sábado, 3 de diciembre de 2011

El día que fui aclamado

Era un viaje más, uno de los muchos que hacía a Vigo para desplazarme hasta la fábrica de nuestra compañía en O Porriño. Como siempre, cogía el primer avión de la mañana y ni siquiera el café podía espabilarme demasiado. Entré de los primeros en el avión y tomé asiento en una de las primeras filas. Eché un vistazo al periódico mientras subían los demás pasajeros, lo cual me ayudó a tener un poco más de sueño y así, efectivamente, nada más despegar el avión me sumí en un profundo sueño.

El aviso de la azafata indicando que nos abrochásemos los cinturones ya que íbamos a tomar tierra, me despertó de mi reparador sueño. Ese descanso adicional me había venido muy bien para afrontar aquél día de trabajo. Había organizado una rueda de prensa para las 11 de la mañana y confiaba en que acudiesen a la misma muchos periodistas, no en vano había contactado con los responsables de la información sanitaria de todos los medios de comunicación de Galicia. Lo que no podía imaginarme era el recibimiento que me esperaba.

Cuando bajé del avión, me sorprendió una muchedumbre (principalmente chicas jóvenes, aunque también había chicos e incluso algunas personas mayores) que nada más verme salir del avión comenzaron a gritar de forma histérica. Ni en el más remoto de mis sueños hubiera podido imaginar un recibimiento así, tal entusiasmo por ver mi llegada, todos esos brazos agitándose saludándome e incluso algunas lágrimas de emoción brotando de los ojos de aquellas chicas tan bellas... Me sentí como el Country Communication Manager más afortunado del planeta al comprobar el entusiasmo y admiración que causaba en aquella multitud de chicas jóvenes a las que a duras penas podía contener la policía para que no derribasen las vallas que protegían el pasillo por el cual avanzaba.

Sin embargo, una vez había dado unos cuantos pasos, pude comprobar con decepción que sus gritos y miradas no seguían mi recorrido, sino que continuaban mirando detrás de mí. Entonces me di la vuelta y pude ver que quienes avanzaban detrás de mí eran los jugadores de la selección española de fútbol. Resulta que iban a jugar un partido allí al día siguiente y yo no había caído en ese detalle, como tampoco me había dado cuenta (enfrascado como estaba en la lectura del periódico y mi sueño matutino) que junto a mi asiento en una de las primeras filas del avión iban pasando uno por uno todos los jugadores de la selección española.

En fin, por lo menos, la sensación de ser un gran ídolo de masas no me la quita nadie y permanecerá para siempre en el recuerdo, como también el éxito de aquella rueda de prensa que organicé.

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