sábado, 23 de agosto de 2025

Diálogos con mi musa: Una cámara de fotos

MUSA.- ¿Qué vas a comprarte?
(Los dos estábamos sentados una mañana de otoño frente a frente. Sus ojos inundaban de claridad mis manos y yo acariciaba su sombra. En ese silencio me interrumpió de nuevo)
Que ¿qué vas a comprarte?
(Miré de nuevo sus ojos, su boca, sus manos. Me tendía en sus miradas las barandillas para no perderme y sus brazos me ceñían para no hacer distante)
POETA.- Voy a comprarme una cámara de fotos para hacer las fotos más maravillosas que puedas imaginar.
MUSA.- ¿Para qué?
POETA.- Para guardar perenne tu belleza.
MUSA.- ¿Acaso no me tienes a mí, siempre a tu lado?
POETA.- Sí, tú has sido mi vida misma; pero has estado al borde de la muerte, esa muerte que significa no sentirte. Debo reconocer que siempre que lo he necesitado has venido en mi rescate, hasta en los momentos de mayor desesperanza has aparecido para rehacer mi vida... pero tengo miedo que algún día no sea así, no vuelvas a aparecer, y es por eso que quiero quedarme al menos con el recuerdo de tu belleza plasmado en unas fotos.
MUSA.- Bueno, mi destino es ese, acudir en tu ayuda, acompañarte... ¿Por qué habría de fallarte alguna vez?
POETA.- Es demasiado halagador eso que me dices. Tú eres mucho más que el caprichoso asidero salvavidas de este poeta. Nadie te ve ni te conoce; sólo algunos –muy pocos- poetas hemos llegado a sentir el roce de tus manos. Pero tu misión no es de... sumisión ¿comprendes? Esa alcanzable distancia, esa accesible inaccesibilidad, es la que nos permite luchar por tratar de conquistarte y de esa forme irnos perfeccionando. Tú no debes acudir en mi rescate cada vez que te necesite, al contrario, soy yo quien cada día, en cada instante, debe ir a tu encuentro. Sé que podrá parecerte extraño esto que voy a decirte, pero soy feliz cuando te muestras esquiva, cuando huyes de mí con elegancia. Entonces te persigo, te persigo, te estoy persiguiendo... desespero; y es en ese momento cuando se produce el milagro: te acercas y me sonríes. A partir de ese momento ya no se me ocurre pensar cuándo caeré de nuevo.
(Se quedó triste y miró hacia otro lado. Tal vez regase de tristeza sus mejillas. La tarde se había ido y la oscuridad se adueñó silenciosamente de la habitación. No podía verla, sólo intuía su presencia y un respiro entrecortado que se infiltraba por mis venas. Después... sentí de nuevo su mirada, aunque esta vez, el resplandor de antes, había desparecido y en su lugar dos sombras negras como presagio final).
MUSA.- Una misión muy triste me han encomendado... Yo no soy un pedazo de mármol, soy un ser que siente... soy un ser que te ama... ¿Cómo puedes siquiera pensar que deba irme de tu lado cuando más me necesitas?
(No supe qué responder. El pasado se me vino a los ojos ampliamente. Siempre la veía junto a mí. Estaba calentando y perfumando mi lecho; estaba rezando en las mañanas de invierno; estaba hablándome, mirándome a todas horas. Y yo no escuchaba; y yo penetraba en los peligros rompiendo sus palabras de amor que me avisaban; y yo no creía en nada, ausente del mundo en que vivía y hasta del mundo que ella me fabricaba. Después le dirigía cinco minutos de contacto, unos pobres versos –buenos o malos ¿qué más da?- y  volvía a ser feliz como una madre o una fiel esposa, de esas que ahora tanto escasean).
POETA.- Debes perdonarme. No soy tan perfecto como tú y sólo algunas veces puedo respirar el aire tuyo que me embriaga. Estoy preso del mundo en que nací y no se escapar del humo, de las prisas y de esta gran carencia de fe que afecta a nuestras almas. Debes comprender, es muy difícil estar contigo y a la vez vivir en este mundo falso que entre todos hemos construido. Pero no debes estar triste. Dentro de unos años –nosotros dos sabemos cuándo- yo me marcharé de aquí, y a partir de ese momento podré vivir para siempre a tu lado. No existirá ni tiempo ni barreras que puedan separarnos o enturbiar siquiera nuestra felicidad... ¿Lo ves? Ya has vuelto a sonreír. Por eso no deben entristecernos estas continuas separaciones; es mas, no debe sernos angustiosa la lucha actual entre tu mundo (tuyo) y mi mundo (no mío). Tú vas a seguir a mi lado por el día y la vida me irá matando; pero las noches serán enteramente nuestras. Allí nadie podrá penetrar, ni la televisión, ni los automóviles, ni los periódicos, ni nada del mundo cotidiano podrá interrumpir esas cortas pero eternas horas de contacto.
MUSA.- Me alegra lo que dices. He visto resplandecer tus ojos, a veces como los míos. Iré contando día a día los minutos de separación y por las noches detendré la cuenta. Seguiré velando tus pisadas y siempre que me llames acudiré a tu lado.
POETA.- Perdona que haya dudado de ti, que haya interpretado mal tus acciones; ahora sé que eres un ser humano, un ser con existencia real, la misma que este alma mía que ahora se encuentra encerrada en este cuerpo. Una sangre invisible baña tu presencia y un perfume delicioso se desprende a los demás. Nada podrá detener ya, esta felicidad. Iré venciendo y doblegando la materia de mi cuerpo minuto a minuto; seré el único dueño de mis actos.
(Volvió todo a su cauce natural que ahora ya estaba más limpio).
MUSA.- Y entonces, volviendo al principio de esta conversación ¿para qué quieres una máquina de fotos?
POETA.- Para reflejar lo mejor posible tu imagen y para que cuando nos marchemos todos sepan con quién me he ido, y así, tal vez haya alguien más que siga nuestro ejemplo.
MUSA.- ¡Cómprala! ¡Cómprala!
(Nos abrazamos largamente. Nuestros dos espíritus se perdieron por el cielo gris de una tarde cualquiera de otoño...).
 
EPÍLOGO.- Hoy, una tarde de otoño, he estado escribiendo este diálogo. En la mitad, paré un instante y respiré hondo y entrecortado. Mi vista, sin saber por qué –como todos los actos del ser humano- se posó en la ventana y allí pude ver, sobre el cristal, unas lágrimas (gotas de lluvia, si prefieren). Después, al acabar de escribir este diálogo, respiré hondo y tranquilo. Mi vista se posó de nuevo en los cristales y aquellas lágrimas (o gotas de lluvia, si prefieren) habían desaparecido. Pero no, no había soñado, allí sobre el cristal aún podían verse las pequeñas cicatrices (o manchas dejadas por la lluvia evaporada, si prefieren) pegadas a los cristales.
 

Vicente Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon:
https://www.amazon.com/author/fisac
“Los primeros pasos de un escritor”: https://www.amazon.es/dp/1708323147

No hay comentarios: