martes, 23 de octubre de 2012

¿Qué diferencia hay entre un niño finlandés y uno español?


Estaba el otro día paseando por el parque de la Dehesa de la Villa (Madrid) cuando presencié la siguiente escena: Un grupo de 10 ó 12 niños y niñas de entre 8 y 10 años estaban jugando, cuando de repente uno de ellos dijo a los demás “¡mirad, una ardilla!”. Rápidamente fueron todos corriendo hacia ella para cogerla. Vano intento, porque las ardillas son tremendamente ágiles y allí había un montón de árboles a los que subirse. Así lo hizo. Los niños formaron corro alrededor del árbol, gritando y –algunos de ellos- comenzaron a tirarle pequeñas piedras que volvían a caer sobre ellos mismos sin alcanzar su objetivo (además de salvajes, tontos). Así estuvieron un rato hasta que se cansaron y se marcharon a otro lugar para seguir con sus juegos.

En la Dehesa de la Villa hay muchas ardillas y las puedes ver con frecuencia cuando paseas por allí, pero –efectivamente- ellas están bien atentas y en cuando notan la presencia humana salen huyendo.

Por eso me acordé de mi último viaje a Finlandia y mi visita al parque de Seurasaari, en las afueras de Helsinki. Allí pude ver muchas ardillas pero –para sorpresa mía- lejos de huir acudían a mí, y tanto era así que hasta se subieron por mis pantalones y se posaron en mi mano (ver fotos adjuntas).

Esa es la diferencia que hay entre un niño finlandés y uno español, y supongo que esa es también la diferencia entre un finlandés adulto y un español adulto. Los primeros aman la naturaleza y respetan la vida; los segundos van como Atila dejando todo arrasado a su paso.



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