lunes, 18 de agosto de 2025

Desde aquél día. Acto I

ACTO I
 
Escenario: Un apartamento acogedor pero desordenado en Madrid, 1975. Hay libros esparcidos por estanterías y un escritorio donde Juan escribe en una vieja máquina de escribir. Se escucha de fondo la canción “Algo de mí” de Camilo Sesto:
 
Un adiós sin razones
Unos años sin valor
Me acostumbré
A tus besos y a tu piel color de miel
A la espiga de tu cuerpo
A tu risa y a tu ser
Mi voz se quiebra
Cuando te llamo
Y tu nombre
Se vuelve hiedra
Que me abraza
Y entre sus ramas
Ella esconde mí tristeza
Algo de mí, algo de mí, algo de mí
Se va muriendo
Quiero vivir, quiero vivir
Saber por qué
Te vas, amor
Te vas, amor
Pero te quedas
Porque formas parte de mí
Y en mi casa
Y en mi alma
Hay un sitio para ti
Se que mañana
Al despertarme
No hallare
A quien hallaba
Y en su sitio
Habrá un vacío
Grande y muro como el alma
Algo de mí, algo de mí, algo de mí
Se va muriendo
Quiero vivir, quiero vivir
Saber por qué
Te vas, amor
Te vas, amor
Pero te quedas
Porque formas parte de mí
Y en mi casa
Y en mi alma
Hay un sitio para ti
Algo de mí, algo de mí, algo de mí
Se va muriendo
Quiero vivir, quiero vivir
Saber por qué
Te vas, amor
Algo de mí, algo de mí, algo de mí
Se va muriendo, quiero vivir, quiero vivir
 
La habitación está iluminada por una lámpara cálida, contrastando con la fría y bulliciosa ciudad exterior. Un golpe en la puerta interrumpe a Juan.
 
JUAN: (Sobresaltado, levantando la vista) ¿Quién es?
CARLOS: (Desde fuera) ¡Soy yo, Carlos! ¿Vas a abrir o sigo tocando la serenata?  (Juan abre la puerta y Carlos entra, llevando una botella de vino. Viste un traje elegante, típico de un oficinista de clase media en los años 70.)
JUAN: ¡Hombre, qué sorpresa! No esperaba verte hoy.
CARLOS: (Sonriendo) ¿Qué tal, soñador? Siempre encerrado con tus palabras. (Mira alrededor) Este lugar parece una biblioteca en ruinas. ¿No te cansas de vivir entre papeles?
JUAN: (Con una sonrisa débil) Es mi refugio. Siéntate, hombre. (Señala dos sillones gastados. Se sientan.)
CARLOS: (Sirviendo vino) ¿Y qué hay de ese libro que ibas a publicar? Me dijiste que era tu gran momento.
JUAN: (Suspira) Cosas de la vida. La editorial dice que es bueno, que tiene potencial... pero quieren más. Tres o cuatro novelas de la misma calidad para “respaldar” la inversión. ¡Dinero, siempre dinero!
CARLOS: ¡Qué descaro! ¿Y tú qué les dijiste?
JUAN: Accedí.
CARLOS: (Sorprendido) ¿Qué? ¿Te has vendido? ¿Dejas que te expriman así? Si no confían en tu talento, que busquen a otro.
JUAN: (A la defensiva) ¿Y qué quieres que haga, Carlos? Necesito comer, pagar el alquiler. Ya he pasado demasiados apuros para seguir jugando al idealista puro.
CARLOS: (Suavizando el tono) Bueno, quizás tengas razón. La vida... la existencia, como tú dices, no es fácil. Pero confío en que ese idealista que conozco sigue ahí dentro, aunque lo disfraces.
JUAN: (Melancólico) Eso espero. Pero a veces temo enterrarlo tanto que no lo encuentre nunca más.
CARLOS: (Sacando un paquete de cigarrillos Ducados) ¿Un pitillo?
JUAN: (Sonriendo) No, gracias. Lo he dejado.
CARLOS: (Arqueando una ceja) ¿Tú? ¿Sin tus cigarrillos? No me lo creo.
JUAN: (Con seriedad) Me he identificado demasiado con el protagonista de mi nueva novela. (Señala unos papeles en el escritorio) Ahí tienes a mi pobre Juan.
CARLOS: (Tomando el manuscrito) ¿Este? ¿Qué le pasa a este Juan?
JUAN: (Con una sonrisa irónica) Te vas a reír. Decidió dejar de fumar porque le dolían los pulmones, pero sus amigos lo convencieron de probar una nueva marca. Dijo: “mi último cigarrillo”. Pero cada día tenía un “último cigarrillo”. Ahora, en la segunda parte, está enfermo de cáncer de pulmón, arrepintiéndose de no haber tenido fuerza de voluntad. Si acepto tu cigarrillo, me sentiré como él.
CARLOS: (Riendo) Eres imposible. Siempre viviendo en tus historias. (Pausa, serio) Oye, ¿cuántos años tienes?
JUAN: Veinticinco. ¿A qué viene eso?
CARLOS: (Inclinándose hacia adelante) ¿Cuándo fue la última vez que saliste? Y no me digas que al bar de la esquina a por un bocadillo.
JUAN: (Evasivo) Hace unas horas...
CARLOS: (Exasperado) ¡No te vayas por las ramas! Mira, Juan, te lo digo porque te aprecio. Mi vida es normal: me levanto a las ocho, desayuno con mi mujer y los niños, voy a la oficina hasta las dos, como en casa, vuelvo al trabajo hasta las cinco y media. Luego, cine, paseos, o lo que surja. Los fines de semana nos escapamos de Madrid, a Segovia o Toledo, para cambiar de aires. ¿Y tú?
JUAN: (Encogiéndose de hombros) ¿Qué quieres que haga?
CARLOS: (Apasionado) ¡Por Dios, Juan! ¡Estoy harto de verte encerrado entre estas cuatro paredes! Estás pudriendo los mejores años de tu vida. ¡Sal, diviértete, conoce gente!
JUAN: (Silencioso) No lo sabes, ¿verdad?
CARLOS: ¿El qué?
JUAN: Hace tres meses que no nos vemos. Han pasado cosas.
CARLOS: (Curioso) ¿Qué cosas? En tus cartas todo parecía igual de... aburrido.
JUAN: (Titubeando) He descubierto “la noche”.
CARLOS: (Sorprendido) ¿La noche? ¿Tú, de juerga? ¿Bailando en discotecas con luces de neón y música de Los Brincos?
JUAN: (Asiente) Un mes entero saliendo todas las noches. Gasté mis ahorros, mis energías... casi pierdo mis sentimientos. Pero un día...  (Las luces se atenúan. Un foco ilumina a Juan mientras suena una música nostálgica de los años 70, como “Libre” de Nino Bravo. El escenario se oscurece.)
 

Vicente Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon: https://www.amazon.com/author/fisac
“Sigue esperando”: https://www.amazon.es/dp/1705805434

No hay comentarios: