jueves, 16 de abril de 2020

La final de tenis más surrealista de la historia


Si eres aficionado al tenis seguro que habrás visto algún partido por televisión y, en especial, alguna de esas emocionantes finales de Gran Slam. Sin embargo puedo asegurarte que jamás habrás visto una final de tenis como la que te voy a contar y que he definido como “la final de tenis más surrealista de la historia”. Así sucedieron los hechos…

Yo era un gran aficionado al tenis, y digo “gran” por la afición, no por los resultados. Para mí, devolver dos o tres veces seguidas la pelota ya era un éxito y conseguir que la misma entrara dentro del rectángulo de juego me producía la mayor de las satisfacciones. Pero como era un gran aficionado, me apuntaba a todos los torneos que podía. Así, en el año 1982 se celebró el “III Torneo de Tenis Sideta” que organizaba la empresa en la que trabajaba y en la que participaban los empleados que quisiesen.

Para dar más lustre al torneo se pidió a los proveedores más fieles que nos regalasen las copas y estos nos sorprendieron gratamente con 3 copas, una para el ganador, otra para el segundo clasificado y otra para el tercero. Pero hubo una sorpresa: uno de los proveedores nos regaló además un “entrenador de tenis”, un artilugio consistente en una base pesada que se ponía en el suelo y de la que salía una larguísima goma elástica al final de la cual estaba atada una pelota de tenis. Cuando golpeabas la pelota, esta salía disparada y estiraba la goma al máximo para después volver hacia ti, con lo cual podías practicar tú solo en cualquier superficie plana como si estuvieses en un frontón. “Esto es para el que quede el último”, nos dijeron.

Se hicieron varios grupos y comenzó el campeonato a modo de liguilla, lo cual me permitió no caer eliminado a las primeras de cambio (a pesar de haber perdido 6-0 y 6-0 como era costumbre), sino jugar dos partidos más y –para sorpresa de todos- el 6-0 dejó de ser el resultado habitual ya que conseguí hacerme un 6-1. Lógicamente quedé el último del grupo pero... ¡oh sorpresa! había otro compañero del laboratorio en las mismas circunstancias que yo, por lo cual se hacía preciso un partido de desempate entre ambos para dilucidar quién era el peor de todos y por consiguiente el merecedor del codiciado premio (y digo codiciado porque hasta los que se llevaron una de las Copas miraban con envidia ese premio).

El insólito partido de desempate se prometía interesantísimo y congregó como espectadores y jueces a muchos de los compañeros que habían participado en el Torneo. Puedo asegurar que este partido despertó más expectación y atrajo más espectadores que la final para dilucidar quién era el ganador del torneo. Empezó el partido. Saqué yo. Fallo y fallo (0-15). Saqué la segunda bola. Fallo y fallo (0-30). Saqué la tercera. “Esto va bien”, dije para mis adentros. Y efectivamente, sin hacer mucho esfuerzo fallé los dos intentos (0-40). Un run run comenzó a escucharse entre los espectadores. Saqué una nueva bola. Fallo y fallo. Juego para el “resto”, o sea, para el contrario (que es así como se dice en el argot tenístico). Le tocó sacar a él y se le notaba el mosqueo. Él también quería conseguir el premio, así que copió mi táctica. Fallo y fallo (0-15). Fallo y fallo (0-30). Pero se le notaba más que a mí eso de fallar a propósito, así que los jueces pararon el partido. Nos dijeron que eso no valía, que había que jugar de verdad, haciéndolo tan mal como supiéramos pero intentado hacerlo bien, así que anularon esos juegos y volvimos a empezar desde el principio, con muchos ojos atentos para que no fallásemos a propósito. El partido fue realmente reñido. A veces yo golpeaba la pelota con la raqueta a modo sartén y gran potencia, realizando un globo (que parecía aerostático) que lanzaba la pelota por encima de la alambrada que rodeaba el campo y aterrizaba muchos metros más allá. Yo me volvía hacia los jueces y con gran serenidad y aplomo preguntaba: “¿Ha sido out?”. Las carcajadas de todos iban haciendo mella en la moral de mi contrincante que veía imposible llegar a jugar tan mal como yo. Estaba claro que los dos queríamos perder pero hacíamos todo lo posible por ganar, y nuestras habilidades tenísticas eran muy parejas. Sin embargo, tras notables esfuerzos, conseguí perder aquél partido y proclamarme ganador del codiciado trofeo.

Y fue así como el peor jugador consiguió ganar un torneo de tenis para envidia de todos los demás participantes.

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