo la carta, pero ya no será una carta interminable e imposible (a la que luego sigue la decepción) sino una carta “razonable” en función de cómo vea el niño el presupuesto y nivel de vida de su familia. Esos regalos, que comprarán los padres y mantendrán guardados, seguirán estando ocultos para los niños hasta el día 6 de enero en que por fin descubrirán las sorpresas (igual que cualquiera compra un regalo de cumpleaños para alguien y no se lo entrega hasta el día señalado).
Con este proceder, se conseguiría: (1) educar a los hijos en el valor de la verdad; (2) evitarles la desilusión de descubrir un engaño; (3) hacerles partícipes de las posibilidades económicas reales que tiene cada familia; (4) mantener vivo el recuerdo de que hace 2011 años nació Jesús; (5) llenarles esos días de ilusión con la ansiada espera para descubrir sus regalos el día 6 de enero.
Ya va siendo hora de cambiar muchas cosas y "la verdad" lleva ya demasiado tiempo apartada de nuestras vidas.
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