En días de lluvia miraba por la ventana el cielo gris
y la tristeza se hacía tan fuerte que apenas me quedaban fuerzas para moverme y
romper aquél maleficio. Ya no sabía que era peor, si estar encerrada en la
cárcel del colegio o en aquella soledad de la urbanización a dos kilómetros del
pueblo.
¿Podrían ir peor las cosas? Pues sí. Y en ello tuvo
mucho que ver el dinero de mi padre, lo único que tenía para engañarse a sí
mismo y para creer que tenía una hija a la que cuidaba.
Yo no me había dado cuenta, pero parece ser que
alguien dijo que debían arreglarme la boca para que no se estropease mi
dentadura. Fue así como en aquellos días tuve que hacer un par de visitas al
dentista para salir de allí con hierros en la boca. Por si no era bastante
cárcel el mundo en que vivía, ahora tenía que llevar rejas también en mi boca.
Al principio pensé que aquello me deprimiría aún más;
pero me equivoqué, cuando me vi los hierros en la boca me sentí con más fuerza,
con un signo de fiereza y diferenciación que nunca antes había intuido
existiera en mí.
Miré mi nueva imagen ante el espejo. Dos hileras de
hierro sujetaban de lado a lado toda mi dentadura. Podía abrir y cerrar la
boca, mostrar toda la fuerza que llevaba dentro y sentirme más fuerte. Me
habían marcado como a los caballos y ahora tenía mi propia marca. Eso sí, se
acabaron los chicles y gominolas, aunque sí podía comer caramelos normales y
casi cualquier clase de comida.
Cogí mi cámara de fotos e inmortalicé ese momento.
Miré una y otra vez mi cara ante el espejo y me eché a reír. Jamás escondería
mi sonrisa. Jamás taparía mi boca con la mano. Si esa era yo, esa era la
persona que tenía que mostrar al mundo.
Y junto a aquél descubrimiento tuvo que venir otro
aún más turbador. Hasta entonces no me había dado cuenta, pero de repente solté
la revista de mis manos y la dejé caer al suelo. ¿Qué es lo que estaba
haciendo? Estaba absorta contemplando las chicas que venían en esa revista del
corazón y mi vista sólo se fijaba en ellas, no en los chicos. Me atraía más...
lo femenino.
Del libro (en prosa
y poesía), "Las cosas de Alma", de Vicente Fisac.
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