martes, 10 de mayo de 2022

Morder para no ser mordido

(AZprensa) Cuando dos animales salvajes se enfrentan en su lucha por la supervivencia, la clave está en comer y no ser comido, en morder y matar a la presa antes que esta te muerda a ti y te conviertas tú es su presa. En la civilización moderna nos lo dan todo hecho y lo que nos sirven ya está muerto e incluso cocinado, por lo que sólo hay que morderlo para saborearlo. Pero ¿has tenido alguna vez la necesidad de morder a tu presa antes que esta te muerda a ti? Seguro que no, pero algunos sí que se han visto en esa tesitura. Esta es la historia.
 
Las aventuras de nuestro compañero Luis García por países exóticos servían para amenizar nuestros ratos de descanso durante el trabajo. De su viaje a la India nos contó que una vez llegaron a un poblado y poco después vieron cómo el jefe del poblado dabas unas órdenes que no entendieron, pero sí que vieron cómo tres personas asentían con reverencia las palabras de quien les mandaba y al poco salían corriendo del poblado.
 
No se les volvió a ver en todo el día y al llegar la noche y la hora de la cena, invitaron a Luis y sus acompañantes a la cena. Para ello se había dispuesto en una choza una estera en el suelo y sobre ella diversos cuencos, unos con puré de no se sabe qué, otro con algunos frutos, otros con unas hierbas que se suponía eran comestibles… y un recipiente de madera más hondo pero que no tenía nada. Ese recipiente parecía ser el plato principal de la cena… aunque de momento no había nada en su interior.
 
Ya estaban todos sentados en el suelo alrededor de la estera con todos los “manjares” pero nadie comenzaba a cenar. Echando cuentas, comprendieron que faltaban las tres personas que habían salido esa mañana a no se sabe qué y parecía que, por cortesía, los estaban esperando.
 
Al cabo de un rato alguien gritó y dio la voz de alerta: ¡Ya llegaban los tres emisarios! Cuando entraron en la choza fueron recibidos con desbordada alegría, sobre todo cuando ellos mostraron una bolsa que parecía contener una buena cantidad de algo, sin duda aquello que habían ido a buscar para cenar y que les había costado todo un día de trabajo.
 
Le dieron la bolsa al jefe y este, todo orgulloso, dijo algo a nuestros invitados que estos no entendieron, pero que reflejaba la importancia que daba al contenido de esa bolsa que habían traído como homenaje a los visitantes. Abrió la bolsa y echó el contenido en el cuenco de madera. ¡Cuál no sería la sorpresa de Luis y sus amigos cuando vieron que lo que allí echaba eran escarabajos vivos!
 
El que les servía de intérprete les explicó que ese era un manjar muy difícil de conseguir y que había costado todo un día de trabajo a tres hombres de aquél poblado, y todo eso lo habían hecho en honor de los invitados, así que no se podía hacer el feo de no comerlos. Luis y sus amigos sudaron tinta pero comprendieron que estaban obligados a comer algunos de esos escarabajos y además darles las gracias a sus anfitriones.
 
Como invitados de honor que eran, debían ser ellos los primeros que degustasen ese manjar, así que Luis, con la mano temblorosa cogió un escarabajo y se lo llevó a la boca. “Stop!”, gritó el intérprete, mientras los demás miraban con cara de susto cómo Luis estaba a punto de meterse el escarabajo en la boca. El intérprete le explicó cómo debía comerse: “Primero tienes que matarlo de un mordisco y luego ya te lo puedes comer, porque si te lo metes vivo en la boca, será él el que te muerda”.
 
Y así fue cómo mi amigo Luis tuvo que convertirse en depredador para no verse transformado en presa.


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