Si eres aficionado al tenis seguro que habrás visto algún
partido por televisión y, en especial, alguna de esas emocionantes finales de
Gran Slam. Sin embargo puedo asegurarte que jamás habrás visto una final de
tenis como la que te voy a contar y que he definido como “la final de tenis más
surrealista de la historia”. Así sucedieron los hechos…
Yo era un gran aficionado al tenis, y digo “gran” por la
afición, no por los resultados. Para mí, devolver dos o tres veces seguidas la
pelota ya era un éxito y conseguir que la misma entrara dentro del rectángulo
de juego me producía la mayor de las satisfacciones. Pero como era un gran
aficionado, me apuntaba a todos los torneos que podía. Así, en el año 1982 se
celebró el “III Torneo de Tenis Sideta” que organizaba la empresa en la que
trabajaba y en la que participaban los empleados que quisiesen.
Para dar más lustre al torneo se pidió a los proveedores
más fieles que nos regalasen las copas y estos nos sorprendieron gratamente con
3 copas, una para el ganador, otra para el segundo clasificado y otra para el
tercero. Pero hubo una sorpresa: uno de los proveedores nos regaló además un
“entrenador de tenis”, un artilugio consistente en una base pesada que se ponía
en el suelo y de la que salía una larguísima goma elástica al final de la cual
estaba atada una pelota de tenis. Cuando golpeabas la pelota, esta salía
disparada y estiraba la goma al máximo para después volver hacia ti, con lo
cual podías practicar tú solo en cualquier superficie plana como si estuvieses
en un frontón. “Esto es para el que quede el último”, nos dijeron.
Se hicieron varios grupos y comenzó el campeonato a modo
de liguilla, lo cual me permitió no caer eliminado a las primeras de cambio (a
pesar de haber perdido 6-0 y 6-0 como era costumbre), sino jugar dos partidos
más y –para sorpresa de todos- el 6-0 dejó de ser el resultado habitual ya que
conseguí hacerme un 6-1. Lógicamente quedé el último del grupo pero... ¡oh sorpresa!
había otro compañero del laboratorio en las mismas circunstancias que yo, por
lo cual se hacía preciso un partido de desempate entre ambos para dilucidar
quién era el peor de todos y por consiguiente el merecedor del codiciado premio
(y digo codiciado porque hasta los que se llevaron una de las Copas miraban con
envidia ese premio).
El insólito partido de desempate se prometía
interesantísimo y congregó como espectadores y jueces a muchos de los
compañeros que habían participado en el Torneo. Puedo asegurar que este partido
despertó más expectación y atrajo más espectadores que la final para dilucidar
quién era el ganador del torneo. Empezó el partido. Saqué yo. Fallo y fallo
(0-15). Saqué la segunda bola. Fallo y fallo (0-30). Saqué la tercera. “Esto va
bien”, dije para mis adentros. Y efectivamente, sin hacer mucho esfuerzo fallé
los dos intentos (0-40). Un run run comenzó a escucharse entre los
espectadores. Saqué una nueva bola. Fallo y fallo. Juego para el “resto”, o
sea, para el contrario (que es así como se dice en el argot tenístico). Le tocó
sacar a él y se le notaba el mosqueo. Él también quería conseguir el premio,
así que copió mi táctica. Fallo y fallo (0-15). Fallo y fallo (0-30). Pero se
le notaba más que a mí eso de fallar a propósito, así que los jueces pararon el
partido. Nos dijeron que eso no valía, que había que jugar de verdad,
haciéndolo tan mal como supiéramos pero intentado hacerlo bien, así que
anularon esos juegos y volvimos a empezar desde el principio, con muchos ojos
atentos para que no fallásemos a propósito. El partido fue realmente reñido. A
veces yo golpeaba la pelota con la raqueta a modo sartén y gran potencia,
realizando un globo (que parecía aerostático) que lanzaba la pelota por encima
de la alambrada que rodeaba el campo y aterrizaba muchos metros más allá. Yo me
volvía hacia los jueces y con gran serenidad y aplomo preguntaba: “¿Ha sido
out?”. Las carcajadas de todos iban haciendo mella en la moral de mi
contrincante que veía imposible llegar a jugar tan mal como yo. Estaba claro
que los dos queríamos perder pero hacíamos todo lo posible por ganar, y
nuestras habilidades tenísticas eran muy parejas. Sin embargo, tras notables
esfuerzos, conseguí perder aquél partido y proclamarme ganador del codiciado
trofeo.
Y fue así como el peor jugador consiguió ganar un torneo
de tenis para envidia de todos los demás participantes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario