Esta final de la Copa de Europa entre el Barcelona y el Manchester debe ser recordada por la mejor jugada que jamás he presenciado en un campo de fútbol. No me refiero a ninguno de los goles, ni de las paradas, ni de los regates, ni de las celebraciones... la jugada a que me refiero tuvo lugar alrededor del minuto 98 y la protagonizó Puyol. En ese momento, cuando estaban formando fila para ir a recoger la Copa, Puyol se quitó su brazalete de capitán (el que le capacitaba para recoger el trofeo) y se lo colocó a Abidal (para el que no lo sepa, este jugador había sido operado de un tumor en el hígado hacía tan solo tres meses y su espíritu de sacrificio y lucha por la recuperación fue tan grande que en un plazo mínimo de tiempo le hizo estar otra vez en condiciones de jugar al fútbol y Guardiola le había dado la oportunidad de jugar esta final). Puyol renunció a ese momento de gloria de levantar la Copa para cedérselo a quien solo tres meses había estado en un quirófano luchando contra el cáncer.
Este es uno de esos detalles que revelan la grandeza de las personas, y Puyol demostró que no sólo es un gran jugador sino también una gran persona. Y por supuesto, mereció la pena ver la final, no sólo por disfrutar viendo cómo se juega al fútbol (eso sí que es jugar al fútbol) sino viendo como en el mejor equipo del mundo, plagado de superestrellas, nadie luce más que el otro y cualquier suplente o empleado forma parte del equipo como el que más. El Barcelona es, por encima de cualquier otra consideración, llana y simplemente “un equipo”.
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