jueves, 30 de abril de 2015

Virtudes ignoradas: Ser comunista

El comunismo es a lo máximo que se puede aspirar en el campo de la virtud. Porque comunismo es dar todo lo que se tiene y recibir lo que se necesita. Prueba de ello es el comunismo que practicaron los primeros cristianos. Los apóstoles recibían todo el dinero, bienes y propiedades de los cristianos; el que tenía mucho lo daba todo y el que tenía poco, también. Después, los apóstoles repartían esas riquezas entre todos, pero no a partes iguales sino en función de las necesidades de cada uno. La familia con cuatro hijos recibía más que el que estaba soltero; el que no podía valerse por sí mismo recibía la ayuda necesaria mientras que esta no se daba a quien estaba sano y en plenas facultades. Cada uno daba lo máximo y lo mejor de sí en el trabajo, aunque supiese que lo que ganase no sería todo para él sino que se repartiría entre sus hermanos. ¿Hay mayor ejemplo de generosidad? ¿Hay, pues, mayor virtud? Ojalá el comunismo, el buen comunismo, se instale en todo el mundo.


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miércoles, 29 de abril de 2015

Virtudes ignoradas: Ser un perdedor

Hay virtudes que a todo el mundo le gustaría tener, otras que le gustaría tener a algunos o al menos en algunos momentos de su vida, y otras... que nadie desea poseer. Claro ejemplo de esto último es la virtud de “Ser un perdedor”. Pero no nos dejemos engañar, ser un perdedor es una virtud que tiene muchísimo mérito. Lo explicaré:

Cuando alguien pierde es porque otro gana. Es decir, el que pierde está haciendo –con su sufrimiento y decepción- feliz a otra persona. Y ¿no es lo más bonito del mundo hacer felices a los demás? Pues ya lo sabes: cada vez que pierdas, siéntete feliz porque habrás hecho feliz a otra persona. Ojalá el mundo estuviese lleno de perdedores y todos hiciésemos competiciones como aquellas de nuestra infancia cuando jugábamos al “ganapierde” ¿te acuerdas? Esas carreras de bicicleta en donde ganaba el que llegase último a la meta, eso sí, manteniendo el equilibrio todo el tiempo y sin poner, lógicamente, los pies en el suelo en ningún momento.


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martes, 28 de abril de 2015

Virtudes ignoradas: Ser un inmaduro

Otra de las virtudes ignoradas pero más entrañables que existen es la de “Ser inmaduro”. Si nos fijamos, en vez de ser tratada como una virtud la gente se refiere a ella en plano despectivo: “¡A ver si maduras de una vez!” “¡Qué inmaduro eres!”. Y yo me pregunto: ¿Es que ser maduro es una virtud y ser inmaduro no lo es? Todo lo contrario.

Cuando un árbol nace su tronco es flexible, suave, de colores brillantes y atractivos; pero ¿qué pasa cuando se hace maduro?: se vuelve rígido, áspero, de colores apagados. Como podemos comprender fácilmente es mucho más atractiva la primera situación.

Y en el ser humano sucede igual: los niños pequeños son espontáneos, inocentes, inspiradores de ternura... mientras que los adultos, los maduros no lo son tanto... no hay más que fijarse en cualquiera de los políticos que mangonean España y los demás países.

Pero aún hay más: Jesucristo dijo que para entrar al reino de los cielos hay que ser como un niño y afirmó aquello tan conocido de “dejad que los niños se acerquen a mí”. Pues ya lo sabes, una de las mejores virtudes que puede adornar al ser humano es la de ser inmaduro, eternamente inmaduro.


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lunes, 27 de abril de 2015

Virtudes ignoradas: Ser un sirvengüenza

Decía ayer que todos tenemos muy claras cuáles son las virtudes que deben adornar al ser humano ideal: honradez, tolerancia, solidaridad, sencillez, alegría... y añadía que debían incluirse en esta lista algunas otras virtudes que arrastran una mala e inmerecida fama. Me refería en aquella ocasión a la virtud de “ser borde” y hoy me voy a referir a otra de ellas: “ser un sinvergüenza”.

“Ser un sinvergüenza” es una virtud, porque –como la propia palabra lo indica- un “sinvergüenza” es aquél que no tienen  vergüenza. Y he aquí que el hecho de no tener vergüenza es una virtud que denota una fuerte personalidad, un compromiso formal con los propios principios y creencias.

Aquél que siente vergüenza es un débil, un inseguro, un pusilánime, un miedoso, un atormentado... ¿verdad que todo esto no es bueno? Pues por eso reclamo el reconocimiento de “sinvergüenza” como una virtud. A ninguno de nosotros nos debería dar vergüenza ser como somos, mostrarnos como somos y sentimos, aceptar las cosas que hacemos, afrontar las consecuencias de nuestros actos. Porque se puede ser sinvergüenza y reconocer –también sin vergüenza- nuestros errores.

El mundo está invadido por lo “políticamente correcto” y a la gente le da miedo salirse de ahí. ¡Venga! ¡Que no nos de vergüenza ser como somos y vayamos siempre con la cabeza muy alta como auténticos sinvergüenzas! Desde aquí abogo por ello.


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domingo, 26 de abril de 2015

Virtudes ignoradas: Ser borde

Todos tenemos muy claras cuáles son las virtudes que deben adornar al ser humano ideal, o al menos cuáles son algunas de ellas: honradez, tolerancia, solidaridad, sencillez, alegría... pero hay algunas virtudes que arrastran una mala e inmerecida fama. Hoy vamos a hablar de la primera: “Ser borde”.

Pues sí, porque para mí “ser borde” es una virtud. La persona borde dice las cosas tal y como las siente, es una persona sincera, llana, directa. Cuando estás con una persona borde nunca te sientes engañado porque llama pan al pan y vino al vino. Con otras personas nunca sabes si te están diciendo la verdad, si están adornando lo que dicen o si directamente te están mintiendo. Con el borde, no. Del borde te puedes fiar porque nunca te clavará un puñal por la espalda y si alguna vez piensa hacerlo te lo dirá antes a la cara.

Nunca te debes sentir ofendido por lo que te diga una persona borde, porque lo dice de corazón y todos deberíamos ser libres de poder pensar, sentir y expresarnos como nos diera la gana.

La hipocresía ha invadido el mundo y por eso, la virtud de “ser borde” tendría que reconocerse como una de las más valoradas. Desde aquí abogo por ella.


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viernes, 24 de abril de 2015

La fiesta de Sant Jordi es sexista

La fiesta de Sant Jordi es tremendamente sexista y me extraña que todos (no empezaré a poner todas/todas, etc) que luchan por la igualdad no hayan puesto el grito en el cielo.
Resulta que la costumbre es que las mujeres regalen al hombre un libro y estos a ellas una flor. La conclusión de esta arcaica costumbre es evidente: los hombres son listos, cultos, inteligentes, etc., y por eso se les regala un libro. Por el contrario ellas son cursis, ignorantes, simples, etc., y por eso se las contenta con una simple flor que, independientemente de que sean bonitas, no aportan ninguna cultura y por consiguiente hacen juego con la mujer objeto o mujer florero.
Si yo fuese mujer y me regalasen una flor, le arrearía con ella en los morros a mi novio o marido y le diría que el libro que había comprado era para mí y ya se lo dejaría a él, si acaso, cuando yo hubiese terminado de leerlo.

martes, 21 de abril de 2015

La noche del búho y la caza de ranas

En el autocar de línea viajaban Benjamín, Paco y Vicente junto a los padres de este... y mucha más gente, lo cual no era de extrañar puesto que se trataba del inicio de las vacaciones de Semana Santa. Al llegar a Daimiel se dirigieron a la gran casa familiar y pasaron sin pena ni gloria esa primera noche.

A la mañana siguiente se levantaron muy temprano, desayunaron y prepararon todas las cosas: tienda de campaña, latas de comida, mantas, cacharros de cocina y hasta una escopeta de perdigones (1) y una vieja máquina de fotos. La mochila estaba hasta los topes, pero eran tres para irse turnando.

Se despidieron y atravesaron las calles, dejaron atrás el pueblo, se adentraron en el serpenteante y polvoriento camino que llevaba a la finca, en la que en esos días no habría nadie mas que ellos, aunque no pensaban hacer uso de las comodidades de aquella casa, sino que se instalarían en sus alrededores con la tienda de campaña que habían llevado. No era mucha la distancia a que se encontraba dicha finca del pueblo, poco más de dos kilómetros, pero el equipaje (la mochila) pesaba una barbaridad y Benjamín era el que más tiempo la llevaba. Vicente, eso sí, se dedicaba a hacerle fotos, así cargado, durante el camino, para dejar recuerdo para la posteridad... aunque lo único que se veía luego en las fotos era una gran mochila... con patas.

Al llegar a la cuestecilla del pedo (2) descansaron un rato junto a unos muros levantados pacientemente por los campesinos con las piedras que iban quitando de las tierras de cultivo, dedicadas principalmente a la viña. Desde lo alto de ese muro se divisaba la fina: una gran alberca circular rodeada de árboles, de donde partía un sendero que iba a terminar en una gran masa frondosa de olmos, junto a una caseta que protegía la bajada al pozo y una alberca más grande aún, cuadrada, sombría, con diversas saludas para esparcir su agua por los campos circundantes. De allí nacía un camino flanqueado por almendros y salpicado de lilos, el cual llevaba hasta la casa. Al coincidir la Semana Santa con la primavera en todo su esplendor, tanto los almendros como los lilos mostraban sus flores iluminando el paisaje y esparcían su aroma que embriagaba desde la distancia con su perfume. Decididos como iban, a estar en contacto con la naturaleza, su destino no era, pues, la casa, sino aquella rotonda de olmos centenarios junto a la gran alberca.

Cuando llegaron, lo primero que hicieron fue instalar la tienda, después prepararon un pequeño resguardo con piedras para poder cocinar cómodamente, y finalmente se dedicaron a inspeccionar los alrededores. La comida fue sabrosa, latas variadas, huevos fritos y pan de pueblo tiernecito.

El resto del día lo pasaron por allí, paseando, conociendo y sintiendo la naturaleza. Vieron los pequeños escarabajos negros cuya impresionante fuerza les hacía escapar a pesar de las piedrecitas que les iban poniendo encima para comprobar su capacidad de aguante. Paco, fisgoneando el interior de un tronco, hizo un interesante descubrimiento: multitud de cráneos y huesos de pajarillos. Aquél debía ser el “comedor” de un búho o ave similar, cuya alimentación es a base de grandes insectos, pequeños roedores y pequeñas aves, que ingieren enteras para después echar unas pelotas de excrementos conteniendo las plumas, los huesos y demás materiales no digeridos. Realmente, pensaron después, aquello no debía ser el “comedor” sino el “váter” (3). Quedaron entusiasmados con aquél descubrimiento y comenzaron a profundizar en él, extrayendo abundante material para su estudio, separando y clasificando los huesos de aves y roedores. Aquella era la parte positiva del hallazgo; la negativa llegaría después.

Llegó la noche y a la luz del fuego cenaron tranquilamente en animada conversación, haciendo planes para el día siguiente. Comenzaba a hacer frío y se metieron en la tienda para dormir. Tendrían que haber alquilado una tienda mayor que aquella, pues a pesar de ser para cuatro plazas resultaba un poco estrecha. Se fabricaron almohadas con sus respectivos jerséis y chaquetones, y dieron mil vueltas hasta que por fin se acomodaron a gusto. Benjamín cerró la cremallera de la tienda y se dispusieron a dormir.
-                     ¡Voy!... ¡Voy!... ¡Voy!...
-                     ¿Qué es eso? –se preguntaron al unísono. Callaron de nuevo, aguzaron el oído, hubo un lapsus de silencio.
-                     ¡Voy!... ¡Voy!... ¡Voy!...
-                     Me parece que es un búho –dijo Paco.
-                     Pues lo tenemos encima de nuestras cabezas –añadió Vicente.
-                     ¡Cállate biiichoooo! –“susurró” Benjamín.
De nuevo se hizo el silencio. Pero unos minutos después volvió a escucharse la misma canción
-                     ¡Cállate bicho! –gritó Vicente, dando un manotazo a la lona de la tienda de campaña.
Otro silencio y un poco después...
-                     ¡Voy!... ¡Voy!... ¡Voy!...
-                     ¡El que voy a ir soy yo! –dijo Paco incorporándose- ¡Dame la escopeta! –añadió.
Cargaron la escopeta y cogieron un puñado de perdigones. Benjamín encendió la linterna y salieron los tres. Con el haz de luz enfocaron palmo a palmo todas las ramas, pero allí no se veía nada. Paco hizo varios disparos, pero nada se vio, ni se oyó, ni se movió. Regresaron a la tienda y estuvieron despotricando (4) un rato, hasta que se acomodaron de nuevo para intentar dormir.
-                     ¡Voy!... ¡Voy!... ¡Voy!...
Una bocanada de ira y de resignación les subió a la cara. Ahora, ya sin prisas, salieron otra vez de la tienda. Y otra vez la linterna, los disparos, los gritos, los paseos... A la tienda, a echarse y a cerrar los ojos...
-                     ¡Voy!... ¡Voy!... ¡Voy!...
Comprendieron que era inútil cuanto pudieran hacer y por lo tanto no les quedaba otra salida que la resignación. Cerraron los ojos, sin poder dormir, hasta que de madrugada el cansancio les venció... y el alborotado gorjear de los gorriones saludando el nuevo día... les despertó.

Poco a poco se fueron levantando, desentumeciendo los músculos y restregándose los ojos. Encendieron fuego y prepararon un buen café que les despejase y tonificase. El aire sano, el olor de la leña, el café y unos bollos del día anterior, les dieron fuerzas y, levantándose, emprendieron un paseo en dirección a la casa. Penetraron con todos los sentidos la naturaleza desbordante, parándose ante cada flor, ante cada insecto; vieron la explanada en donde en otra excursión, con más amigos, habían jugado un extraño partido de fútbol; extraño porque de vez en cuando un jugador desparecía del terreno de juego y cuando se daban cuenta, lo veían subido a una morera inflándose de moras.

A la hora de comer, en la rotonda, Paco tuvo una idea: descubrir el nido del búho y poner allí algo que lo asustara; y de paso, curiosear y buscar más esqueletos. El olmo, sin embargo, era demasiado alto. Lanzaron una cuerda, pero no llegaba a engancharse en las ramas gruesas, capaces de sostenerlos. Apoyándose en el tronco hicieron una pirámide: Paco en la base, Vicente de pie sobre sus hombros, y Benjamín de pie sobre los hombros de Vicente. NI siquiera así tuvieron opción de continuar escalando, sino sólo el riesgo de salir escalabrados.

El día transcurrió tranquilo, pero cuando llegó la noche y estaban cenando junto al fuego, Benjamín hizo recuento de provisiones y dio la voz de alarma:
-                     No nos queda casi nada de comida, con mucho para una vez más.
Habían previsto inicialmente prolongar la estancia dos días más y no estaban dispuestos a volver antes de tiempo; a volver como fracasados y escuchar: “Pero si ya os lo decíamos...”.
-                     Pues aguantaremos como sea –se dijeron.
-                     ¿Acaso no tenemos una escopeta? Pues vayamos de caza –apostilló Paco.
Recogieron los cacharros de la cena y se dispusieron a volver a la tienda.
-                     Creo que ¡Voy!... ¡Voy!... ¡Voy!... a acostarme –dijo Vicente.
Y los demás, con resignación, le siguieron. Y en seguida llegó su amigo búho a contarles sus últimas aventuras, en ese extraño idioma del que solo entendían una palabra: ¡¡Voy!”. Pero el organismo humano es maravilloso, a todo se acostumbra y, aunque con trabajo, pronto se durmieron; era demasiado el peso del cansancio que arrastraban.

Amaneció un día espléndido y con toda la ilusión del mundo hicieron los preparativos de la gran cacería que iban a emprender. El destino era la Albuera, una tabla formada por la afloración de las aguas del río Guadiana. Desayunaron café con galletas, llenaron la cantimplora y, llevando una bolsa para guardar la caza y un bote grande de Nescafé, vacío, por lo que pudiera surgir, partieron de expedición.

En esas primeras horas de la mañana el movimiento de la vida en la tabla era considerable. La fuerza de la vida les enervaba  los músculos y el hambre... comenzó a aguzarles también el ingenio. Estaba claro que con una simple escopeta de perdigones poco podían cazar. Caminaban así, pensando, entre las cañas partidas de la ribera, cuando una rana saltó frente a ellos. Los tres, al unísono la miraron y acto seguido se miraron entre ellos.
-                     ¡Ranas! –gritó Benjamín.
-                     ¡Sí, ancas de rana! –añadieron Vicente y Paco, mientras los ojos se les encendían.
Paco apuntó con la escopeta y disparó. Falló el disparo.
-                     Tranquilos, no importa; tenemos tiempo y perdigones, y además hay muchas ranas –comentó Paco tratando de poner serenidad en aquella inesperada situación.
Benjamín y Vicente, a modo de ojeadores, se abrieron hacia los lados. Paco, avanzando muy despacio, tenía el dedo impaciente en el gatillo.
-                     ¡Rana! –gritó Vicente.
Se oyó un disparo y la rana dio su último salto. Benjamín se abalanzó hacia ella, aún convulsionándose, y la metió en el frasco de Nescafé.

La mañana avanzaba fructífera y el bote estaba prácticamente lleno. Alguien se les acercó; era un guarda forestal.
-                     Buenos días –lo saludaron.
-                     Buenos días, ¿qué hacéis por aquí?
-                     Pues nada, de caza –respondió Vicente.
-                     Pero ¿no sabéis que está prohibido cazar? –les interpeló el guardia, al tiempo que miraba intrigado la bolsa.
-                     ¿No me diga que hay veda de ranas? –le preguntó Benjamín mientras sacaba de la bolsa el frasco de Nescafé con los cuerpos inertes de las ranas y se lo mostraba al guarda.
El guarda esbozó una sonrisa y ellos respiraron aliviados.
-                     Bueno, pero solo ranas ¿eh? –apostilló el agente de la Autoridad.
-                     Sí, claro –respondieron los tres.

El guarda siguió su camino y ellos el suyo, cazando alguna rana más. Una vez que el peligro del guarda había desaparecido, volvieron a estar atentos ante cualquier cosa que se moviera y fuera comestible. Fue así como descubrieron a unos veinte metros de distancia, un ligero movimiento en un matorral de juncos en el agua, muy cerca de la orilla. Quedaron petrificados, con todos sus sentidos alerta.
-                     Parece un pato –susurró Vicente.
Paco, que llevaba cargada la escopeta y varios perdigones dispuestos en la boca, se aprestó a disparar a la cabeza o cuello (únicos puntos vulnerables para un sencillo perdigón) de lo que saliera. El terreno donde se encontraban no ofrecía peligro. El suelo era sólido hasta el borde mismo del agua. Sin embargo, si allí había un pato o cualquier otro animal, este tendría todas las ventajas de su parte, al ser atacado por tierra, de disponer de toda la tabla para salir huyendo. Así lo comprendieron ellos y Vicente, más próximo al agua, le susurró a Benjamín que se alejase tierra adentro, diese un rodeo grande, se metiese en el agua y se acercase a ese matorral de juncos por detrás para cortarle la retirada. Así lo hizo mientras los dos permanecían inmóviles. No obstante, Benjamín no se fiaba de las tranquilas aguas y cogió dos largos palos para ir tanteando la solidez del fondo –que ya habían comprobado era pantanosa en muchos lugares- antes de dar cada paso. Tal como estaba, vestido, con botas, y con sus palos, se metió en el agua y se adentró cinco o seis metros. El agua le llegaba por encima de la rodilla y el suelo, afortunadamente, se mostraba firme.

Por fin se halló situado por detrás del matorral de juncos, dentro del aguan cortando la retirada. Se detuvo esperando nuevas órdenes. Paco avanzó unos metros con gran sigilo y apuntó hacia el último lugar en donde había detectado movimiento. Hizo un gesto indicando que ya estaba listo y Vicente, agazapado, fue avanzando para levantar la presa. Faltaban tres metros escasos para llegar al lugar cuando algo grande, con plumas, salió volando. Paco disparó y Benjamín alargó en vano los brazos; se había escapado, pero al instante de decepción siguió otro de máxima excitación: allí chapoteaba algo... ¡eran dos crías! Con más rapidez que nunca, Paco cargó de nuevo la escopeta y de un disparo atravesó el cuello de una de ellas; la otra se refugió de nuevo entre los juncos. Benjamín soltó uno de los palos y se abalanzó corriendo. En un instante recogió la pieza abatida y se la echó a Vicente, que no perdía de vista a la otra. Benjamín, con el palo, la hizo salir de su escondite y, cerrándole el camino, logró atraparla viva.

Saltaron de alegría mientras recogían la presa viva de sus manos y le ayudaban a salir. Ante, sin embrago, Vicente quiso inmortalizar ese momento con su vieja máquina de fotos. Le dijo a Benjamín que permaneciese en el agua con los palos.  Con el nerviosismo de la exitosa cacería, Vicente no atinaba a preparar el encuadre adecuado y graduar la máquina de fotos con la abertura de diafragma y velocidad de obturación necesarias para que saliera bien la foto. Tanta tardanza, mientras él seguía allí dentro del agua, con sus botas y pantalones mojados, acabó por agotar la paciencia de Benjamín que, finalmente, salió en la foto con cara de cabreo y así quedó para la posteridad. Pero el éxito de la cacería pronto le quitó el enfado.

A la presa capturada viva la encerraron en la bolsa para que no se escapara y así, uno con la bolsa, otro con el frasco de ranas y otro con la escopeta y la cantimplora, emprendieron con satisfacción el camino de regreso. Benjamín, que de muslos para abajo iba empapado, estaba tan contento que hasta un tiempo después no se dio cuenta de que algo le molestaba en una pierna. Se detuvieron un momento, se quitó los pantalones y vio con desagradable sorpresa: ¡dos sanguijuelas! Sacó el cuchillo de monte, las quitó y raspó bien la zona, y continuaron su camino.

La comida esta vez presentaba grandes alicientes: eran “el hombre cazador”. Sobre una piedra plana, Benjamín fue separando las ancas con el cuchillo. Después seccionó el pollo muerto mientras trataban de averiguar de qué animal se trataba; los rasgos no ofrecían dudas, eran dos crías de gallinula chloropus o polla de agua; una mezcla de gallina y pato, que vive como estos últimos pero cuyas patas no tienen membranas interdigitales y su pico es puntiagudo como el de las gallinas. Una vez preparado, lo echaron a la sartén y lo frieron, completando la comida con una de las últimas latas que les quedaban.

Luego por la noche, al ir a acostarse (ahora los cuatro, puesto que al grupo se había unido un nuevo componente, la cría de polla de agua) arroparon con un trapo al superviviente de la cacería al que en vano habían intentado darle de comer esa tarde. Poco después, como de costumbre, el búho hizo acto de presencia y debió pensar que aquello no iba a alterar sus planes, así que no faltó a su cita cantora.

A la mañana siguiente, las primeras miradas se dirigieron al nuevo huésped.
-                     Está muerto –señaló con tristeza Paco, mostrando el cuerpecito inerte.
-                     ¡Qué bien, ya tenemos comida para hoy! –le respondieron Benjamín y Vicente.
Y así, de esta forma, consiguieron aguantar otro día, tal como se habían propuesto desde el principio. Tras esta aventura, regresaron finalmente sucios a más no poder, cansados, ojerosos, hambrientos... pero alegres y victoriosos.

Hubieran podido pasar esos días tranquilamente en la casa del pueblo, con las personas mayores, limpios, descansados, bien alimentados... De haberlo hecho así, nunca más lo habrían recordado.

(1) Escopeta de aire comprimido. (2) Debe su nombre a lo empinado de su ascensión que hace que las mulas, al subirla, se tiren pedos. (3) Excusado, servicio, WC. (4) Maldiciendo.

domingo, 19 de abril de 2015

Prohibir no es eso

Las cosas como son. El Diccionario de la Real Academia de la Lengua (RAE) está equivocado en su definición sobre el verbo “Prohibir” y que según dice es: “Vedar o impedir el uso o ejecución de algo”.

La verdad es que prohibir no es eso, o al menos no es solo eso. Al menos se me ocurren unas cuantas definiciones mucho mejores y más ajustadas al mundo real. Prohibir es:
1.- Estimular la imaginación ajena para que encuentren el modo de saltarse dicha prohibición.
2.- Dotar de mayor atractivo a algo, hacerlo más apetecible.
3.- Fastidiar a los demás para sentirse importante.
4.- Dar motivos para que se acuerden del padre, de la madre y de toda la familia de quien dicta la prohibición.

sábado, 18 de abril de 2015

Exclusiva: Rodrigo Rato opina sobre la RAE

Al hilo de la actualidad voy y me digo: “¿Y si le digo a Rodrigo que me dedique un Rato?”. Y voy y se lo digo y él, me responde al Rato: “Pues vamos, pero sólo un Rato”. Así que comienzo mi entrevista, al Rato:

Palabras inefables.- Esto no lo digo yo, lo dice el diccionario de la Real Academia de la Lengua (RAE): “Rato viene de rata”. ¿Qué le parece esta afirmación?
Rodrigo Rato.- Que eso me exculpa totalmente ya que se trata de algo genético de lo cual no soy responsable. Y además Rato es el macho de la rata, o sea, que soy muy macho y puedo roer todo lo que me echen.
PI.- Pero la RAE también dice que Rato es un espacio de tiempo generalmente corto...
RR.- Y aciertan nuevamente, porque corta va a ser la condena que me pongan, si es que me ponen alguna.
PI.- ¿Cada cuanto tiempo se llevaba dinero a Suiza y a otros paraísos fiscales?
RR.- A cada Rato.
PI.- ¿Y una vez que había trincado algo, cuándo volvía a trincar más?
RR.- Al poco Rato.
PI.- ¿Le llevaba mucho tiempo su trabajo como defraudador?
RR.- Un buen Rato.
PI.- ¿Por qué implicó a su familia en estos trapicheos?
RR.- Para pasar el Rato.
PI.- ¿Y cómo lo pasaba?
RR.- De Rato en Rato.
PI.- ¿No pensaba que lo pillarían?
RR.- A Ratos perdidos.
PI.- ¿Va a dar mucho que hablar este proceso?
RR.- Mucho Rato.
PI.- ¿Cómo lo vive?
RR.- Un mal Rato.
PI.- ¿Qué le ha parecido esta entrevista?
RR.- Un largo Rato.

Pues sin nada más que decir, y una vez revisadas todas las acepciones de Rato según la RAE, nos despedimos de Rodrigo hasta otro Rato.

viernes, 17 de abril de 2015

Negro no es un insulto

Las cosas como son: hay que llamar a las cosas por su nombre y llamarlas por su nombre nunca debe considerarse un insulto. Por ejemplo: “Negro” es un color no un insulto. El diccionario de la RAE ya especifica que “negro” es el aspecto de un cuerpo cuya superficie no refleja ninguna radiación visible, esto es, ausencia de todo color; y, aplicado a una persona, define a aquellas cuya piel es del citado color.

Pero “negro” es además un adjetivo y nos sirve como ayuda para que podamos identificar personas y cosas. Si en medio de una multitud de personas de raza blanca camina una de color negro, podemos decir: “mira, por ahí va un negro”, e inmediatamente lo identificaremos. Pero eso no es un insulto, sino una ayuda. Si esa misma persona fuese caminando entre otras muchas de su misma raza, dicha expresión no nos serviría para nada, tendríamos que buscar otras alternativas, por ejemplo: “el de la camisa roja” o “el que lleva una mochila azul” o “el que ahora pasa junto al semáforo”...

Se empeña la gente en considerar “negro” como un insulto y son ellos quienes insultan a nuestra inteligencia con tales empeños, vanos por otra parte. Porque un negro seguirá siendo negro aunque lo llamemos “persona de color” que –ya puestos a ello- no hace sino provocar el que formulemos otra pregunta más: “¿y de qué color?” a lo cual deberán responder “negro” cayendo ellos en su propia trampa.

La realidad es que los insultos no son las palabras sino la intención que encierran. 

jueves, 16 de abril de 2015

La unión homosexual ¿es matrimonio?

Las cosas como son. Muchas personas que se las dan de liberales y tolerantes están empeñadas en llamar “matrimonio” a la unión de parejas homosexuales (da igual que sean dos hombre o dos mujeres) y esto irrita sobremanera a los más tradicionalistas que dicen que “matrimonio” es la unión de un hombre y una mujer y sólo debe aplicarse dicho término a las uniones de este tipo.

Pero las cosas como son, y no estoy de acuerdo ni con unos ni con otros. Veamos por qué:
“Matrimonio” viene del latín “matrimonium” que a su vez viene de “matrem” (madre) y “monium” (calidad de). Es decir, esta sería la palabra más adecuada para definir la unión entre dos mujeres.
“Patrimonio” que se utiliza de forma generalizada para definir los bienes que posee cualquier persona, en realidad viene de las voces latinas “pater” (padre) y “monium” (calidad de). Por consiguiente esta sería la palabra más adecuada para definir la unión entre dos hombres.
Entonces, ¿cómo llamar a la unión entre un hombre y una mujer? Pues ya que nuestra lengua proviene del latín, hagamos caso a la misma y en latín sí que existe una palabra para definir la unión jurídica entre un hombre y una mujer: “Connubium”. Por consiguiente la unión entre un hombre y una mujer no se debería llamar “matrimonio” sino: “Conubio”.


Así que ya lo sabéis: “Matrimonio” debe llamarse a la boda entre dos mujeres; “Patrimonio” a la boda entre dos hombres; y “Conubio” a la boda entre un hombre y una mujer.

miércoles, 15 de abril de 2015

El aborto es un fracaso

Las cosas como son. Una vez más estamos en pleno debate sobre el aborto y escuchamos nuevamente esa cantinela de “el aborto es un derecho”. Pues no, a las cosas hay que llamarlas como lo que son, y en el caso del aborto nada lo define mejor como la palabra “fracaso”.

Si alguna mujer está ilusionada por tener un hijo y su gestación se ve interrumpida por un aborto, está claro que eso es un fracaso; la vida que estaba en camino se arruinó y las ilusiones de la madre también.

Pero ¿y si ese embarazo es indeseado y ese es el motivo por el cual la mujer se plantea abortar? Pues en este caso, la palabra que mejor lo define es igualmente la de “fracaso”. Fracaso porque no supo impedirlo y fracaso porque tendrá que apechugar con las molestias y los gastos de un aborto.

martes, 14 de abril de 2015

Etapa ciclista

Como otras tardes, cuando el termómetro se sitúa entre los 35 y 40 grados, Vicente cogió la bicicleta para dar un agradable paseo.

Levantó la pierna, dio un pequeño impulso, se sentó y comenzó a pedalear tranquilo, enfilando la salida de la finca a través del paseo flanqueado por almendros. Algunos familiares, elevando un párpado con esfuerzo, lo miraron con relativo asombro –ya estaban acostumbrados- mientras sus carnes desplomadas sobre los butacones de mimbre y las hamacas, se hinchaban de sopor.

Serpenteó con la bici, esquivando algún que otro pedrusco del camino y algún que otro surco más profundo de lo normal, dejado por el paso de los carros. La débil estela de blanquecino polvo iba diciendo adiós a la agonía, y le empujaba a chocar de frete con la vida.

Tomó el camino de la derecha, más recto, y aceleró algo el ritmo. La mole de centenarios olmos junto a la casa, se fue perdiendo en la distancia. El cielo estaba azul radiante, el aire seco y caliente, y ni la más leve brisa balanceaba las hojas de los olivos o de las viñas. La cabeza erguida, sin más protección que el propio pelo, surgía altiva como un desafío al mismo clima.

Pronto llegó a la carretera comarcal y se dispuso a emular las grandes gestas de los ciclistas. A 20 kms. de allí estaba Malagón, lo que significaban 40 kms. contando la ida y la vuelta. Un buen paseo para quien solo estaba acostumbrado a ligeros paseítos de tres, cuatro o como mucho diez kilómetros. Pero ahí estaba el reto y el deseo de vencerlo.

Trató desde el comienzo de dosificar sus fuerzas, pensando en el regreso, y marchó a un ritmo regular y mantenido. Al cabo de un rato se abrió ante sus ojos la Albuera que, con el agua crecida, asomaba  a ambos lados de la carretera. Se llenó de emoción cuando pasó por ella y pudo contemplar perfectamente la silueta frágil de las garzas y el vuelo estrepitoso de una bandada de ánades reales.

Pronto vino un repecho que hizo tensar todos sus músculos y después una gran bajada. Pero la carretera llevaba muchos tiempo sin arreglar y el firme se mostraba irregular. Se ciñó a uno de los márgenes e incluso así hubo de sortear las piedras sueltas y los continuos baches. Miró, aunque sin reconocer el sitio, el punto exacto de su caída unos días antes. Aquella vez bajaba más confiado que ahora por aquella cuesta cuando tropezó con varias piedras sueltas, el manillar se le torció y cayó de espaldas, resbalando así varios metros sobre las piedras. Recordó su levantar dolorido, con la camisa hecha jirones y la espalda ensangrentada, y se miró, mentalmente, las costras secas de la herida de su espalda. Instintivamente volvió la cabeza tratando de divisar la casa y el pozo con cuya agua se lavó y donde recompuso la bicicleta para poder regresar. Ahora, sin embargo, no sucedió nada y, como queriendo huir de ese peligro, aceleró su pedalear.

El calor pesado como plomo, era un freno más... y aún así fue vencido. Las gotas de sudor bañaban su cuerpo, sobre todo su cara y su espalda. Su memoria evocó entonces, el nombre de Anquetil, de Bahamontes, de Pérez Francés, de Manzaneque... y los vio luchar contra el asfalto, pedaleando de pie y venciendo exhaustos pero sin desfallecer los metros finales de una meta volante. De vez en cuando, un árbol o un poste telegráfico se transformaban en esa meta volante que cruzaba victorioso; y en cada coronación de un repecho, veía la suma de unos puntos para la “Clasificación de la montaña”.

El paisaje monocorde de viñedos pareció romperse al fondo: era el Guadiana con su corte de verdor. Cuando llegó a su altura bajó un momento y bebió su agua cristalina que discurría veloz entre los juncos y las piedras. Se remojó los brazos y los hombros para montar de nuevo y no “perder unos segundos respecto al resto del pelotón”. Así, no pudo fijarse si había o no cangrejos pululando entre las piedras del fondo del río; sólo recordó una antigua cacería de cangrejos en ese mismo lugar. Había ido con varios amigos a pasar unos días en la finca. Uno de esos días decidieron hacer una paella y, para enriquecerla, nada mejor que unos cangrejos de río. Tomaron prestadas varias bicis de las que habían dejado allí sus primos y que sólo usaban durante las vacaciones de verano, y se desplazaron con ellas hasta llegar a ese lugar. Allí, sin más aparejos que sus manos, comenzaron a sacar cangrejos con rápidos manotazos; con una mano amagaban y con la otra los echaban, con un rapidísimo movimiento, hasta la orilla. Ya fuera del agua era más fácil cogerlos y los iban metiendo en una bolsa. Aún le parece escuchar el sonido del chapoteo en el agua, los cangrejos volando para aterrizar en tierra firme... y algún que otro chillido cuando estos atinaban a aprisionar un dedo. La cacería resultó fructífera, tanto que hubieron de repartirlos entre la bolsa... y los bolsillos. No puede evitar una sonrisa al recordar el bullir de dos cangrejos en el bolsillo de su camisa, las cosquillas y algún que otro apretón de pinzas en la tetilla. Y segrega jugos gástricos recordando el exquisito sabor de aquella paella.

Sin darse cuenta, venciendo el sufrimiento muscular a base de recuerdos, la distancia se fue reduciendo y, como premio, por fin se dibujó en el horizonte la silueta de unas casas: Malagón.

Pedaleó con fuerzas y lleno de alegría, casi riendo, hasta casi el mismo comienzo del pueblo. Después, y calculando el tiempo empleado y considerando que aún le quedaba el regreso, se dio media vuelta sin parar y enfiló la carretera en sentido contrario.

Cada lugar por donde pasó le trajo a la mente nuevos recuerdos. Y pensó en lo que pensarían los ciclistas para vencer su esfuerzo. El ciclismo es, ante todo, sufrimiento; es poner el cuerpo al límite de sus fuerzas y mantenerlo mucho tiempo en ese estado. Y para olvidarse de los gritos musculares la imaginación debe luchar y llenar todo de imágenes y pensamientos tan reales que hagan olvidar lo que se está haciendo; desconectar la mente y el cuerpo, esa es la clave. Algo así como un viaje astral pero con la diferencia de que aquí el cuerpo, en vez de relajado debe estar trabajando a tope y todo seguido. El ciclismo, ciertamente, tiene algo, mucho, de místico. El hombre en soledad, fundido con el aire y con los campos, haciendo su alma tan grande que parece hacer olvidar al cuerpo que es materia; alimentando su alma de energía a cada pedalada, y haciéndola tan grande que se sale del cuerpo y parece hasta como si fuese ella quien tirase de ese cuerpo y le hiciese avanzar más y más hasta lograr llegar a su objetivo.

Pasó otra vez por el Guadiana, pasó otra vez por el lugar de la caída, pasó otra vez por la Albuera, y volvió a ver los olmos centenarios dándole la bienvenida. Se vio con la merienda frente a frente, con las mondas del pepino refrescándole las sienes y la frente, y con el crujir del pepino con sal y aceite entre sus dientes. Y se vio masticando la cata (1) mientras las piernas relajadas cuelgan y se balancean en el cómodo columpio.

A ambos lados del camino, los almendros lo saludaron con alegría agitando sus ramas levemente gracias a la incipiente brisa. Era la multitud que le aclamaba al acercarse a la cinta victoriosa de la meta. Aceleró, dio el último sprint y frenó y giró bruscamente al llegar junto la casa, derrapando y haciendo chillar de emoción  a las perulas (2).

Un ojo mortecino, sobre una boca bostezante, lo miró.
-                     ¿De dónde vienes? –le preguntaron.
-                     De dar un paseíto –respondió.
-                     Bueno, mmm –le dijeron estirándose- ya es la hora de merendar.

(1) Esquina de pan redondo de pueblo en la que se hace un hoyo que se rellena de aceite y sal y se le vuelve a poner la miga encima. (2) Piedrecitas redondeadas.

domingo, 12 de abril de 2015

La verdad es variable

Hoy traigo aquí un extracto de un interesante libro y bien es cierto que podía haber sido otro párrafo cualquiera puesto que hay mucho donde escoger dentro del mismo. Pero ya que este blog se llama “Palabras inefables”, y que la frase que lo define dice textualmente “la verdad sólo es un punto de vista”, me ha parecido apropiada. Aquí os la dejo para que meditéis sobre ella:

“Muchos místicos de diversas religiones han sido perseguidos por las iglesias respectivas, ya que el místico entra en contacto directo con Dios sin necesidad de sacerdote o intermediario alguno, poniendo en entredicho el poder de la iglesia respectiva. A veces han sido incluso condenados a muerte y ejecutados, como ocurrió, por ejemplo, con Juana de Arco, santificada por la iglesia romana quinientos años después de su muerte en la hoguera. Esta santa es un ejemplo de la variabilidad del concepto de verdad, o mejor, de la influencia de la sociedad sobre el concepto de verdad que se tiene en un momento histórico determinado”.
(Francisco J. Rubia, “El cerebro nos engaña”)
PD.- Esta imagen que acompaña el comentario no se mueve. Es nuestro cerebro el que nos engaña y nos hace percibir en ella un movimiento inexistente.

viernes, 10 de abril de 2015

La mejor procesión de Semana Santa


La mejor procesión de Semana Santa es la de Nuestro Padre Jesús Nazareno, más popularmente conocida como la de los “Moraos”, que se celebra cada Viernes Santo en Daimiel (Ciudad Real).
Estoy seguro que cualquiera que lea esto me dirá que estoy equivocado, que las mejores procesiones son las de Sevilla o las de Valladolid o... las de su ciudad o pueblo. Sin embargo quiero aportar unos datos que apoyan mi criterio:

LOS PASOS.- La procesión de los “Moraos” es una (¿o quizás la que más?) de las que más pasos tiene: ocho. Dichos pasos siguen cronológicamente la Pasión; así vemos desde el arranque de la misma con la imagen del Niños Jesús, una interminable sucesión de estremecedores y bellísimos pasos: la coronación de espinas, Jesús ante Pilatos, Jesús ayudado por el cirineo, Jesús consolando a las mujeres de Jerusalén, Verónica, Jesús Nazareno y la Virgen del primer dolor.

LA HORA.- Todas las procesiones de España tienen una hora concreta para su inicio; sin embargo la de los “Moraos” no tiene hora fija sino que su comienzo viene marcado no por los hombres, sino por el cielo: el primer rayo de luz que anuncia el día es el que da la salida a la misma. De esta forma la procesión comienza de noche y en el transcurso de la misma (más de cuatro horas desde que sale el primer paso hasta que se retira el último) vemos cómo poco a poco se va haciendo de día.

LOS ENCUENTROS.- Se ha hecho popular en muchas procesiones de distintos lugares de España el encuentro entre dos pasos, normalmente el de Jesús con la Virgen; sin embargo en esta procesión no hay un encuentro sino dos, primero el de Jesús con la Virgen y después el de Jesús con Verónica. Esto significa, además, que su recorrido no nace de un mismo lugar sino de varios que –como los afluentes- se van añadiendo al río principal aumentando la majestuosidad del cauce.

LOS NAZARENOS.- Esta cofradía, fundada en 1.598 (es también una de las más antiguas), cuenta en la actualidad con 4.911 hermanos. Si tenemos en cuenta que la población de la ciudad de Daimiel está en torno a los 19.000 habitantes, esto significa el 25 por ciento de la población.

LA MÚSICA.- La música y la religiosidad están íntimamente ligadas y por ello no podía faltar en este caso una muestra de ello; y tanto que es así: cada año acompañan a esta enorme procesión seis o siete bandas de música que interpretan un variado repertorio en el que se incluye una composición de un autor local.

LOS ESPECTADORES.- Ver una procesión importante en cualquier lugar de España significa acudir con mucho tiempo de antelación para coger buen sitio y si no, estar apretujado en una multitud a muchos metros de distancia del lugar por donde pasa. En Daimiel es tan largo el recorrido que salvo en algunos lugares puntuales puede verse tranquilamente en primera fila ya que no hay siquiera una segunda fila.

Y podría seguir añadiendo muchas cosas más, por ejemplo: desfilan penitentes arrastrando cadenas y cruces pero lejos de los espectáculos de sangre y tortura que se aprecian en otros muchos lugares; cada nazareno desfila cargando su cruz en una muestra de simbolismo realmente impactante; hay nazarenos de todas las edades, incluso niños con chupete que van vestidos de nazarenos en brazos de sus padres.

Pero lo mejor que podéis hacer es acudir un Viernes Santo a Daimiel y comprobarlo por vosotros mismos. Este humilde video de aficionado que acompaño, tan solo puede dar una ligera idea, muy lejos de lo que se ve y se siente cuando se está inmerso en ella bien sea como espectador o como nazareno.

miércoles, 8 de abril de 2015

El noruego que salió rana

La política del Real Madrid es fichar todo aquello que reluce para presumir de ser los más y los mejores; después, lógicamente, la mayoría de los fichados apenas si tendrán unos minutos de gloria antes de ser cedidos o traspasados a otro club.

Pero esta vez la cosa no le ha salido bien al Real Madrid, quizás por no leerse las cláusulas del contrato que han firmado. Me refiero al jovencito noruego, Martín Odegaard, de tan sólo 16 años, una promesa –según dicen- del fútbol mundial. Así que el Real Madrid, ni corto ni perezoso corrió a ficharlo antes que otro iluso se lo quitara aunque solo fuera para tenerlo jugando en su filial, el Real Madrid Castilla, así que le ofreció el oro y el moro: tres millones de euros de fichaje, un sueldazo para el niño y un trabajo con sueldazo para el padre. Y es que este norueguito (y su padre) no eran tontos y sabían muy bien lo que querían, por lo que les colaron una cláusula en el contrato que han hecho valer.

La noticia se ha destapado ahora, cuando nos hemos enterado que el citado Odegaard lleva dos partidos sin jugar ni un solo minuto en el Castilla y que cuando lo ha hecho no ha aportado absolutamente nada al equipo; sus compañeros pasan de él y le ignoran. ¿Cuál es la causa? La citada cláusula de su contrato decía que si Odegaard quería, entrenaría cinco días a la semana con el primer equipo del Real Madrid... y eso es lo que ha hecho. La consecuencia es que sólo ve a sus compañeros del Castilla el día de partido y, lógicamente, al no haber entrenado ni convivido con ellos, no se entiende en el campo, no sabe colocarse ni combinar ni trabajar en equipo como sí lo hacen todos sus demás compañeros que sí se pasan muchas horas cada día ensayando jugadas y estrategias.

Por su parte Odegaard juega a ser niño rico y mimado que disfruta entrenando con las grandes estrellas del fútbol mundial. Como sólo tiene 16 años, cuando acabe su contrato con el Real Madrid seguirá siendo una joven promesa con el plus de haber estado entrenando con los mejores jugadores y entrenadores del mundo, por lo que se irá a otro equipo a jugar y demostrar lo aprendido durante todo este tiempo... y que el Real Madrid ha ido pagando sin obtener nada a cambio.

martes, 7 de abril de 2015

Una tarde de verano

Eran las tres y media cuando la última servilleta limpió la boca del último comensal. Todos se fueron levantando lentamente. Unos se fueron a su habitación a dormir la siesta, otros se quedaron leyendo en un rincón del comedor, otros buscaron una tumbona bajo la sombra del centenario olmo que, en su mitad, tenía colgado un termómetro señalando en aquél momento 38ºC de temperatura... a la sombra. El sol caía como fuego y una ligera brisa esparcía el aire caliente por todos los rincones. Vicente no podía estar tranquilo y decidió darse un paseo. Camiseta, pantalón corto y zapatillas; puso rumbo al camino de salida de la finca. Sobre la tarde resonó pesadamente el crujir de las perulas (1) bajo las suelas de las zapatillas. El largo paseo de almendros brindaba un agradable sol y sombra mientras sus rugosas cortezas mostraban un variado paisaje de infinidad de tonos marrones, negros, amarillos de xantoria parietina (2) y, de vez en cuando, una refulgente gota de resina.

Atrás quedó el sol y sombra. El camino serpenteaba ahora por los surcos de los carros y a cada paso una ligera nubecilla de polvo se levantaba. Sus zapatillas azules se iban haciendo hermanas de la tierra.

A ambos lados, las llanuras dibujadas de viñedos, llegaban al infinito y, al frente, dos álamos blancos señalaban el comienzo de la Albuera (3). Dirigió sus pasos a un pequeño bosque donde abundaban los álamos, cuyas hojas, mecidas por el viento, parpadeaban verde y blanco. Tocó la seca corteza de sus troncos, mientras una oruga cambiaba de rendija y el sonido atronador de las chicharras le hizo buscar acomodo. Un árbol lo acogió en su regazo y el aire lo arropaba con cariño. Su mano acarició la tierra y la sintió palpitar, se sintió vivo como la hierba, como las pequeñas y níveas campanillas. Cerró los ojos y percibió el ligero aroma de los juncos y el baile sin fin de la masiega (4). Desde lo alto, el nido de cigüeñas también dormitaba en estas horas de la siesta.

Poco después se levantó y decidió bordear toda la tabla. Nunca había llegado a conocer todos los rincones de su entorno. Caminó pegado a los juncos, pisando las cañas ya resecas, con la cara iluminada por los reflejos del agua.

La vida le fue saludando a cada paso. Ahora una pareja de perdices salía volando, después una rana asustada saltaba y se escondía entre los charcos de la orilla. Las mariposas, como flores ambulantes, transmitían señales de una vida rebosante que sólo él podía contemplar porque los demás... dormían.

Escrutando con sus ojos el paisaje, descubría una variedad infinita de matices. Por unas zonas, el agua quedaba lejos tras un bosque de carrizos y masiega, haciendo peligroso acercarse a ella. Bajo el engañoso suelo de carrizos fracturados se veía el cieno movedizo y el agua que en su seno escondía las ovas (5) incapaces de soportar el peso de un cuerpo humano. Cuando alguno de sus pies se hundía unos centímetros, recordaba las historias de personas angustiadas luchando por salvar su vida mientras los borricos con tartana y todo se iban sumergiendo en el grisáceo lodo. Por otras zonas, el suelo resultaba más firme, pudiendo pasear junto al agua y haciendo revolotear a alguna que otra polla de agua.

Habría recorrido la mitad de su camino cuando se dio cuenta  de todo el tiempo invertido. El sol se acercaba al horizonte y él se hallaba en el lugar más distante, lejos incluso de cualquier otra cada habitada. Buscó un atajo entre los juncos, en una zona reseca cuyo blanquecino suelo, de salitre y ovas secas, acentuaba la luminosidad y el contraste con el verde de los juncos. Las zonas de vegetación palustre daban paso, a intervalos, a redondeles blanquecinos, antiguas charcas nacidas en la época de las lluvias y ahora secas, simulando plazas de toros de la naturaleza.

Los bostezos del sol alertaron a los grupos de anátidas cuyo batir de alas resonó por la laguna en un ir y venir buscando acomodo para pasar la noche. Las garzas agilizaron su paso camino de la orilla e hicieron comprender a Vicente lo arriesgado de su situación: la noche en ciernes y la finca lejos. Aceleró su paso y un sudor frío le dejó paralizado: el cieno llegaba ahora hasta sus tobillos. Giró a la derecha y el suelo se hacía cada vez más blando. Trató de tranquilizarse. Olvidó el tiempo, abandonó la prisa, y eligió la forma más segura de salir de allí. Sus embarrados pies, que con trabajo despegaba del suelo, volvieron por sus propios pasos. Por fin consiguió pisar de nuevo el suelo firme y se alejó, plantío a través, hacia un camino cercano.

Otra vez fue el andar, ahora tranquilo,  mirando los reflejos del sol sobre las aguas y el sonido vibrante de las aves. No lejos de allí, sobre un olivo, su mirada se cruzó con la de un halcón, tranquilo en su atalaya, con las plumas besadas por el viento.

Los últimos resplandores alumbraban débilmente las más altas capas de la atmósfera cuando ¡por fin! La carretera apareció ante sus ojos. Aceleró el paso, venciendo con coraje su cansancio, y dispuesto a recorrer como si nada el restante camino hasta la finca. Un sonido familiar fue creciendo a sus espaldas... ¡un tractor! ¡el auto stop que él esperaba! Así sucedió, y fue charlando tranquilo y contento, sentado junto al conductor del tractor en el camino hasta su finca, mirándole horizonte apuntalado por las iglesias y las casas del pueblo. Unos dos kilómetros antes de llegar al pueblo había un cruce de caminos y allí se bajó Vicente, no sin antes dar las gracias, y desde allí caminó hasta la finca para llegar a la casa familiar como cualquier otro día, como si hubiera sido un día normal.

Atravesó otra vez el sendero flanqueado de almendros cuyas copas besaban ahora las estrellas. Las perulas anunciaron su llegada y, alertados, le pidieron explicación por su tardanza.
- Hacía muy buena tarde y me he entretenido un poco. ¿Qué iba a pasarme? –les contestó.

Después de cenar se sentó fuera del porche y, recostando la cabeza hacia atrás, se empapó toda la cara con estrellas. Imaginó los patos dormidos en la orilla, escondidos entre los juncos, y el croar impenitente de las ranas entre las ovas; un aroma de pericones (6) saturó su pituitaria, y tembló de emoción al sentir que él era una pieza más del ecosistema.

(1) Piedrecitas redondeadas. (2) Una variedad de liquen. (3) Una laguna pantanosa o “tabla” originada por la afloración del Guadiana. (4) Una variedad de vegetación palustre. (5) Una especie de algas propia de aguas salobres. (6) Planta cuyas flores, en forma de campanillas, se abren por la noche.