lunes, 25 de agosto de 2025

Diálogos con mi musa: Yo no he vuelto a encontrarla

MUSA.- ¿Qué dices?
POETA.- Es una vieja canción, hoy ya olvidada.
MUSA.- ¿De qué habla esa canción?
POETA.- De un amor que se perdió... “Yo no he vuelto a encontrarla jamás”.
MUSA.- Desde aquél lejano día que la dejaste escapar...
POETA.- Veo que no te andas por las ramas y vas directamente al grano.
MUSA.- Es mejor así ¿no crees?
POETA.- Yo la quise, y ella tal vez también. Es bonito pensar que aquella vez fui correspondido.
MUSA.- ¿Estás seguro?
POETA.- Sí.
MUSA.- Ella no volvió a verte. Pudo haberte buscado.
POETA.- Pero ¿qué sabes tú de ella?
MUSA.- Realmente nada.
POETA.- Es cierto, el alma encerrada en aquél cuerpo no era la tuya. Tú entonces estabas lejos. Ella no era una musa, era una mujer, un ser humano que obraba por su propia voluntad... Sí, tú estabas lejos.
(Inclinó la cabeza en un silencio afirmativo).
Pero ¿dime? ¿Acaso sabes tú algo de ella?
MUSA.- No, yo tampoco sé nada más de ella, porque –en definitiva- es a través de ti –de forma consciente o inconsciente- como conozco las cosas.
POETA.- Me parece que estoy tocando con la punta de los dedos un velo que oculta una realidad que no sé si me gustaría conocer. Y llegados a este punto no tengo más remedio que descorrerlo...
MUSA.- Yo no existo.
POETA.- No, eso no es posible ¿o es que acaso estoy loco? Solamente los locos hablan con seres imaginarios.
MUSA.- No, los locos no son los únicos; también los poetas.
POETA.- Pero no acierto a comprender bien todo esto...
MUSA.- El hombre, en su afán de conocer y dominar se enfrenta a muchas cosas que superan su capacidad de comprensión, cosas que su mente o su fuerza física es incapaz de abarcar. Es el gran defecto de la humanidad, querer saber y ser los dueños de todo.
POETA.- Hoy no me estás hablando como otras veces.
MUSA.- Será que te voy encontrando más maduro.
(Me miró sonriendo, con cierta sorna).
POETA.- No, yo sé que no es eso: No me repitas las palabras anteriores, me sé de memoria ese discurso.
MUSA.- Te llevo la contraria. ¿Tan malo es eso? ¿Es que sólo hay que decirte lo que te gusta oír?
POETA.- Perdona, a veces no sé ni lo que digo.
MUSA.- Es mejor así. Es difícil comprenderte, estás lleno de contradicciones.
POETA.- Pues si lo sabes, no sigas; no rompas estos minutos de sosiego.
MUSA.- De cualquier forma debes saber que yo quiero ayudarte, quiero despertarte porque me estás idealizando demasiado.
(Hubo unos momentos de silencio y meditación. Nos miramos a los ojos y yo no pude ver los suyos).
POETA.- Yo no he vuelto a encontrarla jamás.
MUSA.- ¿Tanto te obsesiona el haberla perdido? No hay que ser tan débil.
POETA.- ¿Débil, dices? Mira mis manos: están vacías.
MUSA.- Porque no quieres llenarlas.
POETA.- Desde ese punto de vista te diré que las tengo llenas: de tristezas, desengaños, falsedades... ¿Quieres que siga?
MUSA.- Sí, esa será la única manera de descargarlas.
(Incliné la cabeza, llorando sin lágrimas. Mis ojos se habían secado con los años).
POETA.- Yo la amo, la amo y nadie lo comprende. El hombre, desde el principio de la creación, tuvo necesidad de amar y ser amado; y yo, amando, no tengo a quién dirigir mi vida.
MUSA.- Ella no volverá.
POETA.- De sobra lo sé, ya no me queda ni eso: la esperanza. Pero... si tan solo encontrara una mujer con quien compartir mi vida... Voy solo por el mundo, sin una gota de amor que moje mis labios resecos y doloridos de incomprensión.
MUSA.- ¿Y yo?
POETA.- Tú no me puedes besar. Tú no me puedes estrechar la mano. Tú no puedes consolarme ni compartir mis alegrías. ¿Y sabes por qué? Porque yo te he creado, una mañana que estúpidamente me sentí nostálgico. Tú no existes y hasta ahora no hemos sabido comprenderlo.
MUSA.- Pero yo estoy aquí, hablándote. Tengo mi propia personalidad, mis sentimientos...
POETA.- Porque yo te los he dado.
MUSA.- Pero yo estoy aquí viviendo y no estoy llena de contradicciones como tú. ¿No serás, acaso tú, el que no existe?
POETA.- No.
(Respondía secamente, como un autómata).
No, yo estoy inscrito en el Registro Civil. Tengo una partida de nacimiento y un carné de identidad.
(Se quedó muy silenciosa. Ni siquiera me miró).
MUSA.- De acuerdo, tienes razón, tú existes pero una existencia que no se sabe apreciar no vale nada. ¿Qué hay de tus sentimientos?
(Su voz sonó angustiada, como nunca antes se había escuchado).
POETA.- Sí, desgraciadamente aún me quedan, y ese es precisamente el problema, no tengo con quien compartirlos.
MUSA.- Pues para eso me creaste ¿o no?
POETA.- Sí, pero me estoy dando cuenta que eso no es suficiente. Necesito exteriorizar mis sentimientos.
MUSA.- ¿No has estado haciendo eso conmigo?
POETA.- No, contigo lo único que hacía era encerrarme más aún, y creo que esto ha llegado tan lejos que me he perdido dentro de mí mismo.
MUSA.- Yo he tratado de hacer lo contrario. He ido metiéndome en cuerpos de mujer y acercándome a ti a través de ellos.
POETA.- Pero si he sido yo quien te ha creado, no creo que mis supuestos poderes sean tan grandes como para conseguir eso que dices. No creo que tú tengas capacidad para exteriorizarte de esa forma.
MUSA.- Pero la realidad es que sí lo he hecho...
POETA.- Tal vez te haya creado demasiado perfecta. Has tomado consciencia de ti misma y eso no entraba en mis planes. No me extrañaría que en cualquier momento consigas independizarte de mí y seguir tu camino libre y lejos de mí.
MUSA.- No, eso no. Yo seguiré siempre a tu lado. La fidelidad forma parte de mi esencia.
POETA.- ...de una esencia sin cuerpo.
MUSA.- ¿No quieres que me siga valiéndome de ellos para acercarme a ti?
POETA.- No.
MUSA.- ¿Y qué voy a hacer, entonces?
POETA.- Quizás, simplemente, estar ahí, para que en momentos como este pueda desahogarme.
MUSA.- ¿Sólo eso?
POETA.- ¿Y qué quieres que haga? Yo no soy omnipotente. Me estás pidiendo algo muy por encima del alcance de mis posibilidades.
MUSA.- En fin, habrá que aceptarlo; quizás sea ese mi destino.
POETA.- Y el mío, ya lo ves, sigo aquí solo.
MUSA.- Sigue buscando.
POETA.- Ya me he cansado.
MUSA.- ¿Por qué no has vuelto a encontrarla? ¿Sólo es por eso? ¿Es que acaso no hay más mundo?
POETA.- No.
MUSA.- Tú mismo te estás poniendo las dificultades.
POETA.- Creo que nunca podré olvidarla.
MUSA.- Encontrarás a otra.
POETA.- Si encontrase a otra y le entregase mi amor... sí, puede que sea lo más probable; aunque en ese caso, cuando estuviese con ella y cerrase los ojos, sentiría que estaba con aquella otra a quien tanto amé.
MUSA.- Sólo veo ese camino, pero sé además, que cuando encuentres tu verdadero amor, éste sabrá borrar todo ese pasado y ya solo verás la vida a través de ese nuevo proyecto de dos.
POETA.- Tengo un problema, tengo una solución; parecería estúpido dudar. Y sin embargo es duro; tú bien sabes que muchas veces es imposible olvidar.
MUSA.- Olvidar es imposible, pero dejar de sentir esa obsesión sí que puede hacerlo cualquiera que se lo proponga. Yo, por mi parte, trataré de ayudarte en todo lo que pueda.
POETA.- Oye, musa, ¿has sido tú quien se acercó de verdad a mí a través de esos cuerpos?
MUSA.- Vosotros, los humanos que “existís”, queréis saber y ser los dueños de todo. Ese es vuestro gran defecto.
 
EPÍLOGO.- Estoy escuchando música. Alguien está hablando por teléfono. Al fondo del salón, la televisión resuena. Hay un atasco de circulación, la gente se impacienta, comienza la sinfonía de claxon. En los tabiques resuenan voces y ruidos ajenos. Estoy sentado, escribiendo; me apetece un trago de alcohol y un cigarrillo. No comprendo nada de lo que me rodea. Hay que huir de todo esto. Estoy en el mundo de los vivos; no hay duda.

Vicente Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon:
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