Decía ayer que todos tenemos muy claras cuáles son las
virtudes que deben adornar al ser humano ideal: honradez, tolerancia,
solidaridad, sencillez, alegría... y añadía que debían incluirse en esta lista algunas otras virtudes que arrastran una mala e inmerecida fama. Me refería en aquella
ocasión a la virtud de “ser borde” y hoy me voy a referir a otra de ellas: “ser un
sinvergüenza”.
“Ser un sinvergüenza” es una virtud, porque –como la propia
palabra lo indica- un “sinvergüenza” es aquél que no tienen vergüenza. Y he aquí que el hecho de no
tener vergüenza es una virtud que denota una fuerte personalidad, un compromiso
formal con los propios principios y creencias.
Aquél que siente vergüenza es un débil, un inseguro, un
pusilánime, un miedoso, un atormentado... ¿verdad que todo esto no es bueno?
Pues por eso reclamo el reconocimiento de “sinvergüenza” como una virtud. A
ninguno de nosotros nos debería dar vergüenza ser como somos, mostrarnos como
somos y sentimos, aceptar las cosas que hacemos, afrontar las consecuencias de
nuestros actos. Porque se puede ser sinvergüenza y reconocer –también sin
vergüenza- nuestros errores.
El mundo está invadido por lo “políticamente correcto” y a
la gente le da miedo salirse de ahí. ¡Venga! ¡Que no nos de vergüenza ser como
somos y vayamos siempre con la cabeza muy alta como auténticos sinvergüenzas!
Desde aquí abogo por ello.
No hay que tomarse la vida tan en serio, y el deporte tampoco:
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