Todos
los seres humanos, desde el hombre prehistórico, han tenido el instinto de “lo
sagrado”, se han sentido intimidados por la grandeza de la Naturaleza y han
reconocido en ella la mano de un dios creador (o de varios dioses creadores).
Es como si la necesidad de un dios hubiese estado grabada en los seres humanos
desde su nacimiento, en todas las épocas y en todas las culturas.
Hoy
día, cuando el materialismo domina a casi todas las gentes de todos los países,
ese sentido de los divino sigue existiendo y nadie es capaz de suprimirlo.
Surgen sectas, hermandades, religiones, grupos de cualquier índole, que se
resisten a creer que sólo hay esta vida y después nada, y por ello reconocen la
inmortalidad del alma y la mano de un dios creador o de algún tipo de
inteligencia suprema.
El
no creer en algo no significa que ese algo no exista. El que no podamos
demostrar que algo existe o que algo no existe, ni significa que se algo exista
o no. La existencia es ajena a nuestros deseos o conveniencias.
Y
me viene a la memoria cómo muchas personas que han pasado su vida renegando de
todo lo sagrado, cuando les llega la hora de la muerte imploran el perdón de la
deidad.
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