La primera vez que vi el mar tenía seis años y me
impresionó tanto, que unos años después, con apenas 10 años, escribí este
pequeño relato que se publicó en la revista de mi colegio, las Escuelas Pías de
San Fernando, en Madrid. Decía así:
LA PRIMERA VEZ QUE VI EL MAR
Y ya en mi deseo ansío ver el mar. Hacia él me voy
acercando. ¿Qué es el mar? No acierto a imaginármelo. Y voy caminando sin saber
a dónde. Errante por las ciudades. Sólo una cosa ansío: ver el mar.
De sitio en sitio por los lugares costeros. Y a mi alma
le pregunto ¿cómo será el mar? Por los caminos del mundo voy en busca de un algo.
Y cada vez que pienso en ese algo, más aumenta mi desconcierto y por mi mente
pasan más de mil pensamientos. Por más que lo pienso no acierto a imaginar:
¿cómo será el mar?
Mi viaje se detiene, mientras una voz dice: “¿hemos
llegado al mar!”. Es de noche y no lo veo. Yo quiero verlo. Y mientras más
miro, menos veo. Yo me consuelo diciendo: “Hemos llegado al mar”.
Ya amanece el nuevo día. Ya no puedo esperar más. Y hacia
la playa me acerco cuando aún nadie allí está. Mi impaciencia poco a poco se ve
compensada. Yo corro por las calles hacia el mar. Es que no pudo esperar más.
La dulce brisa va en aumento y hace un día espléndido de
verano. Y hacia la playa me acerco con más rapidez que un rayo. Por fin, ya
estoy llegando; subo una colina y ¡oh, engaño! allí no hay mar. Mientras, la
brisa va en aumento.
Desde lo alto de la colina solo se ve azul. Un gran plano
todo azul, desde el cielo a la colina. Mas un azul es más claro que otro y,
pasado unos instantes, se descubre un paisaje abrumador. Desde lo alto de la
colina comienza a haber más luz.
Al cabo de unos instantes salió el sol y ante mis ojos
apareció un paisaje nunca visto. No me podía mover de la emoción que tenía. Y
mis ojos asombrados me dijeron: “Eso es el mar”. Desde entonces comprendí lo
que era la belleza. Sentó deseos de bajar a la playa. Y a cada paso que daba me
detenía a contemplar aquél paisaje que veía por primera vez. Y mi corazón
anhelante me decía: “Eso es el mar”.
Hacia el mar me voy acercando muy despacio. Y a cada
paso, con el ligero crujir de la arena me detenía. Mis huellas iban quedando
grabadas. Con un pequeño oleaje que bañaba la superficie de la playa, hacia el
mar me acercaba.
Mientras caminaba oía el protestar de la arena. Bajo el
peso de mi cuerpo la arena se iba humedeciendo. Hasta que por fin, en mis pies
sentí algo frío. Y aquél paisaje me hizo comprender lo poco poeta que hasta
entonces había sido.
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