Los japoneses son personas muy correctas y educadas,
aunque su forma der ser es muy diferente a la nuestra. Una vez yo fui testigo
de cómo sufrieron en silencio una afrenta y se tomaron cumplida venganza al
cabo de un tiempo. Esta es la historia…
Trabajaba por entonces en la compañía de agroquímicos
ICI-Zeltia (hoy Syngenta), una compañía que no sólo comercializaba sus propios
productos (insecticidas, fungicidas, herbicidas, etc.) sino que también
comercializaba todos aquellos productos de otras compañías que pudiera
considerar de interés comercial. Las compañías japonesas no estaban aún
instaladas en España y todos sus productos llegaban al mercado a través de
acuerdos con empresas radicadas en nuestro país. Por lo tanto, en nuestro caso,
eran frecuentes las reuniones con los enviados por empresas japonesas para
lograr acuerdos de comercialización. Como se trataba de productos para cuidar
los cultivos agrícolas, la mayoría de esas reuniones no se limitaban a un
encuentro en las oficinas centrales sino que incluían también una salida al
campo para que viesen in situ cómo era nuestra agricultura, los productos que
se estaban ensayando, etc. y claro está, si uno está de viaje tiene que hacer
un descanso para comer.
Para agasajar a los invitados, fuesen japoneses o no,
siempre se elegía un buen restaurante y se les ofrecían los platos típicos de
la tierra. En la ocasión que voy a relatar, ese viaje se había realizado a
Lérida, tierra famosa en términos agrícolas por sus enormes campos de árboles
frutales. Pero en Lérida hay también otra cosa típica a nivel culinario y son
los caracoles, así que cada vez que teníamos que viajar a esa provincia no
podía faltar en el menú un copioso plato de caracoles. En mi caso, los
compañeros de la empresa siempre luchaban por sentarse a mi lado porque sabían
que a mí me dan mucho asco los caracoles y no soy capaz de comerlos (en
realidad nunca he comido ninguno y no sé a qué saben, pero la repugnancia es tal
que soy incapaz de llevármelos a la boca), así que todo aquél que lograba
sentarse a mi lado sabía que tenía ración doble de caracoles, los suyos y los
míos.
Pero estamos hablando de los japoneses, un pueblo con una
cultura muy diferente a la nuestra, acostumbrados como están a comer cualquier
bicho que se mueva por el planeta por extraño que nos parezca, así que no podía
faltar en el menú que se les ofreció una buena ración de caracoles. Nadie
detectó nada fuera de lo normal. Los japoneses comieron los caracoles una vez
se les hubo explicado cuál era la forma de hacerlo; lo que nadie pudo saber era
lo que pasaba por la mente de estos invitados porque, como eran muy correctos y
educados, no podían decir que aquello era una guarrería pero tenían que
comérsela por educación.
Pasó el tiempo y una delegación nuestra viajó a Japón
para devolverles la visita y conocer sus instalaciones y nuevos proyectos.
También en esa ocasión les invitaron a comer… y allí se tomaron cumplida
venganza: Si en Lérida les habíamos ofrecido el plato típico de la región (caracoles)
ellos ofrecieron el plato típico de aquél lugar: gusanos vivos. Con los ojos
como platos por la sorpresa al ver aquellas cazuelas donde se revolvían los
gusanos, los japoneses les explicaron que aquél era el plato típico de allí y
lo ofrecían a sus invitados en agradecimiento al trato exquisito que habían tenido
en su viaje a España en donde también ellos probaron el plato típico de Lérida.
Les explicaron cómo se comían los gusanos, lo cual no tenía ningún misterio:
coger un puñadito y meterlo en la boca y masticarlo. Así lo hicieron ellos y
miraron expectantes a sus invitados para comprobar cómo hacían lo mismo. Entre
el estupor y la repugnancia que sentían, pero comprendiendo que debían
corresponder a esa atención (sobre todo porque un buen negocio estaba en juego)
tuvieron que comer esos gusanos mientras los japoneses sonreían, seguramente
por haber visto cumplida su venganza. Afortunadamente yo no viajé a Japón y no
tuve que pasar por semejante trance, pero sirva esto como aviso a navegantes: Si
vas a invitar a comer a una persona proveniente de un país extranjero,
asegúrate antes de conocer sus gustos culinarios y no le obligues nunca a comer
las cosas que a ti te gustan porque para ellos podrían ser repugnantes y tal
vez en el futuro también se tomen cumplida venganza.
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