No hay ningún momento de nuestra vida en que todo el cuerpo
esté normal. No hay ni un momento en que nuestro cuerpo no esté luchando contra
los gérmenes que viven a nuestro alrededor e incluso dentro de nosotros.
Siempre tenemos alguna parte del cuerpo a punto de resentirse por cualquier
exceso que hayamos cometido o como reacción a algo que hayamos comido o bebido.
Estas condiciones, que no son serias ni importantes, son –sin embargo- un campo
fértil para cualquier idea y esas ideas condicionarán en buena medida la salud
de nuestro cuerpo.
El ser humano tiene la tendencia de aceptar como verdad lo
que quiere creer o lo que cree que es un halago a su capacidad de razonar. Da
igual de qué idea o creencia se trate; cualquiera que sea la idea aceptada por
nuestro cerebro, está se convierte en una ley para nosotros.
Cada una de esas ideas se convierte en ley no sólo en la
consciencia del individuo, sino también en todos los procesos fisiológicos de
la naturaleza de dicho individuo. No importa que haya o no algo cierto en esa
idea, que sea real o una simple ilusión o alucinación. El hecho cierto es que
cualquier idea o creencia que tengamos se transforma siempre en algo
dinámicamente físico. La aceptación de esa idea establece una ley de acción en
el cuerpo y a partir de ahí la mente procede a construir y crear los síntomas
reales que mentalmente se han aceptado.
Por ello, las ideas positivas generan salud y las negativas
enfermedad. Y siendo así las cosas, resulta que somos nosotros mismos, con
nuestras propias ideas, quienes tenemos la llave para mejorar nuestra salud o
por el contrario condenarnos a la enfermedad a nosotros mismos.
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