Con el nombre de alcachofa se conoce popularmente a los
micrófonos y eso es algo que impone muchísimo respeto a todos lo que no están
acostumbrados a hablar en público. Cuando trabajaba en los laboratorios
latino-Syntex, hacíamos muchas prácticas de visita médica grabada en vídeo para
que luego el interesado se viese a sí mismo y reconociese cuáles eran sus
fallos y de esta forma los corrigiese mejor (no es lo mismo que te digan que
has hecho algo mal a que seas tú mismo quien te veas cometiendo ese fallo).
Pues no era cosa de un día o de una persona, sino algo generalizado: la
alcachofa imponía tanto que hasta los mejores Visitadores Médicos se quedaban
cortados y hacían presentaciones mucho peores de lo que cabría esperar. En
cambio, si esa prueba no se grababa sino que se había allí en vivo, sin
micrófono, la cosa salía bastante mejor. Tanto impone un micrófono que hasta
una vez, hace unos pocos años, salió un Jefe de Producto a hacer una
presentación desde el escenario de un hotel ante toda la red de ventas. Apenas
si pudo pronuncias unas palabras, le impresionó tanto aquél magnífico
auditorio, lleno de focos, pantallas de video gigantes, gradas repletas de
gente, etc., que se le hizo un nudo en la garganta y no pudo hablar.
Comprendiendo lo mal que lo estaba pasando, surgió espontáneamente una gran
salva de aplausos para animarle, pero ni por esas, hizo otro intento y sus
cuerdas vocales no respondían, estaba completamente mundo (y supongo que
empapado en sudor frío). En unos instantes (que no debieron ser muchos segundos
pero que a él debieron parecerle una eternidad) y viendo que lo estaba pasando
tan mal, el director comercial salió a animarle quitando importancia al asunto
para dar paso al siguiente ponente.
Y de estas ha habido muchas, entre ellas una vez, cuando
estaba en la empresa de agroquímicos, en que debíamos grabar a uno de los
técnicos para que explicara unos aspectos técnicos de un producto a fin de
incorporarlos a un audiovisual que estábamos preparando. “Es cosa de poco, sólo
unas frases”, le dijimos. Y así hicimos el ensayo de lo que tenía que decir. Ya
estaba todo claro, así que pasamos a la grabación.
Pero cuando vio el trípode, la cámara, los focos, todas las
personas del equipo que se movía alrededor, se le hizo un nudo en la garganta y
a duras penas podía decir sus frases. Lo intentamos muchas veces y optamos
finalmente por dividir el texto en bloque: que no lo dijese todo seguido sino
primero una frase, luego una pausa y otra, etc. que ya nos ocuparíamos nosotros
después de empalmarlo todo. Pues ni por esas. Bueno, me equivoco, una vez en
que sí lo dijo todo bien y de corrido, pero justo al terminar añadió pegado a
la última frase: “ahora ha salido bien ¿verdad?” y ahí la cagó, porque estaba la
dicción tan justa que no habría forma de cortar la frase para que quedase
natural.
Lo que iban a ser sólo unos minutos para grabar unas frases,
se convirtió en toda una mañana de trabajo y desesperación. Cuando no se le
olvidaba una frase, se equivocaba en algo, y cuando no se equivocaba en la
dicción resulta que miraba a donde no debía. Total, que al final tuvimos que
optar por empalmar trozos aislados de distintos intentos para que las frases
saliesen normales y como en ocasiones la locución era normal pero estaba
mirando a otra parte o cambiando nervioso de postura, tuvimos que “tapar” esos
lapsus con imágenes del producto mientras su voz en off seguía dando las
explicaciones.