Los poderes políticos, tanto nacionales como locales, siempre han sentido delirios de grandeza a la hora de potenciar y perpetuar su memoria. Poner a las calles nombres de los líderes (los que sean) ha sido su afición y con ello, aparte de marear a los peatones y taxistas, no han conseguido otra cosa que introducir un elemento más de confrontación.
Hoy ya no deben quedar “Avenidas del Generalísimo” y similares, pero estas han quedado sustituidas por nombres relacionados con diversos partidos políticos e incluso con nombres dedicados a terroristas.
La forma de acabar con estos elementos de confrontación es bien sencilla: las calles deben tener nombres de cosas y espacios comunes que no ofendan a nadie; como por ejemplo en Tres Cantos. Allí, cada barrio o sector dedica los nombres de las calles a un tema general concreto (mares, océanos, escultores, foresta, etc.). Si tú vives en la calle de la menta o en la del azafrán, no vas a ofender a nadie con ese nombre de calle, y da igual que haya dictadura o democracia, gobierno socialista o popular o del que sea. De esta forma, se facilita no solo la convivencia, sino incluso... el sentido de orientación.
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