Cuando yo estudiaba la carrera veía la colegiación como un marchamo de garantía a la hora de ejercer la profesión, una defensa contra el intrusismo y un marco de ética y buenas prácticas que nos garantizaría unas mismas reglas de juego para todos. Sin embargo la colegiación obligatoria nunca llegó a las ciencias de la información.
Hoy día cualquiera puede ejercer el periodismo. ¿Para qué sirve entonces estudiar la carrera de periodismo? En realidad, para nada, porque para trabajar como tal sólo se necesita alguna de estas dos cosas:
1.- Saber comunicar bien, lo que incluye saber escribir, resumir y destacar lo más atractivo para el público.
2.- Ser famoso (en cuyo caso no hace falta ni siquiera saber comunicar, que para eso están los “negros”).
Por eso, si echamos un vistazo a las redacciones de cualquier medio, veremos que están plagadas de personas que no han estudiado periodismo, e incluso vemos la paradoja de que aquellos que sí han hecho la carrera están con sueldo ínfimos y haciendo el trabajo más duro.
¿Y qué decir de la ética y del rigor informativo? Ni por asomo. Sólo imperan los dictados del editor (más pendiente del apoyo publicitario de sus anunciantes y del apoyo de los poderes políticos y económicos, que de cualquier otra cosa). Programas de telebasura que copan los primeros puestos de audiencia, informaciones tendenciosas del gusto de los poderes que apoyan el medio, afirmaciones sin ninguna comprobación previa...
Tal vez, si hubiese existido la colegiación obligatoria en periodismo, el panorama actual no se hubiera desmadrado tanto. Porque ¿a qué profesional le interesa que la colegiación no sea obligatoria? Sólo a aquellos que no desean ser controlados y no estar sometidos a unas mismas reglas de ejercicio profesional y de ética iguales para todos.
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