jueves, 25 de marzo de 2010

El círculo de setas (IV)

Una mano se posó en su hombro. Levantó la vista y vio a un hombre viejo que, con semblante amable, le preguntó algo en aquél idioma extraño. Arne trató de explicarle cómo se había perdido en el bosque y había ido a parar a aquella ciudad que no conocía y donde todo el mundo hablaba un idioma extraño, pero era evidente que aquél hombre tampoco podía entenderle. El viejo quedó pensativo por un momento y viendo la preocupación dibujada en el rostro de Arne le indicó por señas que le siguiera. Así lo hizo. ¿Qué otra cosa podía hacer? Estaba completamente perdido y desconcertado, incapaz de comunicarse con nadie. Siguió al viejo por una larga calle hasta que salieron del pueblo y vio cómo se acercaban a una pequeña granja de la que parecía salir el sonido de una melodía. Al principio no supo identificar qué clase de música era aquella, pero pronto se dio cuenta que era la música de un cello, música triste, fúnebre casi, como emitiendo gritos de desesperación; un calco, en definitiva, de su estado de ánimo en aquél momento. La puerta estaba entreabierta y allí en el salón, junto a la chimenea, estaba una joven rubia, la responsable de aquél insospechado concierto. Al verlo dejó de tocar y dirigió una mirada inquisitiva hacia el viejo. Algo hablaron entre ellos y la joven se dirigió a él de nuevo preguntándole algo que, evidentemente, él no era capaz de comprender. Arne comenzó a explicar de nuevo cuál era su situación y entonces ella le respondió. Esta vez sí, por fin, en su idioma: “¿Cuándo has llegado aquí?


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