He visto estos días varios casos en los que los máximos representantes (ya sean cargos públicos, instituciones o empresas) hacen declaraciones en donde vierten sus opiniones personales en vez de exponer las opiniones mayoritarias del colectivo al que representan.
Es el pecado del personalismo, de creerse los dueños de una institución. Cuando sus opiniones personales coinciden con las del colectivo representado no hay problema, pero sí surge este cuando ambas opiniones son dispares e incluso opuestas.
Para todos esos “máximos dirigentes” recomendaría un curso acelerado de portavoces (de esos que tan bien imparten las agencias de comunicación) para que aprendiesen a hablar por sus representados y no por ellos mismos. ¿Significa eso que deben renunciar a sus puntos de vista personales? Por supuesto que no, pero cuando así suceda deberían dejar claro cuál es su punto de vista personal y cuál es el punto de vista de sus representados, e indicar que como máximos dirigentes del colectivo al que representan, trabajarán en la defensa de sus representados y no en la defensa de sus posicionamientos particulares. Y si no son capaces de defender a sus representados y no ven otra imagen que la de su propio espejo, que dimitan… pero eso es una utopía.
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