Cuando
trabajaba en la compañía de agroquímicos ICI-Zeltia (ahora Syngenta) era mucho
más joven... y más delgado. Mi compañero en el departamento de Publicidad era
Javier Cebrián, que era más alto que yo pero también muy delgado. Hacíamos muchos viajes juntos y
en uno de aquellos fuimos a comer a un restaurante. Al llegar a la puerta, que
era de esas automáticas de cristal que se abren al llegar, vimos que no se
abría. Tuvimos que movernos de un lado a otro e incluso dar algún salto, hasta
que su sensor detectó que había alguien allí y por fin se abrió para dejarnos
pasar. Una vez dentro nos atendió el maitre:
- Buenos días, queremos una mesa para comer –le dijimos.
- ¿Para uno? –nos contestó el maitre.
Javier y yo
nos miramos sorprendidos el uno al otro, contamos mentalmente y sumamos que él
y yo éramos dos personas, no una por muy delgados que estuviésemos, así que no
nos quedó más remedio que sacar al maitre de su error y decirle que lo que
tenía delante de sus ojos eran dos personas, no una.
- Buenos días, queremos una mesa para comer –le dijimos.
- ¿Para uno? –nos contestó el maitre.
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