martes, 3 de mayo de 2022

¡Agua va!

No hay que remontarse 2.500 años antes de Cristo, a la época de la Grecia clásica, para encontrar casas sin agua corriente, calles de tierra y ausencia de alcantarillado. Todo esto existía en España, incluso en Madrid capital, en la década de los 60. Por entonces, y en tales barrios, la gente solía tirar el agua sucia a la calle sin más contemplaciones que gritar “¡Agua va!” para que se apartasen los viandantes. Tal costumbre acarreaba consecuencias no deseadas. Esta es la historia de lo que pasó y de sus consecuencias…
 
La farmacia de mi padre estaba en el barrio de Palomeras, en el extrarradio de Madrid. Tan pobre era aquella zona que las calles ni siquiera tenían nombre, sólo números. La suya era la calle “Cuatro”. El suelo era de tierra y no había aceras. A cada lado, casas bajas individuales, algunas con agua corriente, otras no. Y allí al final, estaba la farmacia. Cada día tenía que hacer mi padre ese recorrido y alguna que otra vez escuchaba ese grito de “¡Agua va!” y se paraba para que no le cayese encima el agua sucia que lanzaban con un cubo hasta el centro de la calle. Pero el oído no era el punto fuerte de mi padre, así que una vez no lo escuchó bien y le cayó toda el agua sucia encima.
 
Cuando llegó a casa contó lo que le había sucedido y yo estaba presente. Ya se sabe que los niños son una esponja y absorben todo lo que ven y escuchan aunque no nos demos cuenta. Total, que aquél niño que era yo interpretó que era una cosa normal eso de tirar cubos de agua sucia a la calle y así lo archivé en mi memoria.
 
Semanas más tarde (o quizás fueron meses más tarde) se murió Cleo, el pez rojo que con tanto mimo cuidaba en su pecera de cristal. ¿Qué hacer con él? Me vino entonces a la memoria la costumbre que tenían los mayores del “¡Agua va!” así que ni corto ni perezoso me fui a la terraza y grité “¡Agua va!” al tiempo que lanzaba toda el agua de la pecera junto con el cadáver del pez por la terraza… ¡y yo vivía en un octavo piso!
 
Por fortuna no le cayó encima a nadie, lo cual quiere decir que a mí no me cayó ninguna bronca, pero sí pude aprender después que esas cosas no se hacen aunque las hagan los mayores.
 
Claro que todo lo malo es hereditario y también mi hijo heredó –aunque afortunadamente lo practicó muy pocas veces- eso de tirar cosas a la calle y, más concretamente, agua. Un día estaba en la terraza limpiando el recipiente rectangular de la tortuga de agua que tenía. En vez de tirar el agua por el váter y los restos de lechuga en el cubo de basura, no se le ocurrió otra cosa que tirar todo el contenido de ese recipiente a la calle. Se oyeron unos gritos y él se escondió rápidamente. Luego pudimos saber por el portero de la finca que el agua le había caído encima al dueño del local comercial que había debajo de casa y el hombre se había puesto hecho una furia porque “le habían tirado encima una ensalada”. El portero rápidamente se imaginó quién había sido el autor de tal fechoría, pero como le tenía cariño se hizo el tonto y dijo que no sabía quién podía haber sido. Después nos lo contó y ya me ocupé yo de echarle a mi hijo la bronca correspondiente. Por lo menos, la conciencia me quedó tranquila porque aquella “ensalada” no llevaba aceite y por lo tanto al hombre al que le cayó encima no le quedaría ninguna mancha en la ropa.


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