Y este otro poema inédito de Mercedes Fisac
Clemente (Daimiel, Ciudad Real, 1889-1981), que no pudo ser incluido en su
libro “Una santa desconocida” (Amazon), está dedicado al fallecimiento, el 29
de diciembre de 1955, de su sobrina Isabel Fisac Rodríguez.
EN LA GLORIA LA GOCEMOS
Vengo de Misa de gloria,
de tu gloria, niña amada,
la gloria de Dios disfrutas,
por Él has sido llamada.
Lágrimas de sentimiento,
que son perfume del alma,
te ofrecimos al marcharte
con el Ángel de tu Guarda.
De blanco ha sido la Misa,
de blanco fueron tus galas,
y el albor de la inocencia
nos has dejado en tu casa.
Que en la Gloria te gocemos
nos han dicho, niña amada,
pide al Señor por tus padres,
por tus hermanos y hermana;
Pide por todos y goza
con los Ángeles, y canta
himnos de paz y de gloria
a Dios y a la Virgen Santa,
Reina de todos los Ángeles,
madre de todas las gracias,
para que se nos conceda,
por el don de tu plegaria,
que en el cielo te gocemos
que es la mejor esperanza.
“Biblioteca Fisac”. Más de 50 títulos…
Una Biblioteca que abarca todos los géneros en
ediciones digital e impresa…
https://share.google/UYzsnB8QjeKJK8llh
“Una santa desconocida”: https://www.amazon.es/dp/B08LNN58KN
Este poema de Mercedes Fisac Clemente (Daimiel,
Ciudad Real, 1889-1981) lo escribió en 1945 con motivo del nacimiento de su
sobrino Gaspar Fisac Rodríguez…
TU ADVENIMIENTO
La Iglesia en tu frente
señala la cruz:
¡que seas un santo
amando a Jesús!
Dichoso el que nace
de padres cristianos
y a Cristo por siempre
promete ser fiel,
por él sus padrinos
renuncian al mundo
y aquí, en el bautismo
proclaman la fé.
Há poco, tu madre
sintiendo venías,
(al valle de penas)
con dulce placer
rezaba el rosario
pidiendo a la Virgen
pudiera lograrte
y un hijo tener.
Há poco, tu padre
llegaba al Sagrario,
su pecho latía
de amor paternal;
con fé comulgaba
y un hijo pedía
que fuese otra prenda
de amor conyugal.
Que luego, imitando
los Reyes de Oriente
ofrezcas tus dones
al Dios de Israel;
y seas modelo
de santas virtudes
honrando a tus padres
y honrando a Daimiel.
“Biblioteca Fisac”. Más de 50 títulos…
Una Biblioteca que abarca todos los géneros en
ediciones digital e impresa…
https://share.google/UYzsnB8QjeKJK8llh
“Una santa desconocida”: https://www.amazon.es/dp/B08LNN58KN
La obra poética de Mercedes Fisac Clemente (Daimiel,
Ciudad Real, 1889-1981) se ha recogido en el libro de Amazon “Una santa
desconocida”. Sin embargo, tras su publicación, han aparecido algunos dos
poemas más que vamos a compartir con vosotros en estas páginas durante los dos
próximos días…
“Biblioteca Fisac”. Más de 50 títulos…
Una Biblioteca que abarca todos los géneros en
ediciones digital e impresa…
https://share.google/UYzsnB8QjeKJK8llh
“Una santa desconocida”: https://www.amazon.es/dp/B08LNN58KN
Y
ya para terminar, completamos esta revisión con el poema “Una cadena” que Gaspar
Fisac Clemente (1903-1986) dedicó en 1971 a su hija María del Carmen:
UNA
CADENA
Yo
quisiera para ti
algo
que valga la pena
para
obsequiarte en tu día:
“una
cadena”.
Aunque
vales más que pesas,
y
aunque eres muy rebuena,
yo
creo que necesitas
“una
cadena”.
No
salgas tanto a la calle
sé
más tranquila y serena,
y
recurre a este consejo,
“una
cadena”.
A
tus padres les encanta
en
la comida y la cena
tener
cerca a Mari Carmen,
“una
cadena”.
De
alegrías y trabajos,
siempre
está tu vida llena;
forma
con tus sacrificios
“una
cadena”.
Piensa
siempre en tu familia
mitiga
siempre sus penas;
que
Dios te ayude a llevar
“esta
cadena”.
“Biblioteca
Fisac”. Más de 50 títulos…
Una
Biblioteca que abarca todos los géneros en ediciones digital e impresa…
https://share.google/UYzsnB8QjeKJK8llh
“Médico,
periodista y poeta”: https://www.amazon.es/dp/1706950551
Para
completar las “semblanzas” poéticas que Gaspar Fisac Clemente (1903-1986) hacía
de sus familiares y amigos, ofrecemos esta otra dedicada a:
LUIS
FERRERÓS Y VILAR
Le
gusta mucho el anís
Luis
e
ir del amor en pos
Ferrerós
hablar
muy poco y bailar
Vilar.
Quiere
en Santiago aprobar
para
seguir su carrera
y
a su padre desespera
Luis
Ferrerós y Vilar.
“Biblioteca
Fisac”. Más de 50 títulos…
Una
Biblioteca que abarca todos los géneros en ediciones digital e impresa…
https://share.google/UYzsnB8QjeKJK8llh
“Médico,
periodista y poeta”: https://www.amazon.es/dp/1706950551
En
esta revisión y recuperación que estamos haciendo de los poemas de Gaspar Fisac
Clemente (1903-1986) destacan los denominados “semblanzas” en donde transmite a
través de un poema lleno de ingenio algunas de las características que definen
a una persona. El que recuperamos hoy estaba dedicado a:
PASCUAL
CRESPO CAMPESINO
Simpático
sin igual
Pascual
y
además un poco fresco
Crespo
y
a veces habla sin tino
Campesino.
“Biblioteca
Fisac”. Más de 50 títulos…
Una
Biblioteca que abarca todos los géneros en ediciones digital e impresa…
https://share.google/UYzsnB8QjeKJK8llh
“Médico,
periodista y poeta”: https://www.amazon.es/dp/1706950551
De
los años de estudios y recuerdos de aquella época, Gaspar Fisac Clemente
(1903-1986) dedicó este poema a uno de sus amigos. En general, la amistad se
convirtió en uno de los ejes de su vida y la poesía era igualmente su
herramienta preferida para felicitar o simplemente saludar a sus amigos…
AGAPITO
CRESPO CAMPESINO
Querido
Amigo Agapito:
Te
escribo desde Daimiel
y
te ruego no protestes
como
pasó la otra vez,
y
si por cualquier motivo
tardo
un poco en escribir
no
se te ocurra pensar
que
no me acuerdo de ti.
Pues
tu fiel recuerdo Pito
nunca
se aparta de mí
aunque
tú estés en Fernán-
Caballero
o en Madrid.
De
la vida que aquí hago
poco
te puedo contar
pues
no salgo de un plan ostra
como
es…el de estudiar.
Otro
gallo me cantara
si
en vez de estar en Daimiel
veraneando,
estuviera
contigo
en Carabanchel.
Pues
habiendo allí una ”concha”
que
vale cien veces más
que
la concha tan famosa
que
existe en San Sebastián,
creo,
que en Carabanchel
se
debe veranear;
¿No
es verdad querido Pito
que
allí debíamos estar?
¡Qué
bien que lo pasaría!
Y
tú también ¡cómo no!
¡Teniendo
todo el verano
esa
“concha” “pa” los dos!
Pues
aquí desde que vine
no
he salido a ningún sitio
¡y
a nuestra Ramona Mauri
todavía
no la he visto!
Pero
esto pasará pronto
y
antes de que llegue enero
he
de llevarte a la calle
de
Don Cardenal Cisneros.
Y
con tantas tonterías
dejo
lo más importante,
el
objeto de esta carta
que
es, el de felicitarte:
Y
como de mi amistad
quiero
que estés satisfecho
además
de aconsejarte
te
he compuesto este “ovillejo”.
Con
gusto te felicito, Pito
y
a la vez te compadezco, Crespo
al
empezar tu camino, Campesino.
Pues
si te marca el destino
de…”dolores”
padecer
¡qué
paciencia has de tener
Pito
Crespo Campesino!
Y
nada le digo en ésta
al
simpático Pascual
porque
hasta que él no me escriba
no
le puedo contestar.
Un
saludo a tu familia
y
un abrazo muy cordial
para
ti y para tu hermano
de
vuestro amigo Gaspar.
“Biblioteca
Fisac”. Más de 50 títulos…
Una
Biblioteca que abarca todos los géneros en ediciones digital e impresa…
https://share.google/UYzsnB8QjeKJK8llh
“Médico,
periodista y poeta”: https://www.amazon.es/dp/1706950551
Gaspar
Fisac Clemente nació en Daimiel (Ciudad Real) el 8 de enero de 1903, hijo de Gaspar
Fisac Orovio y Concepción Clemente Pozuelo. Era el menor de seis hermanos,
siendo los cinco que le precedían: Mercedes, Rafael, Carmen, Domingo y
Concepción. Fisac Clemente estudió la carrera de Farmacia en Granada y, una vez
terminada, abrió botica en Daimiel, en donde se casó y tuvo cuatro hijos: María
del Carmen, Gaspar, Vicente e Isabel. Al cabo de unos años, se trasladó a
Madrid en donde estudiaron y vivieron sus hijos.
La
historia de Gaspar
Fisac Orovio, su vida, su legado, la época en que vivió, etc., la podemos
encontrar en Amazon, en el libro “Médico, periodista y poeta” y ya podemos
adivinar por el título de este libro, que una de las facetas de Fisac Orovio
fue la poesía, habiéndose distinguido por sus composiciones poéticas e incluso
por la composición de algunas piezas teatrales en verso.
Esa
vena poética se transformó en hereditaria ya que de sus seis hijos, dos de
ellos, Mercedes y Gaspar escribieron poemas a lo largo de su vida, en el caso
de Mercedes, todos ellos centrados en el ámbito religioso, y en el caso de
Gaspar básicamente en el ámbito de la amistad. Años más tarde, en la siguiente
generación, la de sus nietos, Gaspar Fisac Rodríguez también escribió algunos
poemas a lo largo de su vida, pero fue Vicente Fisac Rodríguez quien se dedicó
por entero al mundo del periodismo y la comunicación (para sustentar el cuerpo)
y a la poesía (para sustentar el alma).
Durante
los próximos días vamos a repasar los poemas que hemos conseguido recopilar de
Gaspar Fisac Clemente y que nunca fueron recopilados en un libro, permaneciendo
esparcidos por cualquier rincón esperando –quizás- que en algún momento alguien
les diera una nueva oportunidad de ser leídos…
“Biblioteca
Fisac”. Más de 50 títulos…
Una
Biblioteca que abarca todos los géneros en ediciones digital e impresa…
https://share.google/UYzsnB8QjeKJK8llh
“Médico,
periodista y poeta”: https://www.amazon.es/dp/1706950551
Capítulo
4.- El refugio de la familia
El
verano de 1936 dejó a Consuelo y Paco huérfanos en un Daimiel sacudido por la
Guerra Civil. A sus dieciséis y catorce años, los hermanos enfrentaban un mundo
roto, pero no estaban solos. Vicente, el tío que años atrás había viajado a
Granada para cuidar de su hermano Pepe, abrió las puertas de su hogar sin
dudarlo. Junto a su esposa, Carmen, y sus seis hijas, acogieron a Consuelo y
Paco como si fueran suyos. La casa de Vicente se convirtió en un refugio donde
el dolor encontraba consuelo en la unión familiar.
Consuelo
y Paco, aún marcados por la pérdida de su padre y el recuerdo lejano de su
madre, encontraron en sus tíos y primas una nueva familia. Vicente, con su
carácter firme pero afectuoso, se aseguraba de que no les faltara nada,
mientras Carmen, la tía, les ofrecía el cariño maternal que habían perdido. Las
primas, de edades cercanas, llenaban los días de charlas, juegos y
confidencias. Consuelo, con su madurez precoz, se integró rápidamente, ayudando
a sus primas con las tareas y aprendiendo de ellas el arte de la economía
doméstica. Paco, más reservado, encontraba en las bromas de sus primas un
alivio para su tristeza.
La
guerra seguía su curso, pero en la casa de Vicente, la vida continuó con una
rutina que sanaba poco a poco las heridas. Cuando el conflicto terminó, Vicente
y Carmen decidieron que los hermanos debían tener las mejores oportunidades
posibles. Paco, con su mente inquieta y su deseo de ayudar a otros, se inclinó
por la medicina. Con el apoyo de sus tíos, se trasladó a Madrid para estudiar
la carrera, dedicándose con la misma tenacidad que su padre había mostrado en
el ejército. Consuelo, como sus primas, no tuvo acceso a una educación
universitaria —algo poco común para las mujeres de la época—, pero Vicente y
Carmen se aseguraron de que recibiera una formación sólida. La enviaron al
colegio de las Damas Negras, en la calle Eduardo Dato de Madrid, donde aprendió
idiomas, cultura general y labores, todo lo que se consideraba esencial para
una joven de su tiempo.
En
Madrid, Consuelo floreció. Su inteligencia y su carácter la convirtieron en una
joven admirada, y pronto llamó la atención de Manolo, un hombre de Daimiel. Se
casaron en una ceremonia sencilla, marcada por la alegría de volver a reunir a
la familia en el pueblo. Paco, por su parte, conoció a Mª Teresa, sobrina de
Álvaro, novio de una de sus primas. La boda de Paco y Mª Teresa selló aún más
los lazos entre las familias, tejiendo una red de afecto que parecía desafiar
las tragedias del pasado.
Consuelo
y Paco, ya adultos, llevaron consigo las lecciones de su infancia: la
resiliencia de su padre Pepe, la bondad de su madre Carmen, y la generosidad de
sus tíos y Josefa, la niñera que los protegió en los días más oscuros. La casa
de Daimiel, con su patio de geranios y sus recuerdos, siguió siendo un lugar de
reunión, donde las nuevas generaciones escuchaban las historias de un tiempo de
fiebre, guerra y sacrificio. Y aunque la sombra del tifus y la guerra nunca se
desvaneció por completo, en el seno de la familia se encontró el amor, la unión
y la fuerza necesaria para seguir luchando hacia un futuro mejor.
Vicente
Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon: https://www.amazon.com/author/fisac
“Médico,
periodista y poeta”: https://www.amazon.es/dp/1706950551
Capítulo
3.- El sacrificio
El
verano de 1936 llegó a Daimiel con un sol abrasador, pero con una calma
aparente que escondía la tormenta que se avecinaba. Pepe, ya un militar
respetado, había llevado a sus hijos, Consuelo y Paco, a pasar las vacaciones
en la casa familiar de Daimiel, como era su costumbre. La vivienda, sencilla
pero llena de recuerdos, era un refugio donde Consuelo, ahora de dieciséis
años, y Paco, de catorce, disfrutaban de la compañía de sus tíos y primas.
Consuelo, con su inteligencia despierta, ayudaba a sus primas con las tareas
domésticas, mientras Paco, soñador y curioso, exploraba los campos manchegos
con sus primos.
Pero
el 18 de julio, el mundo que conocían se fracturó. La Guerra Civil estalló con
una violencia que recorrió España como un relámpago. Daimiel, un pueblo
tranquilo, se vio envuelto en el caos de los dos bandos enfrentados. Pepe, como
militar leal al ejército, se convirtió en un objetivo inmediato para las
fuerzas republicanas locales, que sospechaban de cualquiera con un uniforme.
Sin tiempo para reaccionar, fue arrestado y llevado a una improvisada prisión
en el pueblo.
Consuelo,
con la valentía que había heredado de su padre, no se quedó de brazos cruzados.
A sus dieciséis años, recorrió Daimiel buscando aliados, hablando con vecinos y
autoridades locales, suplicando por la liberación de Pepe. Pero sus esfuerzos
chocaban contra un muro de miedo y desconfianza. La guerra había desatado una
fiebre de sospechas, y nadie quería arriesgarse por un militar. Paco, más joven
pero igual de decidido, la acompañaba en silencio, apretando los puños cada vez
que una puerta se cerraba ante ellos.
Una
noche, un grupo de milicianos republicanos visitó a Pepe en su celda. Le
ofrecieron un trato: unirse a su bando, traicionar sus juramentos y sus
ideales, a cambio de su vida. Pepe, con la misma calma que había enfrentado el
tifus años atrás, los miró a los ojos.
—Soy
militar —dijo, su voz firme a pesar de la fatiga—. No desertaré de mi ejército
ni de lo que creo.
Los
milicianos, impacientes, le dieron un ultimátum, pero Pepe no cedió.
Días
después, en una madrugada fría, lo sacaron de la celda y lo llevaron al término
municipal de Torralba de Calatrava. En un descampado, bajo un cielo sin
estrellas, le preguntaron si quería que le vendaran los ojos.
—No
—respondió, erguido, con la dignidad de quien sabe que su hora ha llegado—. Soy
militar.
El
eco de los disparos resonó en la noche, y Pepe cayó en una cuneta, su vida segada
por la guerra que dividía a España.
Un
vecino de Daimiel, que por casualidad pasaba por el lugar, reconoció el cuerpo
y corrió a avisar a la familia. Vicente, el tío de Consuelo y Paco, organizó el
traslado del cadáver al cementerio, donde fue enterrado con una ceremonia
breve, marcada por el silencio y el dolor. Consuelo, con los ojos secos pero el
corazón roto, y Paco, que por primera vez parecía más hombre que niño, se
aferraron el uno al otro. A sus dieciséis y catorce años, se habían quedado
huérfanos, solos en un mundo que se desmoronaba.
La
guerra seguía rugiendo, pero en Daimiel, la casa familiar se convirtió en un
refugio de luto. Consuelo y Paco, con la memoria de su padre como un faro,
sabían que debían seguir adelante, aunque el camino estuviera lleno de sombras.
Vicente
Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon: https://www.amazon.com/author/fisac
“Médico,
periodista y poeta”: https://www.amazon.es/dp/1706950551
Capítulo
2.- El peso de la pérdida
El
verano de 1915 se alargaba en Granada, y la casa de los Rodríguez Lozano se
había convertido en un refugio de lucha y esperanza. Josefa, la niñera, iba y
venía con una determinación silenciosa, mientras sus hijos, Consuelo y Paco,
jugaban ajenos al drama que se desarrollaba en el dormitorio de sus padres.
Pero la enfermedad no cedía. Carmen, cuya risa una vez llenaba la casa, se
apagaba bajo el peso del tifus. Sus mejillas, antes rosadas, estaban ahora
pálidas como la cera, y sus manos temblaban al intentar aferrarse a la vida.
La
noticia de la enfermedad llegó hasta Daimiel, y Vicente, el hermano mayor de
Pepe, no dudó en actuar. Propietario de una fábrica de aceite de orujo heredada
de su padre, Vicente era un hombre práctico, de pocas palabras pero de acción
decidida. Delegó en otras manos su negocio y viajó a Granada, con la
determinación de salvar a su familia. Al llegar, encontró a Pepe luchando por
recuperarse y a Carmen al borde del abismo. La presencia de Vicente trajo un
poco de orden al caos: organizó las tareas de la casa, aseguró que Josefa
tuviera lo necesario y, en los momentos más oscuros, sostuvo la mano de su
hermano.
Pepe,
aunque débil, comenzaba a mostrar signos de mejoría. La fiebre cedía por
momentos, y su espíritu militar lo mantenía firme. Pero Carmen no tuvo la misma
suerte. A los pocos días de la llegada de Vicente, una noche de agosto, su
cuerpo agotado se rindió. No había llegado a los treinta años, y su partida
dejó un silencio que pesaba más que el calor. Pepe, postrado aún, recibió la
noticia con una resignación que ocultaba un dolor inmenso. No hubo llantos ni
lamentos; solo un asentimiento callado, como si aceptara una orden inevitable
del destino.
Vicente
se encargó de los arreglos fúnebres, mientras Josefa mantenía a Consuelo y Paco
ocupados con cuentos y juegos, protegiéndolos del peso de la tragedia. La
pequeña Consuelo, con sus cuatro años, preguntaba por su madre, y Josefa, con
el corazón roto, le hablaba de ángeles y estrellas para suavizar la verdad.
Paco, demasiado pequeño, solo percibía la ausencia en las miradas tristes de
los mayores.
Cuando
Pepe recuperó las fuerzas, algo en él había cambiado. La chispa juguetona de
sus ojos se apagó, reemplazada por una determinación férrea. Juró dedicarse por
entero a sus hijos y a su carrera militar. Granada, con sus recuerdos amargos,
ya no podía ser su hogar. Aceptó un nuevo destino en Cádiz, una ciudad luminosa
junto al mar, donde esperaba que el aire salado sanara las heridas de su familia.
En
Cádiz, Pepe se convirtió en un padre ejemplar. Aunque tenía dos personas a su
servicio para ayudar con la casa, él mismo llevaba a Consuelo y Paco de paseo
por la Alameda Apodaca, les compraba helados en la Plaza de Mina y supervisaba
sus tareas escolares con una paciencia que contrastaba con su disciplina
militar. Consuelo, con su carácter despierto, empezaba a mostrar una
inteligencia vivaz, mientras Paco, más inquieto, soñaba con aventuras en alta
mar. La vida, aunque marcada por la ausencia de Carmen, comenzaba a encontrar
un nuevo ritmo.
Pero
en el fondo, Pepe sabía que la paz era frágil. Los ecos de la tragedia en
Granada lo seguían, y en Cádiz, mientras paseaba con sus hijos bajo el sol,
sentía que el destino aún guardaba pruebas por venir.
Vicente
Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon: https://www.amazon.com/author/fisac
“Médico,
periodista y poeta”: https://www.amazon.es/dp/1706950551
Durante
los próximo cuatro días vamos a compartir en estas páginas una novela corta, un
pequeño relato que es una recreación literaria de una historia verdadera. Los
personajes y los hechos centrales aquí representados existieron realmente y así
sucedieron los hechos…
Capítulo
1.- La sombra del tifus
En
el verano de 1915, Granada se ahogaba bajo un calor que parecía derretir las
piedras de sus calles. José Rodríguez, Pepe para los suyos, había llegado a la
ciudad como teniente recién graduado de la academia militar. Su porte recto y
su mirada serena reflejaban la disciplina que lo había moldeado, pero en casa,
con su esposa Carmen y sus pequeños Consuelo y Paco, se transformaba en un
hombre tierno, de risas fáciles. Carmen, nacida en Daimiel, Ciudad Real, había
traído al matrimonio la calidez de su pueblo manchego, y juntos soñaban con una
vida tranquila para sus hijos: Consuelo, de cuatro años, con sus trenzas
perfectamente peinadas, y Paco, de dos, un torbellino de rizos y balbuceos.
La
casa de los Rodríguez era modesta pero acogedora, con un patio donde Carmen
cultivaba geranios. Sin embargo, Granada, por aquellos años, escondía una
amenaza bajo su belleza. El alcantarillado, precario y descuidado, convertía
las aguas en un peligro latente. Aquel verano, el tifus llegó como un ladrón
silencioso. Primero fue un rumor en los mercados, luego un goteo de enfermos, y
pronto, una epidemia que sembró el miedo en la ciudad.
Carmen
fue la primera en caer. Un cansancio inexplicable la obligó a guardar cama,
seguido de fiebres que la hacían delirar. Pepe, intentando mantenerse fuerte,
pronto sintió el mismo ardor en su cuerpo. El hospital de Granada, un edificio
viejo y saturado, no tenía sitio para ellos. No quedó más remedio que enfrentar
la enfermedad en casa, con las ventanas cerradas para evitar el calor y el
polvo.
Sus
hijos, Consuelo y Paco, demasiado pequeños para entender la gravedad, jugaban
en el patio bajo la mirada atenta de Josefa, la niñera. Josefa, una mujer de
Daimiel con el rostro curtido por el sol y el corazón inmenso. Con una energía
que desafiaba sus años, Josefa se convirtió en el alma de la casa. Preparaba
caldos, aplicaba compresas frías y rezaba mientras vigilaba a los niños y
mantenía la esperanza viva.
Pepe,
entre fiebres, murmuraba palabras de aliento a Carmen, pero ella apenas
respondía. Josefa, con su sabiduría campesina, traía remedios que conseguía en
la farmacia: polvos de quinina, infusiones de hierbas, cualquier cosa que
pudiera aliviar el sufrimiento. Pero la ciudad parecía rendirse al tifus, y en
la casa de los Rodríguez el futuro pendía de un hilo.
Vicente
Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon: https://www.amazon.com/author/fisac
“Médico,
periodista y poeta”: https://www.amazon.es/dp/1706950551
De
Rafael Fisac poco se sabe, salvo lo que conservan con agrado en la memoria
todos aquellos que lo conocieron. Hijo del médico, periodista y poeta Gaspar Fisac Orovio, se dedicó a la enseñanza en el Instituto Cervantes de Madrid. Amante del teatro y la cultura, se carteaba
con grandes literatos y artistas, algunos de los cuales pasaron a visitarlo en
su casa.
El
gran autor teatral Antonio Buero Vallejo, le dedicaba palabras como estas: “Con
pluma de oro y gota de zafiro, al tío Rafael –casi un padre”.
La
gran actriz de teatro María Jesús Valdés también le tenía en gran estima: “A mi
querido tío Rafael en una de mis ‘cortísimas’ visitas a esta casa tan cielo,
donde se respira bondad, paz y arte! Ya lo creo! Con todo mi cariño”.
Otros,
como un tal J.P. le decía: “Con la emoción de mis primeras confidencias, que
hubiera querido le revelase mi interior con la transparencia del agua clara”.
Un
tal P.G.S. le decía: “Con el mayor afecto, después de ‘des-cansar’ en su
apacible morada, donde he encontrado la amistad más sincera de toda mi vida”.
Y
otro, con iniciales H.F. le dedicaba este poemilla:
Este
recuerdo de mi amigo trazo,
con
tu pluma de oro,
mas
tu amistad yo la aprecio
como
el más alto tesoro”.
Claro
que si hay un poema que puede escenificar mejor que cualquier otra cosa cómo
era Rafael Fisac, es este que le dedicó Amador Ponce:
“Qué
propicia es esta casa
para
el éxtasis fecundo
donde
la mente se abraza,
olvidándose
del mundo
y
lo que en el mundo pasa.
Un
octavo piso; el suelo
allá
abajo; allá enfrente
el
rojo ardor del poniente,
y
arriba, muy cerca, el cielo
madrileño
y transparente.
No
he visto mejor lugar
para
vivir y soñar
en
una urbana Babel.
Por
algo vino a habitar
a
esta casa Rafael”.
Una
buena forma de conocer cómo son las personas es ver qué dicen de ella quienes
convivieron más de cerca con esa persona… y esto también lo puedes aplicar a ti
mismo.
Vicente
Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon: https://www.amazon.com/author/fisac
“Médico,
periodista y poeta”: https://www.amazon.es/dp/1706950551
El
día del estreno llegó como un torbellino. El teatro estaba lleno, el aire
cargado de expectación. Adrián se quedó en la penumbra, al fondo, como siempre,
observando desde las sombras. Pero esta vez no era un escondite. Era su lugar,
el lugar desde donde podía ver cómo su verdad cobraba vida. Cuando el telón se
alzó y las primeras palabras resonaron, sintió un nudo en la garganta. Cada
escena era un pedazo de él, pero también un regalo para el mundo. Vio rostros
en el público: algunos conmovidos, con lágrimas brillando en los ojos; otros
incómodos, como si las palabras los obligaran a enfrentar algo que preferían
ignorar; otros absortos, atrapados por la magia del escenario.
Cuando
llegó la escena final, la voz de Elena llenó el teatro con una intensidad que
parecía trascender el espacio físico:
—Mírate.
No al espejo, no a la sombra. Mírate a ti. Porque lo que eres, lo que eliges
ser, es lo único que importa. Ese otro yo no es un extraño. Es el que siempre
estuvo ahí, esperando que lo reconozcas.
El
silencio que siguió fue profundo, casi sagrado. Y luego, el aplauso estalló, un
rugido que envolvió a Adrián como una ola. Pero no se unió. Cerró los ojos,
dejando que el sonido lo atravesara, dejando que llenara los espacios vacíos de
su alma. La semilla estaba plantada. No sabía cuántos la recogerían, cuántos se
detendrían a mirar dentro de sí mismos, a redescubrir esas palabras olvidadas:
gracias, perdón, cariño, comprensión, ayuda, solidaridad, escucha, apoyo. Pero
con que uno solo lo hiciera, sería suficiente.
Salió
del teatro al aire fresco de la noche, el cuaderno en su mochila, ahora ligero,
como si hubiera soltado un peso que llevaba años cargando. La ciudad brillaba a
su alrededor, las luces reflejándose en los charcos de la calle, pero por
primera vez, no buscó sombras en los reflejos. No escuchó la voz. Solo sintió
una calma profunda, como si el mundo, por un momento, estuviera en paz. Caminó por las calles, dejando que el viento
le acariciara el rostro. Recordó a la mujer joven en el parque, corriendo con
su perro, y la envidia que había sentido por esa simplicidad. Ahora, sin
embargo, no había envidia. Había gratitud. Gratitud por haber encontrado su
verdad, por haberla compartido, por haber dado un paso hacia la luz, aunque
fuera pequeño.
La
obra seguiría, noche tras noche, y con cada representación, la semilla se
esparciría un poco más. Algunos la ignorarían, otros la pisotearían sin darse
cuenta. Pero algunos, tal vez solo unos pocos, la recogerían. Y en ellos, algo
cambiaría. Una palabra amable, un gesto de perdón, una mano extendida. Y eso,
supo Adrián, era suficiente. Se detuvo
bajo un farol, abrió el cuaderno por una página en blanco y, por primera vez en
mucho tiempo, escribió. No en tinta roja, no con miedo, no con dudas. Escribió
con su propia mano, con su propia voz: Gracias. Por el espejo. Por la sombra.
Por mí. Cerró el cuaderno y siguió
caminando, con el corazón más ligero, sabiendo que ese otro yo había dejado de
ser un extraño. Era él. Y siempre lo sería.
Una
Biblioteca que abarca todos los géneros…
“Biblioteca
Digital Fisac”: https://share.google/LN6B3jD4YFTySYixr