miércoles, 26 de diciembre de 2018

Érase una vez el fútbol


El fútbol actual es un negocio en donde mandan las televisiones, los jugadores son mercenarios, los hinchas son violentos, los intermediarios son millonarios… ¡Qué poco queda de aquél noble deporte que se practicaba hasta hace tan solo unas pocas décadas! Sin embargo aún hay esperanza, aún queda algo de inocencia, aunque para ello tengamos que mirar muchos kilómetros al norte de nuestro planeta, concretamente a Islandia.

Con apenas 330.000 habitantes, la densidad de población más baja de Europa y un clima gélido con inviernos oscuros e interminables, este país ha conseguido un éxito notable en la última Eurocopa y en el último Mundial, siendo reconocido como uno de los ocho mejores equipos del mundo. ¿Cómo es posible eso? Veamos algunas de sus “rarezas”…

Para empezar han construido campos de fútbol cubiertos (ver imagen) para que el fútbol pase de ser un deporte de verano a un deporte que puede practicarse todo el año. El fútbol pueden jugarlo todos los niños y niñas que quieran, desde los 4 años hasta los 18 y para ello sólo tienen que apuntarse a un club en donde pagarán 700 euros al año, pero aquí viene lo bueno: reciben del Gobierno 600 euros de subvención. Después, tienen profesores y entrenadores que les inculcan no sólo la técnica futbolística sino el verdadero espíritu de este deporte: el “equipo”. Nada de figuras ni “figuritas”, aquí el fútbol es solidario y no un escaparate para descubrir talentos.

Más raro aún, los niños y niñas que forman los equipos nunca son descartados si lo hacen mal o parecen no tener cualidades; si ellos quieren siguen entrenando y jugando al fútbol junto a sus amigos un año tras otro. De esta forma no se desperdicia ningún talento, ya que no todas las personas maduran ni física ni mentalmente al mismo tiempo.

Los clubs son amateurs y los futbolistas tienen un trabajo del que viven y por el que contribuyen al progreso de la sociedad; el fútbol es simplemente su diversión. Cuando pasean por las calles lo hacen como unos ciudadanos más y ni tienen nubes de periodistas acechándoles ni viven en mansiones ni se las dan de figuras. Sólo los que han destacado mucho y han fichado por un equipo extranjero, pueden vivir sólo del fútbol.

Los hinchas son los familiares, amigos, vecinos… todos se involucran porque allí están jugando los suyos, no unos extranjeros comprados con dinero. Los hinchas animan a su equipo, son alegres y ruidosos, pero jamás se verá ninguna pelea ni enfrentamiento. Aquí el fútbol es pacífico.

Y más rara todavía, casi de un planeta extraterrestre, es la curiosa costumbre que ha implantado el último seleccionador nacional: Dos horas antes de cada partido se reúne con los hinchas del equipo en un bar a puerta cerrada. Allí les comunica la alineación que va a sacar y les explica cuál va a ser la táctica. ¿Por qué razón hace esto? La respuesta que nos da no puede ser más lógica: “De esta forma los aficionados saben a qué vamos a jugar y entienden el por qué; de lo contrario cada uno criticaría por qué no jugamos como él esperaba que jugásemos”.

Y si quieres conocer mucho más de sus peculiaridades, sólo tienes que leer el libro “El faro de Dalatangi”, del periodista deportivo Axel Torres.

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