ACTO II
Escenario: Una discoteca animada en Madrid, 1975. Luces
estroboscópicas parpadean, y las parejas bailan al ritmo de una canción
pegajosa (por ejemplo, “Y Viva España” o un éxito disco). El aire está cargado
de humo de cigarrillo y olor a colonia barata. Juan, Néstor y Rafael están
sentados en una mesa llena de vasos. La multitud luce la moda de los 70:
pantalones de campana, zapatos de plataforma y camisas coloridas.
NÉSTOR: (Fanfarroneando) Este verano conocí a una alemana
en Torremolinos. ¡Estaba forrada! Alquiló un yate para fiestas todas las noches.
¡Menudo verano!
RAFAEL: (Sonriendo) No está mal, Néstor. Pero yo no me quejo. Estoy con una actriz que empieza en el teatro. ¡Y qué mujer!
NÉSTOR: (Riendo) ¡Eso es un buen plan! Ya sabes cómo son las del teatro...
RAFAEL: (Viendo a un grupo de mujeres entrar) ¡Guau! ¡Mira qué bellezas acaban de llegar! ¿Vamos?
NÉSTOR: (Guiñando un ojo) ¡Eres un lince, Rafael! (A Juan) ¿Vienes?
JUAN: (Distante) No, gracias.
NÉSTOR: (Encogiéndose de hombros) Tú te lo pierdes. ¡Al ataque! (Néstor y Rafael se van, mezclándose con la multitud. Las luces se atenúan, dejando un foco en Juan. La música se reduce a un murmullo mientras se escuchan sus pensamientos.)
JUAN: (Para sí mismo) ¿Esto es todo? Ríen, hablan, coquetean. Si no oyera sus palabras, creería que son felices. Pero su felicidad es efímera, un flirteo superficial. Quizás tengan razón. El mundo agota, y ellos lo combaten con sus propias armas: superficialidad contra superficialidad. Viven el instante, sin pasado ni futuro. ¿De qué sirve ser profundo en un mundo que premia lo banal? Podría escribir novelas vacías, como las que compran por esnobismo, y tendría éxito. Pero ¿y después? Un cuerpo puede darme una noche de placer, pero mi alma... mi alma necesita más. Busco el amor, no una conquista. (Néstor y Rafael regresan, riendo, con bebidas en la mano.)
NÉSTOR: ¡Eh, escritor, despierta!
JUAN: (Sobresaltado) ¿Qué pasa?
RAFAEL: (Entusiasmado) ¡No veas cómo están esas chicas!
NÉSTOR: (Guiñando) Suave, suave...
JUAN: (Secamente) Ya me lo imagino.
RAFAEL: Venga, únete al safari. Hay una tigresa que...
JUAN: (Con firmeza) Hoy no. Prefiero quedarme aquí.
NÉSTOR: (Encogiéndose de hombros) Allá tú.
RAFAEL: (A Néstor) ¿Vamos?
NÉSTOR: ¡Adelante! (Se alejan riendo. El foco vuelve a Juan.)
JUAN: (Para sí mismo) Míralos, tan contentos. Pero cuando están solos, con su vaso en la mano, parecen tristes, como si pensaran. (Su mirada se fija en una joven, Clara, sentada sola en una mesa, leyendo un libro bajo una luz suave. Destaca en la escena caótica.) ¿Ella? ¿Leyendo en un lugar como este? (Ve a Néstor acercarse a ella, luego retroceder, encogiéndose de hombros. Rafael intenta después y también falla.) ¡Increíble! Los dos grandes seductores, rechazados. Esa chica no es como las demás. Es mi turno. (Juan se acerca a la mesa de Clara, vacilante pero decidido.)
JUAN: (Nervioso) ¿Qué lees?
CLARA: (Levantando la vista, sorprendida) “Noches de Sing-Sing”, de Harry Stephen Skiller.
JUAN: No lo conozco, y eso que leo mucho. ¿Me dejas anotar el autor? (Saca una pequeña libreta y un bolígrafo. Clara sostiene el libro abierto para él.)
CLARA: (Sonriendo) Claro.
JUAN: (Escribiendo) Harry... Stephen... Skiller. Listo. Yo también soy escritor, aunque no de bestsellers. ¿Tanto te gusta leer que vienes a un sitio como este?
CLARA: (Riendo suavemente) Cualquier lugar es bueno para un libro. Prefiero leer a estar aquí, la verdad.
JUAN: ¿Qué lees normalmente?
CLARA: De todo, pero me pierden los franceses: Camus, Sartre, Colette. ¿Y tú?
JUAN: Poesía, sobre todo. Tagore, Casona... Estoy escribiendo unas novelas para una editorial, pero no las típicas que todos compran y nadie lee. En las mías, el argumento es secundario; lo importante es el alma de los personajes, sus reflexiones.
CLARA: (Intrigada) Eso es lo que realmente importa. ¿Has leído “La dueña de las nubes”?
JUAN: No. ¿Y tú “Amanecer de otro día”?
CLARA: (Sonriendo) No. ¿Y “El príncipe de Hamburgo”?
JUAN: Tampoco. (Ríen juntos.)
CLARA: También me gusta la música clásica. Menos mal, porque mis padres siempre me llevan a conciertos. ¡Imagínate si no me gustara!
JUAN: Pero si estás tan “atada” a ellos, ¿qué haces aquí?
CLARA: Vine con una amiga que insistió. ¿Y tú?
JUAN: Lo mismo, amigos que me arrastraron. Pero este lugar... mucho ruido, poca luz, y demasiada superficialidad.
CLARA: (Mirando a la multitud) Cuerpos vacíos, ¿verdad?
JUAN: (Sonriendo) Exacto. Ojalá nunca seamos así.
CLARA: ¿Te gusta bailar?
JUAN: No, lo encuentro absurdo. Pero a veces hay que hacer cosas absurdas, ¿no?
CLARA: (Juguetona) Cuéntame algo de lo que escribes. ¿Poesía, quizás?
JUAN: (Titubeando) Déjame pensar... (Toma su libreta y escribe.) Aquí va: (Escribe un poema y lo lee en voz alta mientras la música se suaviza a una pieza clásica, tal vez “Clair de Lune” de Debussy)
“Mi sueño es un alma de mujer que no encuentra cuerpo.
Sé que existe, y mi destino balbucea hacia ella.
La busco en los trigales que ondula la esperanza,
en las calles muertas de cielo,
en el mar salpicado de estrellas.
Ella está en la noche plana,
en el reír alegre, sin saber, del día.
Sabe que la busco y se esconde.
¿Por qué?
Se camufla en cuerpos vacíos,
muertos ya a la esperanza.
Yo, voraz golondrina,
engullo esos cuerpos minúsculos,
pero mi estómago se revuelve.
¿Dónde estará esa fruta ignorada que da la alegría?
Mi cuerpo se cansa.
Perdona que descanse un poco;
lloro las estrellas de tu noche,
de esta noche de mi alma.
Estoy cansado de palabras,
de perderme siempre en el mismo camino.
Perdona que muera esta noche,
una vez más.” (Mientras lee, sus manos se tocan. El momento es íntimo, interrumpido por la ruidosa entrada de Néstor.)
NÉSTOR: (Ebrio) ¡Eh, intelectuales! ¿No venís a la pista? ¡Está que arde!
JUAN y CLARA: (Al unísono) No, estamos bien aquí.
NÉSTOR: (Encogiéndose de hombros) Vosotros sabréis. (Se va.)
CLARA: (Suavemente) Tu poema es precioso.
JUAN: Gracias. Aunque este lugar no es el mejor para la poesía.
CLARA: (Bromeando) ¿Cuántos años tienes?
JUAN: Veinticinco. ¿Y tú?
CLARA: Adivina.
JUAN: ¿Veintiuno?
CLARA: Menos.
JUAN: ¿Diecinueve?
CLARA: Menos.
JUAN: (Sorprendido) ¿Diecisiete?
CLARA: (Asintiendo) Por eso estoy tan atada a mis padres.
JUAN: No lo pareces. Pero no importa el DNI, sino lo que llevas dentro. ¿Podemos quedar otro día?
CLARA: Si no te importa mi edad...
JUAN: (Sonriendo) Lo que importa es el alma. ¿El viernes que viene, aquí?
CLARA: Seguro que mi amiga me arrastra otra vez.
JUAN: Entonces, brindemos por nuestro encuentro. (Levanta un vaso imaginario) ¡Camarero! (La música crece, una balada romántica de los 70. Las luces se atenúan mientras brindan.)
Vicente Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon: https://www.amazon.com/author/fisac
“Sigue esperando”: https://www.amazon.es/dp/1705805434
RAFAEL: (Sonriendo) No está mal, Néstor. Pero yo no me quejo. Estoy con una actriz que empieza en el teatro. ¡Y qué mujer!
NÉSTOR: (Riendo) ¡Eso es un buen plan! Ya sabes cómo son las del teatro...
RAFAEL: (Viendo a un grupo de mujeres entrar) ¡Guau! ¡Mira qué bellezas acaban de llegar! ¿Vamos?
NÉSTOR: (Guiñando un ojo) ¡Eres un lince, Rafael! (A Juan) ¿Vienes?
JUAN: (Distante) No, gracias.
NÉSTOR: (Encogiéndose de hombros) Tú te lo pierdes. ¡Al ataque! (Néstor y Rafael se van, mezclándose con la multitud. Las luces se atenúan, dejando un foco en Juan. La música se reduce a un murmullo mientras se escuchan sus pensamientos.)
JUAN: (Para sí mismo) ¿Esto es todo? Ríen, hablan, coquetean. Si no oyera sus palabras, creería que son felices. Pero su felicidad es efímera, un flirteo superficial. Quizás tengan razón. El mundo agota, y ellos lo combaten con sus propias armas: superficialidad contra superficialidad. Viven el instante, sin pasado ni futuro. ¿De qué sirve ser profundo en un mundo que premia lo banal? Podría escribir novelas vacías, como las que compran por esnobismo, y tendría éxito. Pero ¿y después? Un cuerpo puede darme una noche de placer, pero mi alma... mi alma necesita más. Busco el amor, no una conquista. (Néstor y Rafael regresan, riendo, con bebidas en la mano.)
NÉSTOR: ¡Eh, escritor, despierta!
JUAN: (Sobresaltado) ¿Qué pasa?
RAFAEL: (Entusiasmado) ¡No veas cómo están esas chicas!
NÉSTOR: (Guiñando) Suave, suave...
JUAN: (Secamente) Ya me lo imagino.
RAFAEL: Venga, únete al safari. Hay una tigresa que...
JUAN: (Con firmeza) Hoy no. Prefiero quedarme aquí.
NÉSTOR: (Encogiéndose de hombros) Allá tú.
RAFAEL: (A Néstor) ¿Vamos?
NÉSTOR: ¡Adelante! (Se alejan riendo. El foco vuelve a Juan.)
JUAN: (Para sí mismo) Míralos, tan contentos. Pero cuando están solos, con su vaso en la mano, parecen tristes, como si pensaran. (Su mirada se fija en una joven, Clara, sentada sola en una mesa, leyendo un libro bajo una luz suave. Destaca en la escena caótica.) ¿Ella? ¿Leyendo en un lugar como este? (Ve a Néstor acercarse a ella, luego retroceder, encogiéndose de hombros. Rafael intenta después y también falla.) ¡Increíble! Los dos grandes seductores, rechazados. Esa chica no es como las demás. Es mi turno. (Juan se acerca a la mesa de Clara, vacilante pero decidido.)
JUAN: (Nervioso) ¿Qué lees?
CLARA: (Levantando la vista, sorprendida) “Noches de Sing-Sing”, de Harry Stephen Skiller.
JUAN: No lo conozco, y eso que leo mucho. ¿Me dejas anotar el autor? (Saca una pequeña libreta y un bolígrafo. Clara sostiene el libro abierto para él.)
CLARA: (Sonriendo) Claro.
JUAN: (Escribiendo) Harry... Stephen... Skiller. Listo. Yo también soy escritor, aunque no de bestsellers. ¿Tanto te gusta leer que vienes a un sitio como este?
CLARA: (Riendo suavemente) Cualquier lugar es bueno para un libro. Prefiero leer a estar aquí, la verdad.
JUAN: ¿Qué lees normalmente?
CLARA: De todo, pero me pierden los franceses: Camus, Sartre, Colette. ¿Y tú?
JUAN: Poesía, sobre todo. Tagore, Casona... Estoy escribiendo unas novelas para una editorial, pero no las típicas que todos compran y nadie lee. En las mías, el argumento es secundario; lo importante es el alma de los personajes, sus reflexiones.
CLARA: (Intrigada) Eso es lo que realmente importa. ¿Has leído “La dueña de las nubes”?
JUAN: No. ¿Y tú “Amanecer de otro día”?
CLARA: (Sonriendo) No. ¿Y “El príncipe de Hamburgo”?
JUAN: Tampoco. (Ríen juntos.)
CLARA: También me gusta la música clásica. Menos mal, porque mis padres siempre me llevan a conciertos. ¡Imagínate si no me gustara!
JUAN: Pero si estás tan “atada” a ellos, ¿qué haces aquí?
CLARA: Vine con una amiga que insistió. ¿Y tú?
JUAN: Lo mismo, amigos que me arrastraron. Pero este lugar... mucho ruido, poca luz, y demasiada superficialidad.
CLARA: (Mirando a la multitud) Cuerpos vacíos, ¿verdad?
JUAN: (Sonriendo) Exacto. Ojalá nunca seamos así.
CLARA: ¿Te gusta bailar?
JUAN: No, lo encuentro absurdo. Pero a veces hay que hacer cosas absurdas, ¿no?
CLARA: (Juguetona) Cuéntame algo de lo que escribes. ¿Poesía, quizás?
JUAN: (Titubeando) Déjame pensar... (Toma su libreta y escribe.) Aquí va: (Escribe un poema y lo lee en voz alta mientras la música se suaviza a una pieza clásica, tal vez “Clair de Lune” de Debussy)
“Mi sueño es un alma de mujer que no encuentra cuerpo.
Sé que existe, y mi destino balbucea hacia ella.
La busco en los trigales que ondula la esperanza,
en las calles muertas de cielo,
en el mar salpicado de estrellas.
Ella está en la noche plana,
en el reír alegre, sin saber, del día.
Sabe que la busco y se esconde.
¿Por qué?
Se camufla en cuerpos vacíos,
muertos ya a la esperanza.
Yo, voraz golondrina,
engullo esos cuerpos minúsculos,
pero mi estómago se revuelve.
¿Dónde estará esa fruta ignorada que da la alegría?
Mi cuerpo se cansa.
Perdona que descanse un poco;
lloro las estrellas de tu noche,
de esta noche de mi alma.
Estoy cansado de palabras,
de perderme siempre en el mismo camino.
Perdona que muera esta noche,
una vez más.” (Mientras lee, sus manos se tocan. El momento es íntimo, interrumpido por la ruidosa entrada de Néstor.)
NÉSTOR: (Ebrio) ¡Eh, intelectuales! ¿No venís a la pista? ¡Está que arde!
JUAN y CLARA: (Al unísono) No, estamos bien aquí.
NÉSTOR: (Encogiéndose de hombros) Vosotros sabréis. (Se va.)
CLARA: (Suavemente) Tu poema es precioso.
JUAN: Gracias. Aunque este lugar no es el mejor para la poesía.
CLARA: (Bromeando) ¿Cuántos años tienes?
JUAN: Veinticinco. ¿Y tú?
CLARA: Adivina.
JUAN: ¿Veintiuno?
CLARA: Menos.
JUAN: ¿Diecinueve?
CLARA: Menos.
JUAN: (Sorprendido) ¿Diecisiete?
CLARA: (Asintiendo) Por eso estoy tan atada a mis padres.
JUAN: No lo pareces. Pero no importa el DNI, sino lo que llevas dentro. ¿Podemos quedar otro día?
CLARA: Si no te importa mi edad...
JUAN: (Sonriendo) Lo que importa es el alma. ¿El viernes que viene, aquí?
CLARA: Seguro que mi amiga me arrastra otra vez.
JUAN: Entonces, brindemos por nuestro encuentro. (Levanta un vaso imaginario) ¡Camarero! (La música crece, una balada romántica de los 70. Las luces se atenúan mientras brindan.)
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