viernes, 31 de octubre de 2025

En la Gloria la gocemos

Y este otro poema inédito de Mercedes Fisac Clemente (Daimiel, Ciudad Real, 1889-1981), que no pudo ser incluido en su libro “Una santa desconocida” (Amazon), está dedicado al fallecimiento, el 29 de diciembre de 1955, de su sobrina Isabel Fisac Rodríguez.
 
EN LA GLORIA LA GOCEMOS
 
Vengo de Misa de gloria,
de tu gloria, niña amada,
la gloria de Dios disfrutas,
por Él has sido llamada.
 
Lágrimas de sentimiento,
que son perfume del alma,
te ofrecimos al marcharte
con el Ángel de tu Guarda.
 
De blanco ha sido la Misa,
de blanco fueron tus galas,
y el albor de la inocencia
nos has dejado en tu casa.
 
Que en la Gloria te gocemos
nos han dicho, niña amada,
pide al Señor por tus padres,
por tus hermanos y hermana;
 
Pide por todos y goza
con los Ángeles, y canta
himnos de paz y de gloria
a Dios y a la Virgen Santa,
Reina de todos los Ángeles,
madre de todas las gracias,
para que se nos conceda,
por el don de tu plegaria,
que en el cielo te gocemos
que es la mejor esperanza.
 

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jueves, 30 de octubre de 2025

Tu advenimiento

Este poema de Mercedes Fisac Clemente (Daimiel, Ciudad Real, 1889-1981) lo escribió en 1945 con motivo del nacimiento de su sobrino Gaspar Fisac Rodríguez…
 
TU ADVENIMIENTO
 
La Iglesia en tu frente
señala la cruz:
¡que seas un santo
amando a Jesús!
 
Dichoso el que nace
de padres cristianos
y a Cristo por siempre
promete ser fiel,
por él sus padrinos
renuncian al mundo
y aquí, en el bautismo
proclaman la fé.
 
Há poco, tu madre
sintiendo venías,
(al valle de penas)
con dulce placer
rezaba el rosario
pidiendo a la Virgen
pudiera lograrte
y un hijo tener.
 
Há poco, tu padre
llegaba al Sagrario,
su pecho latía
de amor paternal;
con fé comulgaba
y un hijo pedía
que fuese otra prenda
de amor conyugal.
 
Que luego, imitando
los Reyes de Oriente
ofrezcas tus dones
al Dios de Israel;
y seas modelo
de santas virtudes
honrando a tus padres
y honrando a Daimiel.
 

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miércoles, 29 de octubre de 2025

Una santa desconocida. Poemas inéditos


La obra poética de Mercedes Fisac Clemente (Daimiel, Ciudad Real, 1889-1981) se ha recogido en el libro de Amazon “Una santa desconocida”. Sin embargo, tras su publicación, han aparecido algunos dos poemas más que vamos a compartir con vosotros en estas páginas durante los dos próximos días…
 
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martes, 28 de octubre de 2025

Y ya para terminar, completamos esta revisión con el poema “Una cadena” que Gaspar Fisac Clemente (1903-1986) dedicó en 1971 a su hija María del Carmen:
 
UNA CADENA
 
Yo quisiera para ti
algo que valga la pena
para obsequiarte en tu día:
“una cadena”.
 
Aunque vales más que pesas,
y aunque eres muy rebuena,
yo creo que necesitas
“una cadena”.
 
No salgas tanto a la calle
sé más tranquila y serena,
y recurre a este consejo,
“una cadena”.
 
A tus padres les encanta
en la comida y la cena
tener cerca a Mari Carmen,
“una cadena”.
 
De alegrías y trabajos,
siempre está tu vida llena;
forma con tus sacrificios
“una cadena”.
 
Piensa siempre en tu familia
mitiga siempre sus penas;
que Dios te ayude a llevar
“esta cadena”.
 

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lunes, 27 de octubre de 2025

Luis Ferrerós y Vilar


Para completar las “semblanzas” poéticas que
Gaspar Fisac Clemente (1903-1986) hacía de sus familiares y amigos, ofrecemos esta otra dedicada a:
 
LUIS FERRERÓS Y VILAR
 
Le gusta mucho el anís
Luis
e ir del amor en pos
Ferrerós
hablar muy poco y bailar
Vilar.
Quiere en Santiago aprobar
para seguir su carrera
y a su padre desespera
Luis Ferrerós y Vilar.
 

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domingo, 26 de octubre de 2025

Pascual Crespo Campesino


En esta revisión y recuperación que estamos haciendo de los poemas de Gaspar Fisac Clemente (1903-1986) destacan los denominados “semblanzas” en donde transmite a través de un poema lleno de ingenio algunas de las características que definen a una persona. El que recuperamos hoy estaba dedicado a:
 
 
PASCUAL CRESPO CAMPESINO
 
Simpático sin igual
Pascual
y además un poco fresco
Crespo
y a veces habla sin tino
Campesino.
 

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sábado, 25 de octubre de 2025

Agapito Crespo Campesino

De los años de estudios y recuerdos de aquella época, Gaspar Fisac Clemente (1903-1986) dedicó este poema a uno de sus amigos. En general, la amistad se convirtió en uno de los ejes de su vida y la poesía era igualmente su herramienta preferida para felicitar o simplemente saludar a sus amigos…
 
AGAPITO CRESPO CAMPESINO
 
Querido Amigo Agapito:
Te escribo desde Daimiel
y te ruego no protestes
como pasó la otra vez,
y si por cualquier motivo
tardo un poco en escribir
no se te ocurra pensar
que no me acuerdo de ti.
Pues tu fiel recuerdo Pito
nunca se aparta de mí
aunque tú estés en Fernán-
Caballero o en Madrid.
De la vida que aquí hago
poco te puedo contar
pues no salgo de un plan ostra
como es…el de estudiar.
Otro gallo me cantara
si en vez de estar en Daimiel
veraneando, estuviera
contigo en Carabanchel.
Pues habiendo allí una ”concha”
que vale cien veces más
que la concha tan famosa
que existe en San Sebastián,
creo, que en Carabanchel
se debe veranear;
¿No es verdad querido Pito
que allí debíamos estar?
¡Qué bien que lo pasaría!
Y tú también ¡cómo no!
¡Teniendo todo el verano
esa “concha” “pa” los dos!
Pues aquí desde que vine
no he salido a ningún sitio
¡y a nuestra Ramona Mauri
todavía no la he visto!
Pero esto pasará pronto
y antes de que llegue enero
he de llevarte a la calle
de Don Cardenal Cisneros.
Y con tantas tonterías
dejo lo más importante,
el objeto de esta carta
que es, el de felicitarte:
Y como de mi amistad
quiero que estés satisfecho
además de aconsejarte
te he compuesto este “ovillejo”.
Con gusto te felicito, Pito
y a la vez te compadezco, Crespo
al empezar tu camino, Campesino.
Pues si te marca el destino
de…”dolores” padecer
¡qué paciencia has de tener
Pito Crespo Campesino!
Y nada le digo en ésta
al simpático Pascual
porque hasta que él no me escriba
no le puedo contestar.
Un saludo a tu familia
y un abrazo muy cordial
para ti y para tu hermano
de vuestro amigo Gaspar.
 

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viernes, 24 de octubre de 2025

El poeta de la amistad (2)

Del 1 al 22 de septiembre de 2018 fui publicando algunos poemas de Gaspar Fisac Clemente (1903-1986), el poeta de la amistad, en este blog. En el índice por fechas que aparece en el lateral derecho de este blog (vista como web) se puede acceder a ellos, pero para ponerte las cosas fáciles, te detallo los poemas que publiqué en este blog con su enlace correspondiente para que puedas acceder directamente a los que más te interesen:
 
Álvaro Pinilla Chacón
https://palabrasinefables.blogspot.com/2018/09/alvaro-pinilla-chacon.html
 
Aurorita Atienza
https://palabrasinefables.blogspot.com/2018/09/aurorita-atienza.html
 
Carmen Rodríguez Pinilla
https://palabrasinefables.blogspot.com/2018/09/carmen-rodriguez-pinilla.html
 
Casio Clemente
https://palabrasinefables.blogspot.com/2018/09/casio-clemente.html
 
Cruces Lozano
https://palabrasinefables.blogspot.com/2018/09/cruces-lozano.html
 
Gaspar Fisac Clemente
https://palabrasinefables.blogspot.com/2018/09/gaspar-fisac-clemente-1903-1986.html
 
Isabel Rodríguez Pinilla (1)
https://palabrasinefables.blogspot.com/2018/09/isabel-rodriguez-pinilla.html
 
Isabel Rodríguez Pinilla (2)
https://palabrasinefables.blogspot.com/2018/09/a-isabel-en-el-venturoso-natalicio.html
 
Juan Sánchez López
https://palabrasinefables.blogspot.com/2018/09/juan-sanchez-lopez.html
 
Lola Fisac Serna
https://palabrasinefables.blogspot.com/2018/09/lola-fisac-serna.html
 
Manolo Pinilla Fisac
https://palabrasinefables.blogspot.com/2018/09/manolo-pinilla-fisac.html
 
Mercedes Casado Herrero
https://palabrasinefables.blogspot.com/2018/09/mercedes-casado-herrero.html
 
Pascual Crespo
https://palabrasinefables.blogspot.com/2018/09/son-los-dias-de-pascual.html
 
Piedad Lozano
https://palabrasinefables.blogspot.com/2018/09/piedad-lozano.html
 
Ramón Fisac
https://palabrasinefables.blogspot.com/2018/09/ramon-fisac.html
 
Vicente Fisac Rodríguez (1)
https://palabrasinefables.blogspot.com/2018/09/vicentito.html
 
Vicente Fisac Rodríguez (2)
https://palabrasinefables.blogspot.com/2018/09/a-vicentito.html
 
Zenaida Rodríguez Pinilla
https://palabrasinefables.blogspot.com/2018/09/zenaida-rodriguez-pinilla.html
 
Otros poemas:
 
Amor o caradura
https://palabrasinefables.blogspot.com/2018/09/amor-o-caradura.html
 
A mi querida abuela en sus días
https://palabrasinefables.blogspot.com/2018/09/a-mi-querida-abuela-en-sus-dias.html
 
A mi primera nieta
https://palabrasinefables.blogspot.com/2018/09/a-mi-primera-nieta.html
 
En fin, estos son los poemas que había conseguido recopilar hasta esa fecha, pero años después han aparecido nuevos poemas que compartiré con vosotros en los próximos días…
 

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jueves, 23 de octubre de 2025

El poeta de la amistad (1)

Gaspar Fisac Clemente nació en Daimiel (Ciudad Real) el 8 de enero de 1903, hijo de Gaspar Fisac Orovio y Concepción Clemente Pozuelo. Era el menor de seis hermanos, siendo los cinco que le precedían: Mercedes, Rafael, Carmen, Domingo y Concepción. Fisac Clemente estudió la carrera de Farmacia en Granada y, una vez terminada, abrió botica en Daimiel, en donde se casó y tuvo cuatro hijos: María del Carmen, Gaspar, Vicente e Isabel. Al cabo de unos años, se trasladó a Madrid en donde estudiaron y vivieron sus hijos.
 
La historia de Gaspar Fisac Orovio, su vida, su legado, la época en que vivió, etc., la podemos encontrar en Amazon, en el libro “Médico, periodista y poeta” y ya podemos adivinar por el título de este libro, que una de las facetas de Fisac Orovio fue la poesía, habiéndose distinguido por sus composiciones poéticas e incluso por la composición de algunas piezas teatrales en verso.
 
Esa vena poética se transformó en hereditaria ya que de sus seis hijos, dos de ellos, Mercedes y Gaspar escribieron poemas a lo largo de su vida, en el caso de Mercedes, todos ellos centrados en el ámbito religioso, y en el caso de Gaspar básicamente en el ámbito de la amistad. Años más tarde, en la siguiente generación, la de sus nietos, Gaspar Fisac Rodríguez también escribió algunos poemas a lo largo de su vida, pero fue Vicente Fisac Rodríguez quien se dedicó por entero al mundo del periodismo y la comunicación (para sustentar el cuerpo) y a la poesía (para sustentar el alma).
 
Durante los próximos días vamos a repasar los poemas que hemos conseguido recopilar de Gaspar Fisac Clemente y que nunca fueron recopilados en un libro, permaneciendo esparcidos por cualquier rincón esperando –quizás- que en algún momento alguien les diera una nueva oportunidad de ser leídos…
 

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miércoles, 22 de octubre de 2025

La fuerza de la familia (y 4. El refugio de la familia)

Capítulo 4.- El refugio de la familia

 
El verano de 1936 dejó a Consuelo y Paco huérfanos en un Daimiel sacudido por la Guerra Civil. A sus dieciséis y catorce años, los hermanos enfrentaban un mundo roto, pero no estaban solos. Vicente, el tío que años atrás había viajado a Granada para cuidar de su hermano Pepe, abrió las puertas de su hogar sin dudarlo. Junto a su esposa, Carmen, y sus seis hijas, acogieron a Consuelo y Paco como si fueran suyos. La casa de Vicente se convirtió en un refugio donde el dolor encontraba consuelo en la unión familiar.
 
Consuelo y Paco, aún marcados por la pérdida de su padre y el recuerdo lejano de su madre, encontraron en sus tíos y primas una nueva familia. Vicente, con su carácter firme pero afectuoso, se aseguraba de que no les faltara nada, mientras Carmen, la tía, les ofrecía el cariño maternal que habían perdido. Las primas, de edades cercanas, llenaban los días de charlas, juegos y confidencias. Consuelo, con su madurez precoz, se integró rápidamente, ayudando a sus primas con las tareas y aprendiendo de ellas el arte de la economía doméstica. Paco, más reservado, encontraba en las bromas de sus primas un alivio para su tristeza.
 
La guerra seguía su curso, pero en la casa de Vicente, la vida continuó con una rutina que sanaba poco a poco las heridas. Cuando el conflicto terminó, Vicente y Carmen decidieron que los hermanos debían tener las mejores oportunidades posibles. Paco, con su mente inquieta y su deseo de ayudar a otros, se inclinó por la medicina. Con el apoyo de sus tíos, se trasladó a Madrid para estudiar la carrera, dedicándose con la misma tenacidad que su padre había mostrado en el ejército. Consuelo, como sus primas, no tuvo acceso a una educación universitaria —algo poco común para las mujeres de la época—, pero Vicente y Carmen se aseguraron de que recibiera una formación sólida. La enviaron al colegio de las Damas Negras, en la calle Eduardo Dato de Madrid, donde aprendió idiomas, cultura general y labores, todo lo que se consideraba esencial para una joven de su tiempo.
 
En Madrid, Consuelo floreció. Su inteligencia y su carácter la convirtieron en una joven admirada, y pronto llamó la atención de Manolo, un hombre de Daimiel. Se casaron en una ceremonia sencilla, marcada por la alegría de volver a reunir a la familia en el pueblo. Paco, por su parte, conoció a Mª Teresa, sobrina de Álvaro, novio de una de sus primas. La boda de Paco y Mª Teresa selló aún más los lazos entre las familias, tejiendo una red de afecto que parecía desafiar las tragedias del pasado.
 
Consuelo y Paco, ya adultos, llevaron consigo las lecciones de su infancia: la resiliencia de su padre Pepe, la bondad de su madre Carmen, y la generosidad de sus tíos y Josefa, la niñera que los protegió en los días más oscuros. La casa de Daimiel, con su patio de geranios y sus recuerdos, siguió siendo un lugar de reunión, donde las nuevas generaciones escuchaban las historias de un tiempo de fiebre, guerra y sacrificio. Y aunque la sombra del tifus y la guerra nunca se desvaneció por completo, en el seno de la familia se encontró el amor, la unión y la fuerza necesaria para seguir luchando hacia un futuro mejor.
 

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martes, 21 de octubre de 2025

La fuerza de la familia (3. El sacrificio)

Capítulo 3.- El sacrificio

 
El verano de 1936 llegó a Daimiel con un sol abrasador, pero con una calma aparente que escondía la tormenta que se avecinaba. Pepe, ya un militar respetado, había llevado a sus hijos, Consuelo y Paco, a pasar las vacaciones en la casa familiar de Daimiel, como era su costumbre. La vivienda, sencilla pero llena de recuerdos, era un refugio donde Consuelo, ahora de dieciséis años, y Paco, de catorce, disfrutaban de la compañía de sus tíos y primas. Consuelo, con su inteligencia despierta, ayudaba a sus primas con las tareas domésticas, mientras Paco, soñador y curioso, exploraba los campos manchegos con sus primos.
 
Pero el 18 de julio, el mundo que conocían se fracturó. La Guerra Civil estalló con una violencia que recorrió España como un relámpago. Daimiel, un pueblo tranquilo, se vio envuelto en el caos de los dos bandos enfrentados. Pepe, como militar leal al ejército, se convirtió en un objetivo inmediato para las fuerzas republicanas locales, que sospechaban de cualquiera con un uniforme. Sin tiempo para reaccionar, fue arrestado y llevado a una improvisada prisión en el pueblo.
 
Consuelo, con la valentía que había heredado de su padre, no se quedó de brazos cruzados. A sus dieciséis años, recorrió Daimiel buscando aliados, hablando con vecinos y autoridades locales, suplicando por la liberación de Pepe. Pero sus esfuerzos chocaban contra un muro de miedo y desconfianza. La guerra había desatado una fiebre de sospechas, y nadie quería arriesgarse por un militar. Paco, más joven pero igual de decidido, la acompañaba en silencio, apretando los puños cada vez que una puerta se cerraba ante ellos.
 
Una noche, un grupo de milicianos republicanos visitó a Pepe en su celda. Le ofrecieron un trato: unirse a su bando, traicionar sus juramentos y sus ideales, a cambio de su vida. Pepe, con la misma calma que había enfrentado el tifus años atrás, los miró a los ojos.
—Soy militar —dijo, su voz firme a pesar de la fatiga—. No desertaré de mi ejército ni de lo que creo.
Los milicianos, impacientes, le dieron un ultimátum, pero Pepe no cedió.
 
Días después, en una madrugada fría, lo sacaron de la celda y lo llevaron al término municipal de Torralba de Calatrava. En un descampado, bajo un cielo sin estrellas, le preguntaron si quería que le vendaran los ojos.
—No —respondió, erguido, con la dignidad de quien sabe que su hora ha llegado—. Soy militar.
El eco de los disparos resonó en la noche, y Pepe cayó en una cuneta, su vida segada por la guerra que dividía a España.
 
Un vecino de Daimiel, que por casualidad pasaba por el lugar, reconoció el cuerpo y corrió a avisar a la familia. Vicente, el tío de Consuelo y Paco, organizó el traslado del cadáver al cementerio, donde fue enterrado con una ceremonia breve, marcada por el silencio y el dolor. Consuelo, con los ojos secos pero el corazón roto, y Paco, que por primera vez parecía más hombre que niño, se aferraron el uno al otro. A sus dieciséis y catorce años, se habían quedado huérfanos, solos en un mundo que se desmoronaba.
 
La guerra seguía rugiendo, pero en Daimiel, la casa familiar se convirtió en un refugio de luto. Consuelo y Paco, con la memoria de su padre como un faro, sabían que debían seguir adelante, aunque el camino estuviera lleno de sombras.
 

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lunes, 20 de octubre de 2025

La fuerza de la familia (2. El peso de la pérdida)

Capítulo 2.- El peso de la pérdida

 
El verano de 1915 se alargaba en Granada, y la casa de los Rodríguez Lozano se había convertido en un refugio de lucha y esperanza. Josefa, la niñera, iba y venía con una determinación silenciosa, mientras sus hijos, Consuelo y Paco, jugaban ajenos al drama que se desarrollaba en el dormitorio de sus padres. Pero la enfermedad no cedía. Carmen, cuya risa una vez llenaba la casa, se apagaba bajo el peso del tifus. Sus mejillas, antes rosadas, estaban ahora pálidas como la cera, y sus manos temblaban al intentar aferrarse a la vida.
 
La noticia de la enfermedad llegó hasta Daimiel, y Vicente, el hermano mayor de Pepe, no dudó en actuar. Propietario de una fábrica de aceite de orujo heredada de su padre, Vicente era un hombre práctico, de pocas palabras pero de acción decidida. Delegó en otras manos su negocio y viajó a Granada, con la determinación de salvar a su familia. Al llegar, encontró a Pepe luchando por recuperarse y a Carmen al borde del abismo. La presencia de Vicente trajo un poco de orden al caos: organizó las tareas de la casa, aseguró que Josefa tuviera lo necesario y, en los momentos más oscuros, sostuvo la mano de su hermano.
 
Pepe, aunque débil, comenzaba a mostrar signos de mejoría. La fiebre cedía por momentos, y su espíritu militar lo mantenía firme. Pero Carmen no tuvo la misma suerte. A los pocos días de la llegada de Vicente, una noche de agosto, su cuerpo agotado se rindió. No había llegado a los treinta años, y su partida dejó un silencio que pesaba más que el calor. Pepe, postrado aún, recibió la noticia con una resignación que ocultaba un dolor inmenso. No hubo llantos ni lamentos; solo un asentimiento callado, como si aceptara una orden inevitable del destino.
 
Vicente se encargó de los arreglos fúnebres, mientras Josefa mantenía a Consuelo y Paco ocupados con cuentos y juegos, protegiéndolos del peso de la tragedia. La pequeña Consuelo, con sus cuatro años, preguntaba por su madre, y Josefa, con el corazón roto, le hablaba de ángeles y estrellas para suavizar la verdad. Paco, demasiado pequeño, solo percibía la ausencia en las miradas tristes de los mayores.
 
Cuando Pepe recuperó las fuerzas, algo en él había cambiado. La chispa juguetona de sus ojos se apagó, reemplazada por una determinación férrea. Juró dedicarse por entero a sus hijos y a su carrera militar. Granada, con sus recuerdos amargos, ya no podía ser su hogar. Aceptó un nuevo destino en Cádiz, una ciudad luminosa junto al mar, donde esperaba que el aire salado sanara las heridas de su familia.
 
En Cádiz, Pepe se convirtió en un padre ejemplar. Aunque tenía dos personas a su servicio para ayudar con la casa, él mismo llevaba a Consuelo y Paco de paseo por la Alameda Apodaca, les compraba helados en la Plaza de Mina y supervisaba sus tareas escolares con una paciencia que contrastaba con su disciplina militar. Consuelo, con su carácter despierto, empezaba a mostrar una inteligencia vivaz, mientras Paco, más inquieto, soñaba con aventuras en alta mar. La vida, aunque marcada por la ausencia de Carmen, comenzaba a encontrar un nuevo ritmo.
 
Pero en el fondo, Pepe sabía que la paz era frágil. Los ecos de la tragedia en Granada lo seguían, y en Cádiz, mientras paseaba con sus hijos bajo el sol, sentía que el destino aún guardaba pruebas por venir.
 

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domingo, 19 de octubre de 2025

La fuerza de la familia (1. La sombra del tifus)

Durante los próximo cuatro días vamos a compartir en estas páginas una novela corta, un pequeño relato que es una recreación literaria de una historia verdadera. Los personajes y los hechos centrales aquí representados existieron realmente y así sucedieron los hechos…
 
Capítulo 1.- La sombra del tifus
 
En el verano de 1915, Granada se ahogaba bajo un calor que parecía derretir las piedras de sus calles. José Rodríguez, Pepe para los suyos, había llegado a la ciudad como teniente recién graduado de la academia militar. Su porte recto y su mirada serena reflejaban la disciplina que lo había moldeado, pero en casa, con su esposa Carmen y sus pequeños Consuelo y Paco, se transformaba en un hombre tierno, de risas fáciles. Carmen, nacida en Daimiel, Ciudad Real, había traído al matrimonio la calidez de su pueblo manchego, y juntos soñaban con una vida tranquila para sus hijos: Consuelo, de cuatro años, con sus trenzas perfectamente peinadas, y Paco, de dos, un torbellino de rizos y balbuceos.
 
La casa de los Rodríguez era modesta pero acogedora, con un patio donde Carmen cultivaba geranios. Sin embargo, Granada, por aquellos años, escondía una amenaza bajo su belleza. El alcantarillado, precario y descuidado, convertía las aguas en un peligro latente. Aquel verano, el tifus llegó como un ladrón silencioso. Primero fue un rumor en los mercados, luego un goteo de enfermos, y pronto, una epidemia que sembró el miedo en la ciudad.
 
Carmen fue la primera en caer. Un cansancio inexplicable la obligó a guardar cama, seguido de fiebres que la hacían delirar. Pepe, intentando mantenerse fuerte, pronto sintió el mismo ardor en su cuerpo. El hospital de Granada, un edificio viejo y saturado, no tenía sitio para ellos. No quedó más remedio que enfrentar la enfermedad en casa, con las ventanas cerradas para evitar el calor y el polvo.
 
Sus hijos, Consuelo y Paco, demasiado pequeños para entender la gravedad, jugaban en el patio bajo la mirada atenta de Josefa, la niñera. Josefa, una mujer de Daimiel con el rostro curtido por el sol y el corazón inmenso. Con una energía que desafiaba sus años, Josefa se convirtió en el alma de la casa. Preparaba caldos, aplicaba compresas frías y rezaba mientras vigilaba a los niños y mantenía la esperanza viva.
 
Pepe, entre fiebres, murmuraba palabras de aliento a Carmen, pero ella apenas respondía. Josefa, con su sabiduría campesina, traía remedios que conseguía en la farmacia: polvos de quinina, infusiones de hierbas, cualquier cosa que pudiera aliviar el sufrimiento. Pero la ciudad parecía rendirse al tifus, y en la casa de los Rodríguez el futuro pendía de un hilo.
 

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viernes, 17 de octubre de 2025

A Rafael Fisac

De Rafael Fisac poco se sabe, salvo lo que conservan con agrado en la memoria todos aquellos que lo conocieron. Hijo del médico, periodista y poeta Gaspar Fisac Orovio, se dedicó a la enseñanza en el Instituto Cervantes de Madrid. Amante del teatro y la cultura, se carteaba con grandes literatos y artistas, algunos de los cuales pasaron a visitarlo en su casa.
 
El gran autor teatral Antonio Buero Vallejo, le dedicaba palabras como estas: “Con pluma de oro y gota de zafiro, al tío Rafael –casi un padre”.
 
La gran actriz de teatro María Jesús Valdés también le tenía en gran estima: “A mi querido tío Rafael en una de mis ‘cortísimas’ visitas a esta casa tan cielo, donde se respira bondad, paz y arte! Ya lo creo! Con todo mi cariño”.
 
Otros, como un tal J.P. le decía: “Con la emoción de mis primeras confidencias, que hubiera querido le revelase mi interior con la transparencia del agua clara”.
 
Un tal P.G.S. le decía: “Con el mayor afecto, después de ‘des-cansar’ en su apacible morada, donde he encontrado la amistad más sincera de toda mi vida”.
 
Y otro, con iniciales H.F. le dedicaba este poemilla:
Este recuerdo de mi amigo trazo,
con tu pluma de oro,
mas tu amistad yo la aprecio
como el más alto tesoro”.
 
Claro que si hay un poema que puede escenificar mejor que cualquier otra cosa cómo era Rafael Fisac, es este que le dedicó Amador Ponce:
 
“Qué propicia es esta casa
para el éxtasis fecundo
donde la mente se abraza,
olvidándose del mundo
y lo que en el mundo pasa.
 
Un octavo piso; el suelo
allá abajo; allá enfrente
el rojo ardor del poniente,
y arriba, muy cerca, el cielo
madrileño y transparente.
 
No he visto mejor lugar
para vivir y soñar
en una urbana Babel.
Por algo vino a habitar
a esta casa Rafael”.
 
Una buena forma de conocer cómo son las personas es ver qué dicen de ella quienes convivieron más de cerca con esa persona… y esto también lo puedes aplicar a ti mismo.
 

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miércoles, 15 de octubre de 2025

El milagro del teatro (y 2)

El día del estreno llegó como un torbellino. El teatro estaba lleno, el aire cargado de expectación. Adrián se quedó en la penumbra, al fondo, como siempre, observando desde las sombras. Pero esta vez no era un escondite. Era su lugar, el lugar desde donde podía ver cómo su verdad cobraba vida. Cuando el telón se alzó y las primeras palabras resonaron, sintió un nudo en la garganta. Cada escena era un pedazo de él, pero también un regalo para el mundo. Vio rostros en el público: algunos conmovidos, con lágrimas brillando en los ojos; otros incómodos, como si las palabras los obligaran a enfrentar algo que preferían ignorar; otros absortos, atrapados por la magia del escenario. 
 
Cuando llegó la escena final, la voz de Elena llenó el teatro con una intensidad que parecía trascender el espacio físico:
—Mírate. No al espejo, no a la sombra. Mírate a ti. Porque lo que eres, lo que eliges ser, es lo único que importa. Ese otro yo no es un extraño. Es el que siempre estuvo ahí, esperando que lo reconozcas. 
 
El silencio que siguió fue profundo, casi sagrado. Y luego, el aplauso estalló, un rugido que envolvió a Adrián como una ola. Pero no se unió. Cerró los ojos, dejando que el sonido lo atravesara, dejando que llenara los espacios vacíos de su alma. La semilla estaba plantada. No sabía cuántos la recogerían, cuántos se detendrían a mirar dentro de sí mismos, a redescubrir esas palabras olvidadas: gracias, perdón, cariño, comprensión, ayuda, solidaridad, escucha, apoyo. Pero con que uno solo lo hiciera, sería suficiente.
 
Salió del teatro al aire fresco de la noche, el cuaderno en su mochila, ahora ligero, como si hubiera soltado un peso que llevaba años cargando. La ciudad brillaba a su alrededor, las luces reflejándose en los charcos de la calle, pero por primera vez, no buscó sombras en los reflejos. No escuchó la voz. Solo sintió una calma profunda, como si el mundo, por un momento, estuviera en paz.  Caminó por las calles, dejando que el viento le acariciara el rostro. Recordó a la mujer joven en el parque, corriendo con su perro, y la envidia que había sentido por esa simplicidad. Ahora, sin embargo, no había envidia. Había gratitud. Gratitud por haber encontrado su verdad, por haberla compartido, por haber dado un paso hacia la luz, aunque fuera pequeño. 
 
La obra seguiría, noche tras noche, y con cada representación, la semilla se esparciría un poco más. Algunos la ignorarían, otros la pisotearían sin darse cuenta. Pero algunos, tal vez solo unos pocos, la recogerían. Y en ellos, algo cambiaría. Una palabra amable, un gesto de perdón, una mano extendida. Y eso, supo Adrián, era suficiente.  Se detuvo bajo un farol, abrió el cuaderno por una página en blanco y, por primera vez en mucho tiempo, escribió. No en tinta roja, no con miedo, no con dudas. Escribió con su propia mano, con su propia voz: Gracias. Por el espejo. Por la sombra. Por mí.  Cerró el cuaderno y siguió caminando, con el corazón más ligero, sabiendo que ese otro yo había dejado de ser un extraño. Era él. Y siempre lo sería.
 

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