Pasaron
allí muchas horas y durante aquél tiempo les sirvieron una sopa caliente que
les entonó, pero su ropa continuaba mojada y la humedad se les clavaba en los
huesos. Eloy saludó a aquella mujer a la que había rescatado y le preguntó si
estaban bien ella y la niña. La mujer no hablaba inglés, pero Sonja que estaba
a su lado, se lo fue traduciendo y esta le dio las gracias y le llamó su
“salvador”. A Eloy lo único que le importaba era que se encontrasen bien y se acercó
a la niña preguntándole algunas cosas sencillas en inglés que ella sí entendía.
Eloy se interesó por el estado de salud de la muñeca y le preguntó a la niña
que cómo se llamaba la muñeca y si estaba bien. La niña sonrió y Eloy le dijo
que había sido muy valiente y que la muñeca estaría orgullosa de ella. La niña
le dijo que su nombre era Erika y le dio un beso. Eloy sintió una enorme
alegría, acababan de colgarle la mejor de las medallas posibles.
Después
se acurrucó otra vez junto a Sonia para esperar, mientras no daba crédito a lo
que había sucedido. Recordaba cómo la noche anterior avanzaba allí mismo, por
el pasillo del graderío hasta su localidad, y se sentía extraño al ocupar un
asiento como espectador en vez de estar en el escenario como artista. No habían
transcurrido ni 24 horas y por fin estaba pisando el escenario, ese mismo
escenario, pero no había música de fondo, ni focos, ni público aplaudiendo y
siguiendo el ritmo de las canciones. Sin embargo sentía algo muy especial, una
enorme alegría, y era el beso de Erika que aún notaba en su mejilla; eso le
reconfortaba más que todos los aplausos que hubiera recibido a lo largo de su
carrera.
De la novela "La fuga" de Vicente Fisac
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