Todo aquél que haya tenido un SEAT 600 os habrá hablado
maravillas de él. Por muy pequeño y rudimentario que fuese, siempre pudieron
vivirse con él las más asombrosas aventuras; pero este pequeño cohechito
también me demostró en una vez su inteligencia.
Circulaba por unos barrios desconocidos de Madrid cuando de
repente se escuchó un ruido como de golpeteo repetido dentro del motor.
Inmediatamente me eché a un lado de la calle y aparqué junto a la acera. Me
bajé. Abrí el capó. Miré. La vería era evidente: se había roto la correa del
ventilador y yo, desde luego, no tenía ni idea de cómo se arreglaba eso.
Levanté la mirada para ver dónde estaba y... ¡había aparcado junto a la entrada
de un taller mecánico!
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