sábado, 30 de agosto de 2025

Rojo sobre negro

Miguel camina solo en la tenue luz del atardecer, sus pasos pesados, titubeantes contra el asfalto implacable. Los edificios imponentes de la ciudad bloquean el horizonte, difuminándose en una neblina a través de sus ojos vagamente llorosos. Una ráfaga fría de viento lo roza, trayendo fragmentos de un ruido lejano: una melodía discordante y fugaz de un coche que pasa. Arriba, la noche desciende en un aleteo silencioso, extendiendo su sombra sobre su figura agotada.
 
-oOo-
 
La mirada de Isabel lo atrapaba, sus ojos suaves pero penetrantes, cargados de promesas no dichas. Sus manos se acercaron lentamente sobre la mesa desgastada del café, los dedos de ella abandonando el frío rocío del vaso. La mano de Miguel temblaba ligeramente, atraída hacia la de ella como por instinto. Entonces, un roce fugaz: su mano, cálida y viva, encontró la suya. Sin decir palabra, sus dedos se entrelazaron, apretándose con fuerza, como si temieran que el momento se desvaneciera. En ese apretón silencioso, el mundo más allá de sus manos dejó de existir.
 
-oOo-
 
Miguel avanza con dificultad, su paso irregular, acelerándose cada vez que un extraño lo roza al pasar. No huye, no exactamente. Nadie lo persigue, pero su sombra se aferra a él, compañera silenciosa en esta avenida interminable. La ciudad se siente ajena, sus luces borrosas y desconocidas, como si hubiera entrado en un sueño que no le pertenece. Su pecho se oprime; el cansancio lo aplasta, cada paso una lucha contra esta carretera infinita que no cambia.
 
-oOo-
 
“¿Por qué vienes solo?” La voz de Antonio cortó el bullicio del bar abarrotado, su mano extendida en saludo.
“No pudo venir,” respondió Miguel, su voz plana, vacía por algo que no mencionó.
La sonrisa de Antonio no flaqueó. “No te preocupes, amigo. Maribel está aquí.”
La mirada de Miguel se deslizó hacia ella—Maribel, riendo suavemente en un rincón, su presencia como una chispa en la penumbra. Por un instante, se sintió más ligero, como si su calidez pudiera derretir el dolor que cargaba.
 
-oOo-
 
Miguel mira su reloj, las manecillas brillando débilmente: son las nueve y media de la noche. El sol, ahora un rescoldo moribundo en el horizonte, proyecta un tenue resplandor rojizo. Camina sin detenerse, cada paso más lento, como si el peso del tiempo mismo lo presionara. La avenida se extiende sin fin ante él, una cinta de asfalto que no lleva a ninguna parte.
 
-oOo-
 
“¿Te molesta la luz?” susurró Maribel, su voz suave, provocadora, su aliento cálido contra su oído.
“Un poco,” admitió Miguel, aún ignorante de la fuerza que lo atraía hacia ella.
Sin mediar palabra, ella lo guio hacia un rincón oscuro del bar, donde parejas se fundían en sus propios mundos privados, ajenas al caos que las rodeaba. El débil resplandor rojizo de un letrero de neón apenas las alcanzaba. En ese refugio sombrío, las palabras se volvieron innecesarias. Una corriente, instintiva y silenciosa, surgió entre ellos: sus dedos recorriendo su mandíbula, las manos de él encontrando su cintura. Se entregaron a un baile de caricias, un escape fugaz del peso de sus vidas separadas.
 
-oOo-
 
El cuerpo de Miguel tiembla, un frío mortal cala en sus extremidades agotadas. La avenida se transforma en un puente angosto, su frágil barandilla su único ancla. Abajo, un río de coches pasa veloz, sus colores desangrándose en el crepúsculo. Su corazón se rebela, instándolo a saltar, a terminar con el tormento que carcome su alma. Sin embargo, sus manos, movidas por un instinto primitivo, se aferran con fuerza desesperada a la barandilla. Una guerra se desata en su interior: rendirse contra sobrevivir. Al fin, suelta su agarre, retrocede tambaleándose y corre a través del puente. Sus piernas flaquean; duda. Un destello cegador—los faros de un coche—se precipita hacia él. Demasiado tarde, intenta esquivarlo. Un golpe sordo, el chirrido de neumáticos, y el dolor estalla en su cuerpo. El coche se pierde en la corriente de tráfico, dejándolo tirado en el asfalto, el mundo girando hacia la oscuridad.
 
-oOo-
 
Miguel regresaba a casa tambaleándose, el zumbido del alcohol nublándole los pensamientos, su corazón aún encendido por el calor fugaz de la noche. Al llegar a su puerta, una figura emergió de las sombras: Isabel. Su presencia lo golpeó como un mazazo.
“¿Qué haces aquí?” balbuceó, su voz temblorosa.
Sus ojos se clavaron en los de él, un torbellino de emociones girando en ellos: amor, traición, acusación, todo a la vez. No hubo palabras, solo esa mirada penetrante. La comprensión lo arrolló como una ola. “¡No fui yo!” gritó, su voz quebrándose. “¡No lo hice, tienes que creerme!”
Pero Isabel no dijo nada. Sus manos, antes firmes sobre sus hombros, se deslizaron, sin vida. Se dio la vuelta, su silueta desvaneciéndose en la noche, dejándolo aferrándose al aire, sus súplicas disolviéndose en el silencio.
 
-oOo-
 
Miguel yace desplomado en la acera, sus respiraciones cortas, entrecortadas. El dolor irradia por todo su cuerpo, agudo e implacable. Intenta levantarse, pero sus miembros lo traicionan. Su mirada cae sobre el asfalto, donde una mancha oscura se extiende: su sangre, brillando bajo las luces de la calle. Su mano temblorosa toca su frente, los dedos regresan húmedos de un calor pegajoso. Un escalofrío lo recorre. Con un último esfuerzo de voluntad, se obliga a ponerse de pie, tambaleándose como una marioneta rota. Presiona un pañuelo contra su frente; este se tiñe de carmesí.
A duras penas, Miguel retrocede por la avenida infinita. Atrás, la pequeña mancha de sangre en el asfalto se desvanece, tragada por la indiferencia de la ciudad, como tantas cosas perdidas en el tiempo.
 

A chance encounter will take him far away, on a thrilling adventure full of action and emotion that will change his life... but also the lives of everyone around him…
“Fleeing into silence”: https://a.co/d/7SUfVb3
“Castidad & Rock and Roll”: https://www.amazon.es/dp/1694948803

miércoles, 27 de agosto de 2025

Diálogos con mi musa: Un día muy especial

POETA.- Ya estamos en otro año y tengo un año más.
(Estábamos los dos como siempre, hablándonos y mirándonos. Yo estaba distraído y una gran multitud de escenas venían a mi mente. Me era difícil seguir el hilo de la conversación).
Estaba pensando en una frase de una poesía mía.
MUSA.- ¿Cuál?
POETA.- No me acuerdo exactamente, pero decía algo así como “Y es dura la lucha, saber si es que vivimos o vamos muriendo poco a poco”.
MUSA.- ¿Y eso te preocupa?
POETA.- Sí. ¿Acaso no tiene importancia?
MUSA.- De todo hay en el mundo. Hay gente que va viviendo día a día y otra que va muriendo poco a poco, como tú dices.
POETA.- ¿Y yo, voy viviendo o muriendo?
MUSA.- Vas muriendo poco a poco.
POETA.- ¿Cómo puedes decir eso, tan segura, si ni siquiera yo mismo lo sé?
MUSA.- Porque te conozco mejor que tú.
POETA.- ¿Y no hay solución?
MUSA.- ¡Hay que ver la manía que tienes por encontrar soluciones a todo!
POETA.- Es que me gusta tener atados todos los cabos.
MUSA.- ¿Y no comprendes que esa es una tarea imposible? Aunque creas tener todo organizado y planificado, luego la vida –en un momento dado- echa por tierra todo lo que construiste.
POETA.- Sí, claro, es cierto, pero... yo creo que vale la pena intentarlo aunque sepas que sólo es eso, un simple intento.
MUSA.- ¿Y quieres que yo te ayude?
POETA.- Eso es.
MUSA.- ...pues no. Al menos por ahora debes aprender a abrirte camino por la vida tú solo. Quizás si te viese desesperado acudiría en tu ayuda, pero ahora estás sereno y con una chispita de luz en tus ojos.
POETA.- ¿Te has dado cuenta? ¿Puedes distinguirla?
MUSA.- Sí, yo lo veo todo.
POETA.- ¿Cómo Dios?
MUSA.- Por favor, no hagas esas comparaciones.
POETA.- Pensándolo bien, no hay que buscar complicaciones. Si todo va bien, hay que dejarlo estar y disfrutarlo. Tienes razón, hoy estoy contento.
MUSA.- ¿Lo ves? Cuando estás triste te desahogas conmigo y yo te ayudo a descargarte del peso para que vuelvas cuanto antes a la normalidad. Pero cuando estás contento, como ahora, todo es más complicado porque me transmites tu alegría y al recibirla yo, aumenta de nuevo tu propia alegría en una espiral sin freno.
POETA.- Lo cierto es que hoy estoy contento y además es un día muy especial. ¿Sabes qué día es hoy?
MUSA.- Siete de enero de 1.968.
POETA.- ¡Mi cumpleaños!
MUSA.- ¡Cielos, ya eres un viejo!
POETA.- Venga, no bromees, que mi alegría es una cosa muy seria. Y además tengo que irme, que ya es muy tarde. ¡Hasta luego!
 

Vicente Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon:
https://www.amazon.com/author/fisac
“Los primeros pasos de un escritor”: https://www.amazon.es/dp/1708323147

martes, 26 de agosto de 2025

Diálogos con mi musa: Esta música

POETA.- ¡Musa, ven aquí, quiero hablar contigo!
(Se acercó sonriendo como antes de mis dudas. Se acercó sonriendo... como nunca).
Todo en ti es cambiante y a la vez todo en ti es eterno, indestructible. Y aquí me tienes de nuevo con mis dudas, esclavo no sé de quién, pidiéndote descanso.
MUSA.- Ya sé que ahora no haría falta hablar. Sé que ahora me comprendes porque todo en tu vida lo ves claro, y por eso pides descanso. Tienes ante ti un cielo abierto y no llegas a abarcarlo.
POETA.- Tienes razón. ¡Qué tristes serían mis horas de soledad si no te sintiese cerca! Puede que de no tenerte cerca huyese del silencio y cabalgase ciego hasta ahogarme en la vida. Por eso me vienen muy bien estos ratos de descanso, de estar contigo. Por cierto, quería decirte que he estado leyendo. “Búsquense su Carmen”, me han dicho.
MUSA.- Tú ya la has encontrado.
POETA.- No trates de darme infundadas esperanzas. ¿No ves que luego duele el despertar?
MUSA.- Pero yo no puedo cambiarte. Has nacido así. Confórmate. Debes saber emplear bien tus sentidos.
POETA.- Bueno, dime, ¿es ella?
MUSA.- Sí.
POETA.- ¿Estás segura? ¿O tal vez mañana no lo sea?
MUSA.- ¿Y eso qué importa? ¿No te basta acaso saber que ella es el hoy? No intentes adivinar tanto el futuro, mira tan solo el presente, aunque levantes –sólo de vez en cuando- la vista hacia tu futuro más cercano.
POETA.- Sin embargo me gustaría saber más aunque, bueno, siempre sueles tener razón. Por cierto ¿quieres que te hable de ella?
MUSA.- No hace falta.
POETA.- La verdad es que hace muy poco que la conozco y debo ir despacio.
MUSA.- Mejor así. Ve siempre despacio, saboreando la vida. Precipitarse es malo.
POETA.- Esta música me pone romántico. No lo puedo evitar.
MUSA.- Pues escúchala, eso es bueno.
POETA.- ¿Sabes? Cada vez que siento la felicidad no sé por qué siento también el miedo a perderla.
MUSA.- Olvídalo, no pienses ahora. Escucha esta música y escucha tu corazón. ¿No te dice nada esta música?
POETA.- Sí, me dices demasiadas cosas... o quizás solo una.
MUSA.- Hazle caso. No hables ahora. Descansa y escucha-dormido en tu mente- esta música.
 
EPÍLOGO.- No tengo ganas de hablar. Prefiero escuchar esta música. Tal vez no sería el mundo así si las personas parasen de vez en cuando el ritmo de su vida y escuchasen una música como esta.
 

Vicente Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon:
https://www.amazon.com/author/fisac
“Los primeros pasos de un escritor”: https://www.amazon.es/dp/1708323147

lunes, 25 de agosto de 2025

Diálogos con mi musa: Yo no he vuelto a encontrarla

MUSA.- ¿Qué dices?
POETA.- Es una vieja canción, hoy ya olvidada.
MUSA.- ¿De qué habla esa canción?
POETA.- De un amor que se perdió... “Yo no he vuelto a encontrarla jamás”.
MUSA.- Desde aquél lejano día que la dejaste escapar...
POETA.- Veo que no te andas por las ramas y vas directamente al grano.
MUSA.- Es mejor así ¿no crees?
POETA.- Yo la quise, y ella tal vez también. Es bonito pensar que aquella vez fui correspondido.
MUSA.- ¿Estás seguro?
POETA.- Sí.
MUSA.- Ella no volvió a verte. Pudo haberte buscado.
POETA.- Pero ¿qué sabes tú de ella?
MUSA.- Realmente nada.
POETA.- Es cierto, el alma encerrada en aquél cuerpo no era la tuya. Tú entonces estabas lejos. Ella no era una musa, era una mujer, un ser humano que obraba por su propia voluntad... Sí, tú estabas lejos.
(Inclinó la cabeza en un silencio afirmativo).
Pero ¿dime? ¿Acaso sabes tú algo de ella?
MUSA.- No, yo tampoco sé nada más de ella, porque –en definitiva- es a través de ti –de forma consciente o inconsciente- como conozco las cosas.
POETA.- Me parece que estoy tocando con la punta de los dedos un velo que oculta una realidad que no sé si me gustaría conocer. Y llegados a este punto no tengo más remedio que descorrerlo...
MUSA.- Yo no existo.
POETA.- No, eso no es posible ¿o es que acaso estoy loco? Solamente los locos hablan con seres imaginarios.
MUSA.- No, los locos no son los únicos; también los poetas.
POETA.- Pero no acierto a comprender bien todo esto...
MUSA.- El hombre, en su afán de conocer y dominar se enfrenta a muchas cosas que superan su capacidad de comprensión, cosas que su mente o su fuerza física es incapaz de abarcar. Es el gran defecto de la humanidad, querer saber y ser los dueños de todo.
POETA.- Hoy no me estás hablando como otras veces.
MUSA.- Será que te voy encontrando más maduro.
(Me miró sonriendo, con cierta sorna).
POETA.- No, yo sé que no es eso: No me repitas las palabras anteriores, me sé de memoria ese discurso.
MUSA.- Te llevo la contraria. ¿Tan malo es eso? ¿Es que sólo hay que decirte lo que te gusta oír?
POETA.- Perdona, a veces no sé ni lo que digo.
MUSA.- Es mejor así. Es difícil comprenderte, estás lleno de contradicciones.
POETA.- Pues si lo sabes, no sigas; no rompas estos minutos de sosiego.
MUSA.- De cualquier forma debes saber que yo quiero ayudarte, quiero despertarte porque me estás idealizando demasiado.
(Hubo unos momentos de silencio y meditación. Nos miramos a los ojos y yo no pude ver los suyos).
POETA.- Yo no he vuelto a encontrarla jamás.
MUSA.- ¿Tanto te obsesiona el haberla perdido? No hay que ser tan débil.
POETA.- ¿Débil, dices? Mira mis manos: están vacías.
MUSA.- Porque no quieres llenarlas.
POETA.- Desde ese punto de vista te diré que las tengo llenas: de tristezas, desengaños, falsedades... ¿Quieres que siga?
MUSA.- Sí, esa será la única manera de descargarlas.
(Incliné la cabeza, llorando sin lágrimas. Mis ojos se habían secado con los años).
POETA.- Yo la amo, la amo y nadie lo comprende. El hombre, desde el principio de la creación, tuvo necesidad de amar y ser amado; y yo, amando, no tengo a quién dirigir mi vida.
MUSA.- Ella no volverá.
POETA.- De sobra lo sé, ya no me queda ni eso: la esperanza. Pero... si tan solo encontrara una mujer con quien compartir mi vida... Voy solo por el mundo, sin una gota de amor que moje mis labios resecos y doloridos de incomprensión.
MUSA.- ¿Y yo?
POETA.- Tú no me puedes besar. Tú no me puedes estrechar la mano. Tú no puedes consolarme ni compartir mis alegrías. ¿Y sabes por qué? Porque yo te he creado, una mañana que estúpidamente me sentí nostálgico. Tú no existes y hasta ahora no hemos sabido comprenderlo.
MUSA.- Pero yo estoy aquí, hablándote. Tengo mi propia personalidad, mis sentimientos...
POETA.- Porque yo te los he dado.
MUSA.- Pero yo estoy aquí viviendo y no estoy llena de contradicciones como tú. ¿No serás, acaso tú, el que no existe?
POETA.- No.
(Respondía secamente, como un autómata).
No, yo estoy inscrito en el Registro Civil. Tengo una partida de nacimiento y un carné de identidad.
(Se quedó muy silenciosa. Ni siquiera me miró).
MUSA.- De acuerdo, tienes razón, tú existes pero una existencia que no se sabe apreciar no vale nada. ¿Qué hay de tus sentimientos?
(Su voz sonó angustiada, como nunca antes se había escuchado).
POETA.- Sí, desgraciadamente aún me quedan, y ese es precisamente el problema, no tengo con quien compartirlos.
MUSA.- Pues para eso me creaste ¿o no?
POETA.- Sí, pero me estoy dando cuenta que eso no es suficiente. Necesito exteriorizar mis sentimientos.
MUSA.- ¿No has estado haciendo eso conmigo?
POETA.- No, contigo lo único que hacía era encerrarme más aún, y creo que esto ha llegado tan lejos que me he perdido dentro de mí mismo.
MUSA.- Yo he tratado de hacer lo contrario. He ido metiéndome en cuerpos de mujer y acercándome a ti a través de ellos.
POETA.- Pero si he sido yo quien te ha creado, no creo que mis supuestos poderes sean tan grandes como para conseguir eso que dices. No creo que tú tengas capacidad para exteriorizarte de esa forma.
MUSA.- Pero la realidad es que sí lo he hecho...
POETA.- Tal vez te haya creado demasiado perfecta. Has tomado consciencia de ti misma y eso no entraba en mis planes. No me extrañaría que en cualquier momento consigas independizarte de mí y seguir tu camino libre y lejos de mí.
MUSA.- No, eso no. Yo seguiré siempre a tu lado. La fidelidad forma parte de mi esencia.
POETA.- ...de una esencia sin cuerpo.
MUSA.- ¿No quieres que me siga valiéndome de ellos para acercarme a ti?
POETA.- No.
MUSA.- ¿Y qué voy a hacer, entonces?
POETA.- Quizás, simplemente, estar ahí, para que en momentos como este pueda desahogarme.
MUSA.- ¿Sólo eso?
POETA.- ¿Y qué quieres que haga? Yo no soy omnipotente. Me estás pidiendo algo muy por encima del alcance de mis posibilidades.
MUSA.- En fin, habrá que aceptarlo; quizás sea ese mi destino.
POETA.- Y el mío, ya lo ves, sigo aquí solo.
MUSA.- Sigue buscando.
POETA.- Ya me he cansado.
MUSA.- ¿Por qué no has vuelto a encontrarla? ¿Sólo es por eso? ¿Es que acaso no hay más mundo?
POETA.- No.
MUSA.- Tú mismo te estás poniendo las dificultades.
POETA.- Creo que nunca podré olvidarla.
MUSA.- Encontrarás a otra.
POETA.- Si encontrase a otra y le entregase mi amor... sí, puede que sea lo más probable; aunque en ese caso, cuando estuviese con ella y cerrase los ojos, sentiría que estaba con aquella otra a quien tanto amé.
MUSA.- Sólo veo ese camino, pero sé además, que cuando encuentres tu verdadero amor, éste sabrá borrar todo ese pasado y ya solo verás la vida a través de ese nuevo proyecto de dos.
POETA.- Tengo un problema, tengo una solución; parecería estúpido dudar. Y sin embargo es duro; tú bien sabes que muchas veces es imposible olvidar.
MUSA.- Olvidar es imposible, pero dejar de sentir esa obsesión sí que puede hacerlo cualquiera que se lo proponga. Yo, por mi parte, trataré de ayudarte en todo lo que pueda.
POETA.- Oye, musa, ¿has sido tú quien se acercó de verdad a mí a través de esos cuerpos?
MUSA.- Vosotros, los humanos que “existís”, queréis saber y ser los dueños de todo. Ese es vuestro gran defecto.
 
EPÍLOGO.- Estoy escuchando música. Alguien está hablando por teléfono. Al fondo del salón, la televisión resuena. Hay un atasco de circulación, la gente se impacienta, comienza la sinfonía de claxon. En los tabiques resuenan voces y ruidos ajenos. Estoy sentado, escribiendo; me apetece un trago de alcohol y un cigarrillo. No comprendo nada de lo que me rodea. Hay que huir de todo esto. Estoy en el mundo de los vivos; no hay duda.

Vicente Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon:
https://www.amazon.com/author/fisac
“Los primeros pasos de un escritor”: https://www.amazon.es/dp/1708323147

domingo, 24 de agosto de 2025

Diálogos con mi musa: Hasta mañana

POETA.- Por favor, mi amada, aléjate de mi lado cuando despunte el día. No sigas más tiempo a mi lado porque estás deshaciendo mi cerebro.
(Se quedó sorprendida, y con los ojos abiertos grandemente).
MUSA.- No te entiendo. Me estás pidiendo que me aleje cuando antes suplicaste mi presencia. ¿Acaso no has sido feliz estas noches conmigo?
POETA.- Sí, claro que lo he sido. Pero hicimos un pacto y tú lo estás quebrantando. ¿No te acuerdas? “Para mí los días, para ti las noches”. Ya lo ves, y ahora en cambio resulta que me embriagan tus sueños por el día.
(Me miró interrogante, como diciendo: “¿Y las noches?”).
Ya sé que por las noches hemos unido nuestras almas y te aseguro que he sido tan feliz como tú. Pero al llegar el día has querido seguir a mi lado y no he podido estar contigo ni estar conmigo.
MUSA.- Pero...
POETA.- Claro que sé cuánto te cuesta estar separada, pero debes comprenderlo. ¡Ay, no me atormentes por el día con tus besos!
MUSA.- Te comprendo, pero es muy difícil para mí estar ausente tanto tiempo. ¿O acaso no te duele cada mañana el despertar?
POETA.- Sí, y cada mañana me duele más. Y ese dolor no me suelta ya durante el día. ¿Qué he de hacer para librarme?
MUSA.- Estás pensando en tu futuro, ¿verdad?
POETA.- Sí, no tengo más remedio que trabajar y no me dejas.
MUSA.- ¿Tanto amas esta vida?
POETA.- Tengo que estar en ella.
MUSA.- ¿Qué propones entonces? ¿Qué podemos hacer para resolver este dilema?
POETA.- No lo sé; sólo sé que he perdido otro día y por eso voy a dedicarte lo que resta de él.
(Se sentó a mi lado y me abrazó en silencio. En el otoño frío, su aliento oscilante bañaba mis mejillas).
Anda, si quieres podemos repasar estas noches de amor que me has regalado desde que hicimos el pacto.
MUSA.- ¡Qué bonito es recordar! ¿Verdad?
POETA.- Anda, vamos a empezar ya...
 
Primer sueño.- En nuestra primera noche elegiste un cuerpo bonito. Un cuerpo que veo todos los días, que en mi subconsciente persigo. Todos lo ignoran menos tú, que de verdad me comprendes y por eso quisiste venir en él para llenar nuestra primera noche. Simplemente fue un preludio de las noches venideras. Soñé que estaba en el trabajo y tú, por detrás, desprevenido yo, me besaste. Un relámpago fugaz que abrasó mi mejilla. Me volví -¿quién habrá sido? me dije- y tú estabas allí sonriendo limpiamente ante la indiferencia de los demás que no prestaron ninguna atención a este incidente. Después... no recuerdo qué más pasó aquella noche. Quizás sólo fue eso, un beso fugaz que aún quema en mi mejilla...
Segundo sueño.- En la segunda noche elegiste el mismo cuerpo. Te sentaste a mi lado en el trabajo. Miré tus ojos amplios y tu sonrisa abierta, y comenzamos a hablar. Te notaba diferente, estabas como más hecha, más mujer. Parecía como si de una noche a otra hubiesen pasado quince años; desde el primer amor al último. Y esta vez sí que se dieron cuenta los demás. Bastaba no estar ciego para descubrir cómo relucías entre los escombros del funcionalismo. Ellos nos  miraban y murmuraban, envidiosos sus labios y sus oídos. Pero nosotros, aparte; vencedores de todo.
Al acabar el trabajo salimos juntos y sin saber por qué te estreché junto a mí. Los demás miraron, miraron... dejaron de vernos. Y allí estábamos los dos en las calles absurdas y hermosas de los sueños. Mi brazo te rodeaba con firmeza, como si tuviera miedo de perderte. Y hablamos, y de vez en cuando besaba con amor tu mano. Y la calle se perdió también entre las sombras.
 
Tercer sueño.- Al despertar de mi tercera noche miré hacia el sueño, que aún permanecía tan real y tan cercano... Esta vez elegiste un cuerpo diferente y más maravilloso aún que el anterior; un cuerpo joven y limpio... y sin pasado; un cuerpo que parecía especialmente creado para mí. Y ¿qué hicimos? ¡Ah! Estuvimos bailando mucho tiempo. Yo estrechaba con hambre tu tierna mano, tan suave, junto a la mía. Flotando en un éxtasis, nos mirábamos a los ojos. Eran limpios, como los tuyos, como los de mi musa. Unos ojos fijos que hacen estériles las palabras. La nariz perfecta y unos labios entreabiertos que a su modo también me miraban. Yo no hacía nada más, simplemente, te miraba. Y con tu cuerpo joven dabas respuesta a todas mis preguntas.
Y la noche fue muy larga. Los minutos, más bien horas, de aquél baile se acabaron y tú, sin dejar de mirarme ni un momento, besaste tu dedo índice y lo juntaste con mi cara. ¡Ya tenía mis dos mejillas marcadas! No pudiendo resistir más, cogí tu mano que ya retirabas y estrechándola contra mi pecho la besé repetidas veces -¿cómo olvidar tus ojos, o tu boca, o tus manos?- consciente de que aquella tarde de baile se acababa. Pero aún era pronto. Salimos juntos. Y de nuevo estábamos solos los dos en las calles de los sueños. Mi brazo –que ya tenía menos miedo- te aprisionó, sin embargo. Eras tú la que tenía miedo al adiós que se acercaba. Y te apoyaste en mi hombro y nos miramos de nuevo -¿para qué sirven las palabras?- Ninguno se atrevía a despedirse. ¿Volveríamos a vernos alguna vez más o todo habría sido así de fugaz? Pero se hizo el día, sin darnos cuenta. Nos separamos lentamente. Besé tus manos. Nos fuimos distanciando. Los labios aguardaban las palabras postreras. Era el momento ya de poner punto final a aquél encuentro y... desperté.
 
MUSA.- Tienes razón, no puedo estar sin ti o es que quizás yo también te necesite a ti para mi propia existencia.
POETA.- Valen poco las palabras. He mirado tus ojos. Son iguales que los de esta noche. Están limpios de amor.
MUSA.- De amor limpio.
(Me miró en un intento de re enlazar nuestra conversación anterior).
¿Todavía tienes miedo a tu futuro? Di. ¿Todavía tienes miedo al trabajo que habrás de realizar en esta vida?
POETA.- ...Sí.
(Los dos sonreímos y recordamos las sonrisas de esas noches).
MUSA.- ¿Quieres que me marche por el día?
(La conversación, por un momento, pareció tornarse triste).
POETA.- Haz lo que quieras. ¿Qué puedo pedirte si mi vida es tuya?
MUSA.- Hasta mañana.
 
EPÍLOGO.- Sé que cualquiera que lea estas líneas pensará en la exuberancia de mi imaginación... o de mis desatinos. Puede, incluso, que haya muchos que no comprendan nada de lo que estas líneas encierran. Pero tanto unos como otros no deben extrañarse si les digo que la musa es un ser que existe. Puedo verla en esta habitación; precisamente ahora se está alejando lentamente. Pronto desaparecerá y no volverá hasta la noche. Y yo la amo en todas sus actitudes. Por eso todos los días le digo, como a una esposa, “hasta mañana”.
 

Vicente Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon: https://www.amazon.com/author/fisac
“Los primeros pasos de un escritor”: https://www.amazon.es/dp/1708323147

sábado, 23 de agosto de 2025

Diálogos con mi musa: Una cámara de fotos

MUSA.- ¿Qué vas a comprarte?
(Los dos estábamos sentados una mañana de otoño frente a frente. Sus ojos inundaban de claridad mis manos y yo acariciaba su sombra. En ese silencio me interrumpió de nuevo)
Que ¿qué vas a comprarte?
(Miré de nuevo sus ojos, su boca, sus manos. Me tendía en sus miradas las barandillas para no perderme y sus brazos me ceñían para no hacer distante)
POETA.- Voy a comprarme una cámara de fotos para hacer las fotos más maravillosas que puedas imaginar.
MUSA.- ¿Para qué?
POETA.- Para guardar perenne tu belleza.
MUSA.- ¿Acaso no me tienes a mí, siempre a tu lado?
POETA.- Sí, tú has sido mi vida misma; pero has estado al borde de la muerte, esa muerte que significa no sentirte. Debo reconocer que siempre que lo he necesitado has venido en mi rescate, hasta en los momentos de mayor desesperanza has aparecido para rehacer mi vida... pero tengo miedo que algún día no sea así, no vuelvas a aparecer, y es por eso que quiero quedarme al menos con el recuerdo de tu belleza plasmado en unas fotos.
MUSA.- Bueno, mi destino es ese, acudir en tu ayuda, acompañarte... ¿Por qué habría de fallarte alguna vez?
POETA.- Es demasiado halagador eso que me dices. Tú eres mucho más que el caprichoso asidero salvavidas de este poeta. Nadie te ve ni te conoce; sólo algunos –muy pocos- poetas hemos llegado a sentir el roce de tus manos. Pero tu misión no es de... sumisión ¿comprendes? Esa alcanzable distancia, esa accesible inaccesibilidad, es la que nos permite luchar por tratar de conquistarte y de esa forme irnos perfeccionando. Tú no debes acudir en mi rescate cada vez que te necesite, al contrario, soy yo quien cada día, en cada instante, debe ir a tu encuentro. Sé que podrá parecerte extraño esto que voy a decirte, pero soy feliz cuando te muestras esquiva, cuando huyes de mí con elegancia. Entonces te persigo, te persigo, te estoy persiguiendo... desespero; y es en ese momento cuando se produce el milagro: te acercas y me sonríes. A partir de ese momento ya no se me ocurre pensar cuándo caeré de nuevo.
(Se quedó triste y miró hacia otro lado. Tal vez regase de tristeza sus mejillas. La tarde se había ido y la oscuridad se adueñó silenciosamente de la habitación. No podía verla, sólo intuía su presencia y un respiro entrecortado que se infiltraba por mis venas. Después... sentí de nuevo su mirada, aunque esta vez, el resplandor de antes, había desparecido y en su lugar dos sombras negras como presagio final).
MUSA.- Una misión muy triste me han encomendado... Yo no soy un pedazo de mármol, soy un ser que siente... soy un ser que te ama... ¿Cómo puedes siquiera pensar que deba irme de tu lado cuando más me necesitas?
(No supe qué responder. El pasado se me vino a los ojos ampliamente. Siempre la veía junto a mí. Estaba calentando y perfumando mi lecho; estaba rezando en las mañanas de invierno; estaba hablándome, mirándome a todas horas. Y yo no escuchaba; y yo penetraba en los peligros rompiendo sus palabras de amor que me avisaban; y yo no creía en nada, ausente del mundo en que vivía y hasta del mundo que ella me fabricaba. Después le dirigía cinco minutos de contacto, unos pobres versos –buenos o malos ¿qué más da?- y  volvía a ser feliz como una madre o una fiel esposa, de esas que ahora tanto escasean).
POETA.- Debes perdonarme. No soy tan perfecto como tú y sólo algunas veces puedo respirar el aire tuyo que me embriaga. Estoy preso del mundo en que nací y no se escapar del humo, de las prisas y de esta gran carencia de fe que afecta a nuestras almas. Debes comprender, es muy difícil estar contigo y a la vez vivir en este mundo falso que entre todos hemos construido. Pero no debes estar triste. Dentro de unos años –nosotros dos sabemos cuándo- yo me marcharé de aquí, y a partir de ese momento podré vivir para siempre a tu lado. No existirá ni tiempo ni barreras que puedan separarnos o enturbiar siquiera nuestra felicidad... ¿Lo ves? Ya has vuelto a sonreír. Por eso no deben entristecernos estas continuas separaciones; es mas, no debe sernos angustiosa la lucha actual entre tu mundo (tuyo) y mi mundo (no mío). Tú vas a seguir a mi lado por el día y la vida me irá matando; pero las noches serán enteramente nuestras. Allí nadie podrá penetrar, ni la televisión, ni los automóviles, ni los periódicos, ni nada del mundo cotidiano podrá interrumpir esas cortas pero eternas horas de contacto.
MUSA.- Me alegra lo que dices. He visto resplandecer tus ojos, a veces como los míos. Iré contando día a día los minutos de separación y por las noches detendré la cuenta. Seguiré velando tus pisadas y siempre que me llames acudiré a tu lado.
POETA.- Perdona que haya dudado de ti, que haya interpretado mal tus acciones; ahora sé que eres un ser humano, un ser con existencia real, la misma que este alma mía que ahora se encuentra encerrada en este cuerpo. Una sangre invisible baña tu presencia y un perfume delicioso se desprende a los demás. Nada podrá detener ya, esta felicidad. Iré venciendo y doblegando la materia de mi cuerpo minuto a minuto; seré el único dueño de mis actos.
(Volvió todo a su cauce natural que ahora ya estaba más limpio).
MUSA.- Y entonces, volviendo al principio de esta conversación ¿para qué quieres una máquina de fotos?
POETA.- Para reflejar lo mejor posible tu imagen y para que cuando nos marchemos todos sepan con quién me he ido, y así, tal vez haya alguien más que siga nuestro ejemplo.
MUSA.- ¡Cómprala! ¡Cómprala!
(Nos abrazamos largamente. Nuestros dos espíritus se perdieron por el cielo gris de una tarde cualquiera de otoño...).
 
EPÍLOGO.- Hoy, una tarde de otoño, he estado escribiendo este diálogo. En la mitad, paré un instante y respiré hondo y entrecortado. Mi vista, sin saber por qué –como todos los actos del ser humano- se posó en la ventana y allí pude ver, sobre el cristal, unas lágrimas (gotas de lluvia, si prefieren). Después, al acabar de escribir este diálogo, respiré hondo y tranquilo. Mi vista se posó de nuevo en los cristales y aquellas lágrimas (o gotas de lluvia, si prefieren) habían desaparecido. Pero no, no había soñado, allí sobre el cristal aún podían verse las pequeñas cicatrices (o manchas dejadas por la lluvia evaporada, si prefieren) pegadas a los cristales.
 

Vicente Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon:
https://www.amazon.com/author/fisac
“Los primeros pasos de un escritor”: https://www.amazon.es/dp/1708323147

jueves, 21 de agosto de 2025

Desde aquél día. Epílogo

EPÍLOGO
 
Escenario: El escenario está vacío, con un solo foco sobre el Narrador, que avanza mientras el telón permanece bajado. La música se desvanece, dejando silencio.
 
NARRADOR: Señoras y señores, quizás esperaban un final distinto: feliz o trágico, pero un final. Esta historia, sin embargo, no lo tiene. O tal vez este sea su final. Juan sigue frente a esa puerta, esperando a una chica de la que solo sabe que leía “Noches de Sing-Sing” en una discoteca abarrotada. Una pista frágil, lo sé. Pero él espera, aferrado a la esperanza de un amor que trascienda lo superficial. ¿Es un loco? ¿Un poeta? ¿Un hombre atrapado por su propio idealismo?  (El telón se alza lentamente, mostrando a Juan aún de pie frente a la discoteca, ahora bañado por la luz de la luna. Una joven, posiblemente Clara, aparece a lo lejos, dudando, sosteniendo un libro. Lo ve, pero no se acerca. El Narrador continúa.)
 
NARRADOR: Quizás ella esté ahí, en alguna esquina del mundo, buscando también. O quizás no. La vida no siempre da respuestas, pero Juan elige esperar. Si alguno de ustedes sabe de una chica que lee en discotecas, díganle que alguien la espera... desde aquel día. 
 
(La joven se da la vuelta y se aleja. Juan no la ve. El foco se desvanece sobre él mientras comienza a sonar “Desde Aquel Día” de Raphael, con su letra evocando la añoranza y la esperanza no resuelta)
 
Cae el telón
 

Vicente Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon: https://www.amazon.com/author/fisac
“Sigue esperando”: https://www.amazon.es/dp/1705805434