Él era un joven de espíritu sensible, amable, amante de
la naturaleza y del arte. Su pasión era dibujar y había entrado a trabajar, tan
sólo hacía unos años, en una editorial, pero su oficina era su casa y su
horario laboral cuatro horas diarias que dedicaba a realizar las ilustraciones
que le encargaban en la editorial para todo tipo de libros. A veces le
preguntaban el por qué no trabajaba más y así ganaría mucho más dinero, pero él
respondía que para qué quería dinero si luego no tenía tiempo de disfrutarlo.
Por eso amaba su trabajo, porque le gustaba, le daba el suficiente dinero para
vivir y sobre todo, le dejaba tiempo libre.
Fue en ese tiempo libre y en sus jornadas de trekking por
las montañas cuando la conoció a ella. Fue un flechazo a primera vista. Pero
pronto comprendió que allá, en la montaña, ella le aventajaba. Siempre había
creído ser un buen senderista y escalador, pero todo cambió cuando la conoció y
comprobó que ella era una experta escaladora, que su vida era la montaña y la
aventura. En aquél ambiente ella era quien marcaba el camino, quien llevaba la
iniciativa, y quien debía esperar a que él, regazado, fuese recuperando el
camino. Pero él nunca intentó disimular, ni hacerse el “macho”, sino que tomó
aquello con deportividad y con humor, y ese humor, que hacía brotar en ella la
risa a raudales, fue el que despertó también en ella el amor.
Comenzaron a salir y a conocerse más a fondo. Y pronto
descubrió él que ella no era una simple aficionada a la naturaleza, sino una
profesional del mundo de la aventura, a quien entrevistaban con frecuencia en
los medios de comunicación, la invitaban a dar conferencias, le pedían
colaboraciones escritas para diferentes revistas, le pedían que organizase
viajes de aventura... y ese era su trabajo.
Ninguno de los dos había cumplido aún los 30 años. Los
dos eran delgados y atléticos, ella con unas piernas más fuertes aún que las de
él. Ambos compartían facciones agradables, mirada limpia y sonrisa fácil.
A pesar de todo, nadie conocía su relación, ni en el
ámbito familiar, ni en el profesional. No es que quisiesen ocultar su relación,
simplemente era que no la iban pregonando.
Un buen día, ella marchó a un viaje de aventura. Viajó
con un grupo –en un viaje organizado por una cadena de televisión- al volcán
Nyamuragira, en Tanzania, el volcán más activo de África. Él se quedó en España
y durante días sólo el teléfono les permitió estar en contacto... hasta que el
canal Cuatro de televisión anunció una conexión en directo con los
expedicionarios. Él, más que nadie, estaba pendiente aquél día del televisor.
Se vio a los miembros de la expedición trepar por las laderas de lava grisácea
y humeante, mientras se acercaban a una gran grieta bajo la cual la lava roja
brotaba a borbotones. Se alejaron un poco y continuaron la ascensión siguiendo
la línea de aquella fractura y entonces, ella resbaló y apoyó la mano con todas
sus fuerzas, para no caer por la pendiente, con tan mala fortuna que la mano se
introdujo en una grieta en cuyo fondo la lava fundió al instante su carne. Los
telespectadores que estaban viendo aquello en directo quedaron paralizados y a
todos se les encogió el estómago al ver cómo volvía a sacar la mano (o lo que
quedaba de ella) de la grieta, un amasijo de carne quemada. Pero ella no
profirió ni un solo grito de dolor. Sus compañeros fueron a ayudarla y ella
sacó de la mochila unas gasas y un líquido con el que limpió –retransmitido en
directo- las enormes quemaduras, se vendó la mano... y continuó la ascensión.
Sus compañeros se mostraban reacios a continuar tras lo sucedido pero ella
insistió y finalmente accedieron a proseguir el camino.
Desde España, viendo en directo aquél accidente, él no
pudo menos que coger en ese instante el teléfono y llamarla. Sonó el teléfono.
Ella se llevó la mano sana al bolsillo y lo cogió. Las cámaras de televisión
seguían filmando y retransmitiendo en directo estos acontecimientos.
Cuando ella escuchó su voz sonrió. “Ya sé que no es el
mejor momento, pero estás en directo y acabo de verlo por televisión. ¿Cómo
estás?”, le dijo él. “Pues sí, estoy bastante ocupada ahora –respondió ella sin
perder la sonrisa- pero, tranquilo, está quemada pero todavía tengo mano”.
“Piensa en ti, piensa en nosotros. Tienes que volver y hacer que te curen bien
esa mano. No te hagas la héroe, no vale la pena”, le conminó él. “Está bien, no
te preocupes, en cuanto los deje arriba, regresaré al campamento base para que
me curen. Te quiero. Un beso”, se despidió ella.
Pero estaban en directo y toda la escena con los diálogos
de ella, se emitieron en directo. Se supo así, en directo, que la heroína
estaba enamorada. Había, pues, noticia: grave accidente de la popular guía y
descubrimiento de que estaba enamorada.
A su regreso a España una decena de medios de
comunicación la estaban esperando. Del aeropuerto fue directamente al hospital
ya que en Tanzania tan solo le hicieron unas primeras curas de emergencia pero
ahora necesitaría cirugía reconstructiva. Los periodistas preguntaban
insistentemente de quién se había enamorado, pero ella simplemente respondía
que no era nadie conocido y por tanto no debía tener mayor interés para ellos,
pero sí que lo tenía. Aquélla relación, por tanto, no podría mantenerse en
privado (que no oculta) mucho más tiempo, y ambos fueron conscientes de ello.
Por eso aceleraron el proceso de maquetación y edición del libro que estaban
preparando, escrito por ella, con algunas de sus vivencias más extremas, y con
ilustraciones de él.
Conscientes de la expectación generada, y dispuestos a
aprovechar ese tirón mediático, ella anunció una rueda de prensa para presentar
su libro... y a la persona de quien se había enamorado. Y nadie sabía –ni
siquiera los familiares más allegados- quién era él ni sospechaban que el autor
de las ilustraciones del libro fuese la persona objeto infructuoso de todas sus
pesquisas.
Cuando llegó la rueda de presentación, allí estaba él
junto a ella. Él saludó primero a los padres y les habló, en privado, de su
relación; estos le reprocharon lo hubiesen mantenido todo tan en secreto, pero
“nuestra vida privada es nuestra”, interrumpió ella. Después, en el transcurso
de la presentación del libro ella explicó que el autor de las ilustraciones era
precisamente la persona de quien se había enamorado. Durante la posterior rueda
de prensa, en la que se agolparon las preguntas de los numerosos periodistas,
hurgaron en lo escabroso de su lesión y en cómo había quedado la mano
(funcional pero deforme) y a este respecto le preguntaron a él si no le
importaba tener una novia que ahora tenía una mano deforme. Sin inmutarse, respondió
que la quería porque lo que de verdad le importaba era su alma y esta no había
volcán en el mundo capaz de deformarla, y por eso se sentía ahora más orgulloso
y feliz que nunca de poder estar a su lado y amarla.