POETA.- Por
favor, mi amada, aléjate de mi lado cuando despunte el día. No sigas más tiempo
a mi lado porque estás deshaciendo mi cerebro.
(Se quedó
sorprendida, y con los ojos abiertos grandemente).
MUSA.- No te
entiendo. Me estás pidiendo que me aleje cuando antes suplicaste mi presencia.
¿Acaso no has sido feliz estas noches conmigo?
POETA.- Sí,
claro que lo he sido. Pero hicimos un pacto y tú lo estás quebrantando. ¿No te
acuerdas? “Para mí los días, para ti las noches”. Ya lo ves, y ahora en cambio
resulta que me embriagan tus sueños por el día.
(Me miró
interrogante, como diciendo: “¿Y las noches?”).
Ya sé que
por las noches hemos unido nuestras almas y te aseguro que he sido tan feliz
como tú. Pero al llegar el día has querido seguir a mi lado y no he podido
estar contigo ni estar conmigo.
MUSA.-
Pero...
POETA.-
Claro que sé cuánto te cuesta estar separada, pero debes comprenderlo. ¡Ay, no
me atormentes por el día con tus besos!
MUSA.- Te
comprendo, pero es muy difícil para mí estar ausente tanto tiempo. ¿O acaso no
te duele cada mañana el despertar?
POETA.- Sí,
y cada mañana me duele más. Y ese dolor no me suelta ya durante el día. ¿Qué he
de hacer para librarme?
MUSA.- Estás
pensando en tu futuro, ¿verdad?
POETA.- Sí,
no tengo más remedio que trabajar y no me dejas.
MUSA.-
¿Tanto amas esta vida?
POETA.-
Tengo que estar en ella.
MUSA.- ¿Qué
propones entonces? ¿Qué podemos hacer para resolver este dilema?
POETA.- No
lo sé; sólo sé que he perdido otro día y por eso voy a dedicarte lo que resta
de él.
(Se sentó a
mi lado y me abrazó en silencio. En el otoño frío, su aliento oscilante bañaba
mis mejillas).
Anda, si
quieres podemos repasar estas noches de amor que me has regalado desde que
hicimos el pacto.
MUSA.- ¡Qué
bonito es recordar! ¿Verdad?
POETA.-
Anda, vamos a empezar ya...
Primer
sueño.- En nuestra primera noche elegiste un cuerpo bonito. Un cuerpo que veo
todos los días, que en mi subconsciente persigo. Todos lo ignoran menos tú, que
de verdad me comprendes y por eso quisiste venir en él para llenar nuestra
primera noche. Simplemente fue un preludio de las noches venideras. Soñé que
estaba en el trabajo y tú, por detrás, desprevenido yo, me besaste. Un
relámpago fugaz que abrasó mi mejilla. Me volví -¿quién habrá sido? me dije- y
tú estabas allí sonriendo limpiamente ante la indiferencia de los demás que no
prestaron ninguna atención a este incidente. Después... no recuerdo qué más
pasó aquella noche. Quizás sólo fue eso, un beso fugaz que aún quema en mi
mejilla...
Segundo
sueño.- En la segunda noche elegiste el mismo cuerpo. Te sentaste a mi lado en
el trabajo. Miré tus ojos amplios y tu sonrisa abierta, y comenzamos a hablar.
Te notaba diferente, estabas como más hecha, más mujer. Parecía como si de una
noche a otra hubiesen pasado quince años; desde el primer amor al último. Y
esta vez sí que se dieron cuenta los demás. Bastaba no estar ciego para
descubrir cómo relucías entre los escombros del funcionalismo. Ellos nos miraban y murmuraban, envidiosos sus labios y
sus oídos. Pero nosotros, aparte; vencedores de todo.
Al acabar el
trabajo salimos juntos y sin saber por qué te estreché junto a mí. Los demás
miraron, miraron... dejaron de vernos. Y allí estábamos los dos en las calles
absurdas y hermosas de los sueños. Mi brazo te rodeaba con firmeza, como si
tuviera miedo de perderte. Y hablamos, y de vez en cuando besaba con amor tu
mano. Y la calle se perdió también entre las sombras.
Tercer
sueño.- Al despertar de mi tercera noche miré hacia el sueño, que aún
permanecía tan real y tan cercano... Esta vez elegiste un cuerpo diferente y
más maravilloso aún que el anterior; un cuerpo joven y limpio... y sin pasado;
un cuerpo que parecía especialmente creado para mí. Y ¿qué hicimos? ¡Ah!
Estuvimos bailando mucho tiempo. Yo estrechaba con hambre tu tierna mano, tan
suave, junto a la mía. Flotando en un éxtasis, nos mirábamos a los ojos. Eran
limpios, como los tuyos, como los de mi musa. Unos ojos fijos que hacen
estériles las palabras. La nariz perfecta y unos labios entreabiertos que a su
modo también me miraban. Yo no hacía nada más, simplemente, te miraba. Y con tu
cuerpo joven dabas respuesta a todas mis preguntas.
Y la noche
fue muy larga. Los minutos, más bien horas, de aquél baile se acabaron y tú,
sin dejar de mirarme ni un momento, besaste tu dedo índice y lo juntaste con mi
cara. ¡Ya tenía mis dos mejillas marcadas! No pudiendo resistir más, cogí tu
mano que ya retirabas y estrechándola contra mi pecho la besé repetidas veces
-¿cómo olvidar tus ojos, o tu boca, o tus manos?- consciente de que aquella
tarde de baile se acababa. Pero aún era pronto. Salimos juntos. Y de nuevo
estábamos solos los dos en las calles de los sueños. Mi brazo –que ya tenía
menos miedo- te aprisionó, sin embargo. Eras tú la que tenía miedo al adiós que
se acercaba. Y te apoyaste en mi hombro y nos miramos de nuevo -¿para qué
sirven las palabras?- Ninguno se atrevía a despedirse. ¿Volveríamos a vernos
alguna vez más o todo habría sido así de fugaz? Pero se hizo el día, sin darnos
cuenta. Nos separamos lentamente. Besé tus manos. Nos fuimos distanciando. Los
labios aguardaban las palabras postreras. Era el momento ya de poner punto
final a aquél encuentro y... desperté.
MUSA.-
Tienes razón, no puedo estar sin ti o es que quizás yo también te necesite a ti
para mi propia existencia.
POETA.-
Valen poco las palabras. He mirado tus ojos. Son iguales que los de esta noche.
Están limpios de amor.
MUSA.- De
amor limpio.
(Me miró en
un intento de re enlazar nuestra conversación anterior).
¿Todavía
tienes miedo a tu futuro? Di. ¿Todavía tienes miedo al trabajo que habrás de
realizar en esta vida?
POETA.-
...Sí.
(Los dos
sonreímos y recordamos las sonrisas de esas noches).
MUSA.-
¿Quieres que me marche por el día?
(La
conversación, por un momento, pareció tornarse triste).
POETA.- Haz
lo que quieras. ¿Qué puedo pedirte si mi vida es tuya?
MUSA.- Hasta
mañana.
EPÍLOGO.- Sé
que cualquiera que lea estas líneas pensará en la exuberancia de mi
imaginación... o de mis desatinos. Puede, incluso, que haya muchos que no
comprendan nada de lo que estas líneas encierran. Pero tanto unos como otros no
deben extrañarse si les digo que la musa es un ser que existe. Puedo verla en
esta habitación; precisamente ahora se está alejando lentamente. Pronto
desaparecerá y no volverá hasta la noche. Y yo la amo en todas sus actitudes.
Por eso todos los días le digo, como a una esposa, “hasta mañana”.
Vicente
Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon: https://www.amazon.com/author/fisac
“Los
primeros pasos de un escritor”: https://www.amazon.es/dp/1708323147


No hay comentarios:
Publicar un comentario