Este es un país de extremos y en lo concerniente a las creencias religiosas nos encontramos con dos extremos bien definidos:
Por una parte están los ateos. Se trata de personas que dicen no creer en Dios aunque en realidad están tapando lo que les dicta el razonamiento con la adoración a otro dios: ellos mismos. Son personas cuyo único fin en la vida es satisfacerse a sí mismos. No quieren responsabilidades sino simplemente pasarlo bien, tener dinero y gastárselo en sí mismos para disfrutar. Los hay que aderezan esto con el odio a la religión y otros que simplemente pasan de religión porque bastante tienen con pensar sólo en sí mismos. Este grupo cada día es más numeroso y ya es, desde hace tiempo, mayoritario.
Por otra parte están los doctrinales. Creen en Dios y guardan fielmente los preceptos de su religión. Van a misa todos los domingos y colaboran en las actividades de la parroquia. Llevan una vida ejemplar de alegría, trabajo y generosidad y se atienen a todas las normas que les dicta su creencia. Piensan lo que les dicen que tienen que pensar. Es un grupo reducido pero sólido, que se mantiene con el paso de los años.
Pero en medio de estos dos extremos hay un amplio abanico de personas que creen en Dios, visitan con más o menos frecuencia la iglesia, rezan con mayor o menor frecuencia, aceptan algunos preceptos de su religión pero son críticos con otros. Piensan por sí mismos y por tanto unas veces están de acuerdo y otras no. Hace años la mayor parte de la población estaba en este grupo de equidistantes, sin embargo ahora se va reduciendo cada vez más su número, de tal forma que casi puede considerarse como un grupo en vías de extinción.
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