Había cumplido los 63 años y andaba cabizbajo y meditabundo,
pensando en cuán presta pasa la vida, cuán veloces pasan los años, cómo la
inexorable caída de las hojas del calendario aplasta con su peso nuestra
juventud, nuestra alegría, nuestras ganas de vivir. Con esa edad yo me veía
viejo y decrépito, metido de lleno en la ancianidad, como un abuelo Cebolleta
cualquiera que va contando batallitas a sus nietos (aunque en mi caso, mi nieto
tenga cuatro patas y ladre... pero al menos escucha y mueve el rabo con
energía... cosa que un humano no hace). El caso es que me hallaba yo en horas
bajas, pensando en mis años mozos, en mi infancia perdida, pero ¡hete aquí, que
el destino me llevó a Ávila y esto hizo que cambiase mi vida por completo!
Allí, junto a las murallas de Ávila, y junto a la puerta que
tan gentilmente me ha dedicado su Ayuntamiento en las murallas de la ciudad (me
refiero a la puerta de San Vicente), pude ver este letrero que reproduzco en la
fotografía de abajo: ¡también los mayores de 60 años somos niños! Ahí lo pone
bien claro en las tarifas del trenecito turístico: “Niños mayores de 60 años, 3
euros”.
Ahora veo la vida con otro color, con más alegría, y hasta
yo mismo me siento mejor, con más energía y ganas de jugar y divertirme. ¡Soy
un niño, aunque tenga más de 60 años!
1 comentario:
Bueno, en el letrero se les había olvidado poner una coma. Pero ¡cómo me he reído con lo que has escrito!, es de lo mejorcito de tus producciones (para mi gusto). Guárdalo como "oro en paño", ya te lo pediré por escrito.
MC
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