sábado, 1 de diciembre de 2012

Una infinita tristeza


No es necesario tener poderes especiales. Salvo que seas un adoquín -es decir, un ser sin ninguna sensibilidad- notarás una infinita tristeza que se masca en el ambiente, cuando visites la cripta donde yacen los amantes de Teruel. Su historia no pudo ser más triste, y esa tristeza ha impregnado el ambiente del mausoleo y te cala hasta los huesos. Parece como ni siquiera la muerte hubiera sido capaz de unirlos.

Para todo aquél que no conozca la historia o quiera refrescarla, aquí la tiene, contada a mi manera:

A principios del siglo XIII vivían en Teruel Juan Diego de Marcilla e Isabel de Segura. Amigos desde la infancia, esa amistad se transformó finalmente en amor. Pero en aquella época, era el hijo mayor quien heredaba todo y a los demás –aparte de comer morcilla- sólo les quedaban las opciones de irse a la guerra o hacerse cura. Y resulta que Juan Diego era el segundo hijo y el padre de Isabel le dijo que con un segundón sin fortuna no se casaba su hija. Pero tanto insistían ellos dos en su amor, que el padre de Isabel dijo “Bueno, pero con una condición”. Y esa condición que le puso consistía en un plazo de cinco años para que hiciese fortuna y si al término de dicho plazo volvía rico, entonces aceptaría la boda. Total, que Juan Diego se hizo soldado y se fue a la guerra para acaparar cuantos botines –como un presidente del Santander cualquiera- pudiera.
Pasaron los años y un hijo puta (no consta quién fue) corrió la voz de que Juan Diego había muerto en batalla. Ya sin la esperanza de su amor en el horizonte, y las presiones de su padre, Isabel se casa con otro. Pero justo el día en que se cumplía el plazo de cinco años, Juan Diego regresa vivito, coleando y arrastrando un montón de dinero que había conseguido. Cuál sería su sorpresa al ver que no se ha respetado el plazo que le habían dado. Consigue hablar con Isabel y esta le explica todo lo sucedido. Juan Diego, completamente abatido se resigna y sólo le pide a Isabel que le de un beso de despedida. Pero ella le contesta que ya es mujer casada y no puedo dárselo. Por más que insiste Juan Diego, Isabel se mantiene firme en su postura y entonces él cae muerto (muerto de amor y muerto de muerte) allí mismo, a sus pies.
Al día siguiente se celebran los funerales y una mujer enlutada se acerca al féretro: es Isabel. Abatida por los remordimientos le da el beso que le negó en vida, y nada más besarlo, ella también cae muerta allí mismo.
En el año 1555 se descubrieron sus dos cadáveres, junto con documentos que permitían la identificación y recogían este suceso.
Hoy día, un mausoleo de la ciudad de Teruel guarda estos dos cadáveres, cada uno en su féretro, y sobre cada lápida una impresionante escultura de Juan de Ávalos. Esas figuras yacentes tienden una mano hacia la otra, pero ambas manos, aun estando tan cerca una de otra, no llegan a tocarse, como tampoco llegaron a rozarse sus labios cuando estuvieron con vida.
Ni siquiera la muerte les permitió estar juntos.

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