Originalmente
conocido como “El niño del tambor” cambió su nombre por el de “El tamborilero”
al tiempo que se hacía famoso gracias a la canción de Raphael. Sin embargo, su
letra induce, cuando menos, al desasosiego. Veamos:
“El
camino que lleva a belén, baja hasta el valle que la nieve cubrió. Los
pastorcillos quieren ver a su rey, le traen regalos en su humilde zurrón, al
redentor, al redentor”.
Para
empezar, el letrista desconoce la geografía ya que nos dice que Belén está en
un valle cubierto de nieve. ¡Qué mas quisieran que un poco de nieve en tan
árido paisaje!
“Yo
quisiera poner a tu pies algún presente que te agrade señor, mas tú ya sabes
que soy pobre también, y no poseo más que un viejo tambor. (Rom pom
pom pom, rom pom pom pom) ¡En
tu honor frente al portal tocaré con mi tambor!”.
El
pastorcillo protagonista dice que es pobre y que sólo tiene un tambor. ¿Qué le
ofrece como regalo, entonces? ¡Pues no, no le regala el tambor sino que se pone
a tocarlo con frenesí como si eso fuese lo más adecuado para dormir y relajar a
un niño recién nacido!
“El
camino que lleva a Belén voy marcando con mi viejo tambor, nada hay mejor que
yo pueda ofrecer, su ronco acento es un canto de amor al redentor, al redentor.
Cuando Dios me vio tocando ante él me sonrió”.
El
tamborilero no sólo le da la matraca con su aporreo del tambor al niño Jesús
sino también a todo bicho viviente que circule por el camino a Belén. Toda una
apología de los decibelios. En lugar de ir a Belén tendría que haberse ido a
Calanda (Teruel). Y ya, para finalizar dice que Dios le sonrió cuando le vio
tocar; no me lo creo ¡Dios debió sonreír cuando lo perdió de vista y lo dejó en
paz!
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