viernes, 24 de febrero de 2012


Delegar con responsabilidad es una expresión de confianza en las personas y conlleva, entre otras cosas, dejar de fiscalizar el trabajo, animar a la toma de decisiones y eliminar los trabajos y revisiones innecesarias. Los empleados deben sentirse libres y animados para tomar decisiones y asumir riesgos

Elogio del error

Si os fijáis en la valoración de cualquier compañía farmacéutica, veréis que los empleados representan alrededor del 10 por ciento del valor de capitalización de mercado de la compañía. Pero las compañías no son otra cosa que el conjunto de sus empleados y es el valor intelectual de esos empleados lo que las hace tan valiosas. Por ello resulta cuando menos preocupante que no se de a los empleados todo el valor y reconocimiento que merecen. Despedir empleados con una gran experiencia y conocimiento de la empresa y sustituirlos por otros con una buena titulación pero faltos de experiencia y conocimiento –tanto de la empresa como del sector- pero que a cambio aceptan unos salarios más bajos, no es otra cosa que devaluar la compañía. Sustituir dos de los anteriores por uno de los nuevos y pretender que el nuevo asuma el trabajo de aquellos dos y cumpla sobradamente todos los objetivos, es simplemente incompetencia directiva.

Cualquier compañía, en su conjunto, tiene que estar construida alrededor del capital intelectual de las personas que la forman, alrededor del valor contrastado de “su gente”, y es ahí donde se demuestra el auténtico liderazgo. El liderazgo de una compañía en la que todo el mundo quiera entrar a trabajar o colaborar con ella, que sea siempre su primera elección. Y para ello es imprescindible tener una atmósfera creativa y entusiasta, en donde los empleados tengan la oportunidad de expresar sus ideas.

El “empowerment” o delegar con responsabilidad es algo que –en teoría- se incluye en la política de muchas compañías, pero en la mayor parte de las ocasiones se queda sólo en eso, en la teoría, en simples palabras que nunca se llevan a la práctica. Porque no se trata solo de delegar en los empleados y hacerlos responsables –y por tanto más partícipes- de la compañía, sino que implica desarrollar toda una cultura en la que todos se sientan cómodos a la hora de tomar decisiones, de confiar en los demás, y de ser responsables del cumplimento de las medidas adoptadas.

Un directivo debe centrarse en los temas importantes, no pretender controlar los detalles nimios

Delegar con responsabilidad empieza en el momento en que los miembros del equipo de dirección depositan su confianza en las personas de la compañía y eso conlleva, entre otras cosas, dejar de fiscalizar su trabajo, animar a la toma de decisiones y eliminar todos aquellos trabajos y revisiones innecesarias. El trabajo de los directivos debe ser apoyar a las personas y los equipos en los temas importantes, no dirigirlos en detalles nimios.

En una compañía líder deben quedar desterradas todas aquellas conductas que se centren en la culpa. Los empleados deben sentirse libres y animados para tomar decisiones y asumir riesgos, aun a sabiendas que muchas veces conducirán al error, pero es que es a través de los errores (de errores asumibles) como se va aprendiendo y progresando.

Un buen directivo debe dedicar una buena parte de su tiempo al contacto directo y personal con todos y cada uno de sus empleados, porque de lo que le digan va a aprender mucho. La forma en que los empleados responden a los retos, lo que les estimula y les preocupa, es muy importante para decidir cómo dirigir la compañía. 

Sin confianza en el equipo no puede haber éxito

Para llegar a esto el camino está en el diálogo constante, en unos directivos cuya puerta del despacho esté siempre abierta para escuchar a sus empleados, atender a sus propuestas y animarles a llevar a cabo aquellas acciones cuyos fundamentos presuman poder llegar a buen puerto. Hay que dejar que la creatividad alcance su plenitud, impulsando a las personas a probar nuevos límites. Si los directivos no confían ciegamente en su equipo, difícilmente van a conseguir que estos desarrollen todas sus capacidades en favor de la compañía. El error forma parte intrínseca del ser humano, por eso es necesario arriesgar y probar constantemente nuevos métodos, nuevas vías. Si en vez de incentivar la creatividad, se fiscalizan todas las actuaciones y los empleados trabajan bajo el temor de la reprobación si comenten un error, lo más normal es que dejen de tomar decisiones propias y que nadie se atreva a dar un paso si antes no cuenta con todas las bendiciones. Por desgracia, lo habitual es que cuando –por fin- se consiguen todas las autorizaciones y apoyos a esa decisión... la oportunidad ya ha pasado y todo el esfuerzo ha sido en balde.

Por eso me quedo con aquellos directivos que apuestan por un equipo, motivado (y también recompensado en función de su valía) para arriesgar con prácticas nuevas y cambiantes en un mercado cada día más competido y difícil.

Artículo publicado en la revista Farmespaña




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