La piedra lanzada hacia el espacio
pasada su euforia, se detiene, lo medita,
y vuelve abajo.
Nos hemos separado muchas veces,
abandonándonos en mitad del camino,
como dos caminantes ajenos
que se despiden, sin más, en cualquier sitio.
Caminamos deprisa, tristes, alegres,
cabizbajos, contentos, despacio...
Nos detenemos.
Meditar... algo nos falta.
Miramos nuestro entorno y nada vemos.
Proseguir... no... no se puede.
¿Qué nos pasa? ¿Qué hacemos?
¿Queremos acaso huir sin nuestro cuerpo?
Estamos partidos, sin darnos cuenta
que aquello que dejamos
es nuestro,
la mitad del uno entero.
Y tocamos el vacío que tenemos:
una mano, una pierna, medio cuerpo.
Una sola lágrima sale de un solo ojo,
una pierna camina
sin poder hacerlo;
la mitad que nos falta... la queremos.
Hay que volver, regresar, componer
la pieza desecha en un momento;
y dolerá el regreso
al sentir en la conciencia el golpe brutal
de nuestro error,
como una piedra que cae
y se estrella
contra el
suelo.
Por la noche, la luna, atrae los mares,
después los olvida y ya alejados
los reclama de nuevo, en una eterna
reconciliación y enfado.
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