Hace unos días estuve en el concierto de Alexander Rybak en
España –ya lo comenté en este blog- con motivo de las Jornadas Hispano-Noruegas
celebradas en Alfaz del Pi (Alicante). Pero se me había olvidado comentar un
aspecto digno de resaltar: los niños noruegos.
En el citado concierto –lleno hasta la bandera en el teatro-
el 95% de los asistentes era noruego (lo sé porque Rybak fue preguntando la
nacionalidad de los asistentes y todos fuimos levantando la mano al llegar
nuestro turno). Había espectadores de todas las edades: muchos jubilados (que
viven al calor del clima de Alicante su jubilación); matrimonios de mediana
edad (muchos han montado aquí su negocio y oros trabajan en las plataformas petrolíferas del mar
del Norte por lo que su horario de trabajo es de 2 semanas seguidas de trabajo en la
plataforma y luego 3 semanas de vacaciones en su casa de España); y muchos
jóvenes y niños de estos matrimonios que viven aquí y estudian en el Colegio noruego de
Alfaz del Pi.
Así, pues, podías ver sentados a muchos niños de 3, 5, 9, 12
años en las butacas del teatro y comprobar estupefacto cómo seguían atentos y
en silencio respetuoso no sólo las actuaciones sino también las esperas, los
descansos... nada de gritos, ni de peleas, ni de levantarse del sitio. Pero
además, tanto antes de empezar la función como después, podías ver a todos esos
niños tranquilos, conversando con sus padres o sus amigos, sin dar gritos, ni
correr, ni empujarse...
¡Qué diferencia –pensé- con los niños españoles! ¿Dónde está
la clave? ¿En qué se diferencian? Sólo en una cosa, sólo en una palabra que les
han inculcado desde pequeños y que han seguido al ver el ejemplo de sus padres:
RESPETO.
Esa es la clave: los noruegos respetan a sus semejantes y se
comportan con ellos tal como a ellos les gustaría que les tratasen. Así de
fácil y así de difícil.
No hay comentarios:
Publicar un comentario