domingo, 4 de diciembre de 2011

O.V.N.I.'s

Esta vez traigo aquí (espero que para deleitar a mis lectores) un relato de ficción de mi amigo Pedro Fuentes y que ha publicado en su blog “Noches sin luna”:

O.V.N.I.´s

Corría el año 1966 cuando Ricardo vivía en Madrid, en un barrio periférico. Normalmente iba en coche por la noche hasta su apartamento, pero aquel día lo había dejado en un taller para que le arreglaran un golpe que había tenido en un semáforo, así que volvió en autobús hasta su casa, por lo general llegaba al final del trayecto y cruzaba una plaza y un par de calles, pero si bajaba cinco paradas antes, cruzando un descampado de unos 500 metros llegaba a casa antes. Por la noche, y sin luz, aquellos 500 metros no eran muy agradables y a más de una persona le habían dado un susto, pero tenía ganas de llegar así que se preparó para salir y lo hizo, cruzó por el sendero hecho de tanto transitarlo y llegó a su casa, era un pequeño apartamento compuesto de salón comedor cocina y una habitación. Cuando entró en el salón vio que la ventana, que daba justo hacia el descampado, estaba abierta, como por las noches empezaba a refrescar, ya que estaban en otoño, lo primero que hizo fue ir a cerrarla y entonces lo vio, justo al lado del camino, se divisaba un punto muy brillante, como si fuese una linterna o algo similar, pero no había nadie cerca de allí, entró, cogió unos prismáticos de un cajón de la biblioteca, los desenfundó y miró a través de ellos, enfocó al punto luminoso y no observó nada alrededor, fue tanta la curiosidad que bajó nuevamente a la calle y se dirigió al lugar luminoso, pero entonces no brillaba, pero como sabía el punto exacto anduvo hacia allí, lo encontró, pero antes de tocarlo, observó que el brillo no era propio, la luna llena estaba justo encima de su casa y no se veía desde su ventana, en el objeto se reflejaba la luz de la luna. Era un cilindro de cómo 2,5 centímetros por 15 de largo, color metálico en los extremos y el centro, unos 8 centímetros negro mate también metálico, en uno de los costados. Ricardo lo cogió y notó mucho peso para el tamaño, unos 3 kilos. Lo primero que hizo después de observarlo fue agitarlo y ponérselo al lado del oído derecho, no sonaba nada dentro, parecía macizo, no sabía qué hacer, decidió llevárselo a casa para estudiarlo y esperar por si alguien reclamaba algo.

Una vez en casa, puso el cilindro sobre la mesa y buscó una abertura, un tornillo, lo cogió con ambas manos e intentó abrirlo como si tuviese rosca, no consiguió nada, lo dejó encima de un estante de la biblioteca y se fue a dormir.

Pasaron varios días, nadie hablaba de nada semejante, no lo comentó con nadie, había últimamente fiebre de “platillos volantes” estaban los “UFOROFOS” que veían naves por todos lados, y los no visionarios, tenías que estar con unos o con otros, no valía el mantenerse al margen.

Ricardo se reía de los seguidores, tenía amigos que se reunían en tertulias de visionarios y se dedicaban a coleccionar todo lo que salía en la prensa y libros. Con todo esto, Ricardo no se rebajó a decirle a nadie que él había encontrado un objeto extraño, así que guardó el cilindro en el “baúl de los tesoros” éste baúl era efectivamente un baúl, no muy grande pero muy valioso para él, guardaba desde que salió de su pueblo para estudiar, pequeños objetos muchas veces indescriptibles que no servían para nada pero eran sus tesoros. A veces pasaban años sin abrir el citado baúl y aún así, lo que caía al fondo se perdía por décadas. Pasaron muchos años hasta que Ricardo se acordó un día ya pasado el año 2000 del cilindro misterioso, y como lo único que siempre había ido con él era el baúl, lo abrió buscó en el fondo y allí estaba, no se había oxidado, no había envejecido, su aspecto era el mismo que hacía cuarenta años, quizás brillaba un poco más. Volvió a examinarlo, intentó abrirlo, no hacía ningún ruido, lo puso cerca del compás del barco, parecía metal, pero la aguja del compás no se movió, encendió la emisora, el GPS, la sonda, el piloto automático, nada, no alteró el funcionamiento de ningún aparato. Lo puso al lado del cuadro de mandos como decoración al lado de un escapulario de la Virgen del Carmen. Allí se quedó durante algún tiempo más.

Una noche, sobre las dos o las tres, tuvo un sueño, le parecía estar febril. Notó que alguien lo despertaba, era un ser extraño, parecía humano pero tenía unos rasgos como indeterminados, le pidió “la memoria”, Ricardo no sabía qué contestar, otro ser semejante al anterior apareció en la puerta del camarote donde dormía y le dijo algo al primero algo que no entendió. Salieron los dos rápidamente. Ricardo siguió durmiendo en el estado febril que sentía. Ya de madrugada se levantó al lavabo y bebió un vaso de agua con un paracetamol, luego durmió hasta las nueve.

Aquel día, cuando salió del barco para dar la vuelta de cada día, el contramaestre le dijo: ¿No vio nada anoche? ¿Nada de qué? Contestó. Nada, unos que dicen que han visto un O.V.N.I. esta noche por encima del puerto.

No, no he visto nada, he dormido toda la noche, contestó.
Cuando Ricardo volvió del paseo, entró en el barco, miró en el cuadro de mandos y vio que el cilindro había desaparecido.

Pedro Fuentes. Blog: Noches sin luna:
http://lashistoriasdelbuho.blogspot.com/

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