Seguro que
alguna vez has puesto cara de desagrado ante el plato que te servían y has
dicho eso de “esta comida es una mierda”; pero ¿te has parado a pensar que la
mierda sí puede ser una comida? No, no estoy hablando de bacterias ni de moscas
u otros insectos. Esta historia es real y tal como me la contaron os la cuento…
Luis García
era un compañero de trabajo al que le gustaba mucho viajar a países exóticos.
En una ocasión nos contó algunas de las divertidas anécdotas que le pasaron
durante un viaje a la India. Fueron a visitar un pequeño poblado en donde
recibieron los agasajos de sus humildes moradores, pero en esto que sintió la
urgente necesidad de ir al servicio. ¿Al servicio? ¿A qué servicio? Aquello
eran cuatro chozas en mitad de la selva. ¿Cómo hacían allí cuando apretaba la
necesidad?
Tras
explicar, más por señas que en inglés, qué era lo que necesitaba, le indicaron
que se subiese a lo alto de una torreta, en donde había una caseta en donde
podría hacer sus necesidades. A Luis le extrañó ese extraño WC situado a varios
metros de altura sobre el suelo, pero como la necesidad era la que mandaba,
subió por la escalera hasta la pequeña caseta situada allí en lo alto. Dentro
de la caseta sólo había un agujero en el suelo, por donde se suponía que debía
echar sus excrementos. Miró por el agujero y debajo de él sólo vio el suelo, lo
cual le extrañó porque si la gente hacía allí sus necesidades, lo lógico era
que el suelo estuviese lleno de eso… pero no, sólo se veía la tierra del suelo.
Por un momento pensó que le estaban gastando una broma, pero no era cosa de
seguir aguantándose las ganas para bajar y pedir explicaciones. Como, al menos
allí dentro de esa caseta, había intimidad, se bajó los pantalones y
calzoncillos, apuntó hacia el agujero y comenzó la faena.
Apenas si
había expulsado el primer chorizo cuando se escuchó un tremendo alboroto,
carreras, gritos, gruñidos… No sabía qué estaba pasado allí abajo pero lo
primero era lo primero así que terminó de hacer sus necesidades lo más
rápidamente que pudo, salió de la caseta y comenzó a bajar la escalera, pero a
medio camino se detuvo al contemplar el espectáculo que había justo debajo:
varios cerdos se peleaban entre sí para comerse los chorizos que había soltado
desde arriba. Tanta era el hambre en aquella zona que hasta la mierda humana
les parecía un manjar a los cerdos. Después le explicaron que la razón de poner
la caseta allí arriba era precisamente para evitar que los cerdos, por el ansia
de comer, se abalanzasen sobre ti cuando en cuanto viesen que te bajabas los
pantalones. Creo que quedó tan impresionado que durante muchos días después
siguió mirando a todas partes cada vez que iba a hacer caca, por si pudiese
haber algún cerdo cerca… aunque estuviese en una habitación de hotel en la
ciudad.
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