
De hecho y de derecho, en todos los órdenes de la naturaleza la mujer debe dominar, no por la inteligencia, sino por la voluntad; no por la elocuencia, sino por la prudencia; no en las tribunas públicas, sino rodeada de los suyos; no en los cargos públicos, sino en la ciencia de la economía y buen gobierno de la casa.
No niego, antes al contrario, que honra a nuestro sexo el número de mujeres célebres que se han distinguido por su talento, virtud y heroísmo. Y pasarán siempre a la historia, nimbados de gloria, los nombres de Teresa de Jesús y Catalina de Sena (doctoras de la Iglesia); los de Agustina de Aragón y Juana de Arco, defensoras de la Patria; el de Concepción Arenal y otras escritoras, como modelo de literatas; el de madame Curie, como científica (descubridora del radio); el de María Montesori como pedagoga; el de la doctora Arroyo, como oculista en nuestros días, etc. Pero todo esto no quiere decir que la mujer deba ejercer las profesiones del hombre, no; el que haya habido y haya mujeres célebres, indica que pueden ser tan aptas como el hombre para esos cargos, pero no que deben desempeñarlos.
Aceptemos la idea de su capacidad, pero elevemos sobre ella los fines de su misión en el mundo, y vendremos entonces a convencernos de que está mejor en su casa que fuera de ella; que se hace más digna de aplausos cumplimentando debidamente obligaciones familiares, que conversando en oficinas, comercios, institutos y universidades... En una palabra, únicamente los oficios y empleos y profesiones que más se relacionan con su sexo, son los que debe desempeñar y ejercer.
En consonancia con la voz de la naturaleza parece haber escrito el poeta de nuestros días, Fernando de Larra, unos notables versos de los cuales copio lo siguiente:
‘Pero tú, mujercita
de la tierra española,
que tienes en tu espíritu
la mejor aureola,
nunca imites al hombre
por pueril vanidad.
Deja al hombre la fuerza,
déjale lo que brilla,
quédate la clemencia,
sé siempre la semilla
que un día y otro día
va en el surco a caer:
Si el hombre es la justicia,
sé tú la tolerancia;
si el hombre es el impulso,
tú serás la constancia;
si el hombre ha de ser hombre,
mujer, sé tu mujer’
¡Y ahora, distinguidas lectoras, dispensad que el presente artículo vaya suscrito por mí... Pero no me arrepiento de lo dicho... Lo oí, hace varios años: ‘arrancar a la mujer del hogar, es despojarla del cetro y quitarle la corona’”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario