Al igual que los hombres primitivos cuentan por las noches junto al
fuego aquellas historias que pasaron de padres a hijos a lo largo de los
siglos, también aquí voy a contar una de esas historias. Dice así: una tía (lo
de tía va por el parentesco, porque ya era una señora mayor) nos contó lo
sorprendida que había quedado al pasar por una calle, poco antes de iniciar sus
vacaciones de verano, y ver que habían puesto en una tienda un letrero que
decía “Pensión para pájaros”. Se quedó encantada con esa iniciativa, recordando
cuántas veces nos encontramos con ese problema cuando los que hemos tenido
algún pájaro teníamos que irnos de vacaciones y no sabíamos donde dejarlo. Pues
sí, al fin alguien había tenido la feliz idea de –al igual que sucede con los
perros, que cuentan con residencias caninas- hacer algo similar para que se
pudiesen dejar los pájaros.
Durante sus vacaciones fue contando aquella feliz idea que había tenido
el dueño de esa tienda y lo relató una y otra vez a todos los familiares...
bueno, y a todo el que se le cruzase por el camino y le aguantase unos minutos
de charla. Pero como decía el Dúo Dinámico, el verano acabó, y ella regresó
otra vez a su casa de Madrid. Un día, volvió a pasar por aquella tienda y se
dio cuenta –ya en invierno- que el letrero seguía puesto. “¿Habrá gente que
también deje en invierno sus pájaros en una residencia?”, se preguntó, y movida
por la curiosidad se acercó hasta la tienda. Al llegar frente al escaparate y
tener el citado letrero delante de sus ojos, se dio cuenta, entonces, de la
metedura de pata que había tenido contando aquella historia. Lo que decía aquél
letrero no era “Pensión para pájaros” sino “Pienso para pájaros”.
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