Cuando un directivo es realmente “grande” es cuando se
muestra humilde y sencillo, cuando escucha y atiende a sus colaboradores, y
–sobre todo- cuando les da libertad para realizar su trabajo.
El directivo mezquino, el que tiene miedo de que otros
mejores que él prosperen en la empresa, tratará por todos los medios de “atar
en corto” a sus subordinados, evitará que estos brillen y se adjudicará para sí
mismo todos los méritos.
Cuando un directivo es “grande” no tiene miedo de que sus
subordinados prosperen sino que lo desea y alienta porque sabe que del progreso
de todos, todos saldrán beneficiados, él el primero. Por consiguiente da
libertad a sus empleados para que cada cual desempeñe con libertad e iniciativa
su trabajo mientras él se limitará a señalarle objetivos, a incentivarle, a
apoyarle en cuanto pueda en beneficio del grupo.
El entrenador del Atlético de Madrid, Diego Pablo Simeone lo
expresa perfectamente en su libro “El efecto Simeone (la motivación como
estrategia)”, al afirmar: “Soy partidario de dar mucha libertad para trabajar”.
Cuando el ser humano se siente libre, motivado y apoyado, es cuando da lo mejor de sí mismo y de ahí se derivan beneficios para todos.
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