(Los dos
estábamos sentados una mañana de otoño frente a frente. Sus ojos inundaban de
claridad mis manos y yo acariciaba su sombra. En ese silencio me interrumpió de
nuevo)
Que ¿qué vas
a comprarte?
(Miré de
nuevo sus ojos, su boca, sus manos. Me tendía en sus miradas las barandillas
para no perderme y sus brazos me ceñían para no hacer distante)
POETA.- Voy
a comprarme una cámara de fotos para hacer las fotos más maravillosas que
puedas imaginar.
MUSA.- ¿Para
qué?
POETA.- Para
guardar perenne tu belleza.
MUSA.-
¿Acaso no me tienes a mí, siempre a tu lado?
POETA.- Sí,
tú has sido mi vida misma; pero has estado al borde de la muerte, esa muerte
que significa no sentirte. Debo reconocer que siempre que lo he necesitado has
venido en mi rescate, hasta en los momentos de mayor desesperanza has aparecido
para rehacer mi vida... pero tengo miedo que algún día no sea así, no vuelvas a
aparecer, y es por eso que quiero quedarme al menos con el recuerdo de tu belleza
plasmado en unas fotos.
MUSA.-
Bueno, mi destino es ese, acudir en tu ayuda, acompañarte... ¿Por qué habría de
fallarte alguna vez?
POETA.- Es
demasiado halagador eso que me dices. Tú eres mucho más que el caprichoso
asidero salvavidas de este poeta. Nadie te ve ni te conoce; sólo algunos –muy
pocos- poetas hemos llegado a sentir el roce de tus manos. Pero tu misión no es
de... sumisión ¿comprendes? Esa alcanzable distancia, esa accesible
inaccesibilidad, es la que nos permite luchar por tratar de conquistarte y de
esa forme irnos perfeccionando. Tú no debes acudir en mi rescate cada vez que
te necesite, al contrario, soy yo quien cada día, en cada instante, debe ir a
tu encuentro. Sé que podrá parecerte extraño esto que voy a decirte, pero soy
feliz cuando te muestras esquiva, cuando huyes de mí con elegancia. Entonces te
persigo, te persigo, te estoy persiguiendo... desespero; y es en ese momento
cuando se produce el milagro: te acercas y me sonríes. A partir de ese momento
ya no se me ocurre pensar cuándo caeré de nuevo.
(Se quedó
triste y miró hacia otro lado. Tal vez regase de tristeza sus mejillas. La
tarde se había ido y la oscuridad se adueñó silenciosamente de la habitación.
No podía verla, sólo intuía su presencia y un respiro entrecortado que se infiltraba
por mis venas. Después... sentí de nuevo su mirada, aunque esta vez, el
resplandor de antes, había desparecido y en su lugar dos sombras negras como
presagio final).
MUSA.- Una
misión muy triste me han encomendado... Yo no soy un pedazo de mármol, soy un
ser que siente... soy un ser que te ama... ¿Cómo puedes siquiera pensar que
deba irme de tu lado cuando más me necesitas?
(No supe qué
responder. El pasado se me vino a los ojos ampliamente. Siempre la veía junto a
mí. Estaba calentando y perfumando mi lecho; estaba rezando en las mañanas de
invierno; estaba hablándome, mirándome a todas horas. Y yo no escuchaba; y yo
penetraba en los peligros rompiendo sus palabras de amor que me avisaban; y yo
no creía en nada, ausente del mundo en que vivía y hasta del mundo que ella me
fabricaba. Después le dirigía cinco minutos de contacto, unos pobres versos
–buenos o malos ¿qué más da?- y volvía a
ser feliz como una madre o una fiel esposa, de esas que ahora tanto escasean).
POETA.-
Debes perdonarme. No soy tan perfecto como tú y sólo algunas veces puedo
respirar el aire tuyo que me embriaga. Estoy preso del mundo en que nací y no
se escapar del humo, de las prisas y de esta gran carencia de fe que afecta a
nuestras almas. Debes comprender, es muy difícil estar contigo y a la vez vivir
en este mundo falso que entre todos hemos construido. Pero no debes estar
triste. Dentro de unos años –nosotros dos sabemos cuándo- yo me marcharé de
aquí, y a partir de ese momento podré vivir para siempre a tu lado. No existirá
ni tiempo ni barreras que puedan separarnos o enturbiar siquiera nuestra
felicidad... ¿Lo ves? Ya has vuelto a sonreír. Por eso no deben entristecernos
estas continuas separaciones; es mas, no debe sernos angustiosa la lucha actual
entre tu mundo (tuyo) y mi mundo (no mío). Tú vas a seguir a mi lado por el día
y la vida me irá matando; pero las noches serán enteramente nuestras. Allí
nadie podrá penetrar, ni la televisión, ni los automóviles, ni los periódicos,
ni nada del mundo cotidiano podrá interrumpir esas cortas pero eternas horas de
contacto.
MUSA.- Me
alegra lo que dices. He visto resplandecer tus ojos, a veces como los míos. Iré
contando día a día los minutos de separación y por las noches detendré la
cuenta. Seguiré velando tus pisadas y siempre que me llames acudiré a tu lado.
POETA.-
Perdona que haya dudado de ti, que haya interpretado mal tus acciones; ahora sé
que eres un ser humano, un ser con existencia real, la misma que este alma mía
que ahora se encuentra encerrada en este cuerpo. Una sangre invisible baña tu
presencia y un perfume delicioso se desprende a los demás. Nada podrá detener
ya, esta felicidad. Iré venciendo y doblegando la materia de mi cuerpo minuto a
minuto; seré el único dueño de mis actos.
(Volvió todo
a su cauce natural que ahora ya estaba más limpio).
MUSA.- Y
entonces, volviendo al principio de esta conversación ¿para qué quieres una
máquina de fotos?
POETA.- Para
reflejar lo mejor posible tu imagen y para que cuando nos marchemos todos sepan
con quién me he ido, y así, tal vez haya alguien más que siga nuestro ejemplo.
MUSA.-
¡Cómprala! ¡Cómprala!
(Nos
abrazamos largamente. Nuestros dos espíritus se perdieron por el cielo gris de
una tarde cualquiera de otoño...).
EPÍLOGO.- Hoy,
una tarde de otoño, he estado escribiendo este diálogo. En la mitad, paré un
instante y respiré hondo y entrecortado. Mi vista, sin saber por qué –como
todos los actos del ser humano- se posó en la ventana y allí pude ver, sobre el
cristal, unas lágrimas (gotas de lluvia, si prefieren). Después, al acabar de
escribir este diálogo, respiré hondo y tranquilo. Mi vista se posó de nuevo en
los cristales y aquellas lágrimas (o gotas de lluvia, si prefieren) habían
desaparecido. Pero no, no había soñado, allí sobre el cristal aún podían verse
las pequeñas cicatrices (o manchas dejadas por la lluvia evaporada, si
prefieren) pegadas a los cristales.
Vicente Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon: https://www.amazon.com/author/fisac
“Los
primeros pasos de un escritor”: https://www.amazon.es/dp/1708323147


No hay comentarios:
Publicar un comentario