Delegar con
responsabilidad es una expresión de confianza en las personas y conlleva, entre
otras cosas, dejar de fiscalizar el trabajo, animar a la toma de decisiones y
eliminar los trabajos y revisiones innecesarias. Los empleados deben sentirse
libres y animados para tomar decisiones y asumir riesgos
Elogio del error
Si os fijáis en la valoración de
cualquier compañía farmacéutica, veréis que los empleados representan alrededor
del 10 por ciento del valor de capitalización de mercado de la compañía. Pero
las compañías no son otra cosa que el conjunto de sus empleados y es el valor
intelectual de esos empleados lo que las hace tan valiosas. Por ello resulta
cuando menos preocupante que no se de a los empleados todo el valor y
reconocimiento que merecen. Despedir empleados con una gran experiencia y
conocimiento de la empresa y sustituirlos por otros con una buena titulación
pero faltos de experiencia y conocimiento –tanto de la empresa como del sector-
pero que a cambio aceptan unos salarios más bajos, no es otra cosa que devaluar
la compañía. Sustituir dos de los anteriores por uno de los nuevos y pretender
que el nuevo asuma el trabajo de aquellos dos y cumpla sobradamente todos los
objetivos, es simplemente incompetencia directiva.
Cualquier compañía, en su
conjunto, tiene que estar construida alrededor del capital intelectual de las
personas que la forman, alrededor del valor contrastado de “su gente”, y es ahí
donde se demuestra el auténtico liderazgo. El liderazgo de una compañía en la
que todo el mundo quiera entrar a trabajar o colaborar con ella, que sea
siempre su primera elección. Y para ello es imprescindible tener una atmósfera
creativa y entusiasta, en donde los empleados tengan la oportunidad de expresar
sus ideas.
El “empowerment” o delegar con
responsabilidad es algo que –en teoría- se incluye en la política de muchas
compañías, pero en la mayor parte de las ocasiones se queda sólo en eso, en la
teoría, en simples palabras que nunca se llevan a la práctica. Porque no se
trata solo de delegar en los empleados y hacerlos responsables –y por tanto más
partícipes- de la compañía, sino que implica desarrollar toda una cultura en la
que todos se sientan cómodos a la hora de tomar decisiones, de confiar en los
demás, y de ser responsables del cumplimento de las medidas adoptadas.
Un directivo debe
centrarse en los temas importantes, no pretender controlar los detalles nimios
Delegar con responsabilidad
empieza en el momento en que los miembros del equipo de dirección depositan su
confianza en las personas de la compañía y eso conlleva, entre otras cosas,
dejar de fiscalizar su trabajo, animar a la toma de decisiones y eliminar todos
aquellos trabajos y revisiones innecesarias. El trabajo de los directivos debe
ser apoyar a las personas y los equipos en los temas importantes, no dirigirlos
en detalles nimios.
En una compañía líder deben
quedar desterradas todas aquellas conductas que se centren en la culpa. Los
empleados deben sentirse libres y animados para tomar decisiones y asumir
riesgos, aun a sabiendas que muchas veces conducirán al error, pero es que es a
través de los errores (de errores asumibles) como se va aprendiendo y
progresando.
Un buen directivo debe dedicar una buena parte de su
tiempo al contacto directo y personal con todos y cada uno de sus empleados,
porque de lo que le digan va a aprender mucho. La forma en que los empleados
responden a los retos, lo que les estimula y les preocupa, es muy importante
para decidir cómo dirigir la compañía.
Sin confianza en el equipo no puede
haber éxito
Para llegar a esto el camino está en el diálogo constante, en unos
directivos cuya puerta del despacho esté siempre abierta para escuchar a sus
empleados, atender a sus propuestas y animarles a llevar a cabo aquellas
acciones cuyos fundamentos presuman poder llegar a buen puerto. Hay que dejar
que la creatividad alcance su plenitud, impulsando a las personas a probar
nuevos límites. Si los directivos no confían ciegamente en su equipo,
difícilmente van a conseguir que estos desarrollen todas sus capacidades en
favor de la compañía. El error forma parte intrínseca del ser humano, por eso
es necesario arriesgar y probar constantemente nuevos métodos, nuevas vías. Si
en vez de incentivar la creatividad, se fiscalizan todas las actuaciones y los empleados
trabajan bajo el temor de la reprobación si comenten un error, lo más normal es
que dejen de tomar decisiones propias y que nadie se atreva a dar un paso si
antes no cuenta con todas las bendiciones. Por desgracia, lo habitual es que
cuando –por fin- se consiguen todas las autorizaciones y apoyos a esa
decisión... la oportunidad ya ha pasado y todo el esfuerzo ha sido en balde.
Por eso me quedo con aquellos
directivos que apuestan por un equipo, motivado (y también recompensado en
función de su valía) para arriesgar con prácticas nuevas y cambiantes en un
mercado cada día más competido y difícil.
Artículo publicado en la revista Farmespaña
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