jueves, 2 de agosto de 2018

Poesía religiosa (1)

Durante los próximos días vamos a publicar en este blog una amplia selección de la poesía de carácter religioso realizada por Mercedes Fisac Clemente (Daimiel, Ciudad Real, 1889-1981); pero antes, en este primer post, creemos conveniente dar unos breves apuntes de quién fue ella.

Mercedes fue la primogénita del matrimonio compuesto por el médico, periodista y poeta Gaspar Fisac Orovio y Concepción Clemente Pozuelo. Sus otros hermanos fueron Rafael, Carmen, Domingo, Concepción y Gaspar. Mercedes quiso ser monja pero no obtuvo la aprobación de su padre, preocupado como estaba por el porvenir que le aguardaría a la quinta de sus hijas, Concepción, sordomuda. Debió pensar Gaspar que antes que irse a cuidar a otras personas debía cuidar a su hermana Concha, y así lo hizo Mercedes que, tratando de compaginar este deseo de su padre con el de su vocación religiosa, se hizo terciara franciscana, vistiendo toda su vida un sayal pardo que le llegaba hasta los tobillos y viviendo –en cumplimiento de sus votos- en la pobreza.

Ejerció como profesora de música en las Escuelas Normales de Ciudad Real y sus ingresos como profesora de música –una vez descontado el mínimo requerido para su subsistencia- así como el tiempo libre que le dejaba el permanente cuidado de su hermana, los dedicó por entero a la ayuda de los pobres. Quiso Dios que muchos años más tarde muriera su hermana Concha antes que ella, de tal forma que nunca le faltó la ayuda y el cariño de Mercedes. Concretamente, Concha murió en 1975 a los 75 años de edad y Mercedes en 1981 a los 92 años de edad.

Su padre, Gaspar Fisac Orovio, tal como se recoge en el libro de su biografía, recientemente publicado con el título “Una lágrima es un beso” (Editorial Bubok), le dedicó el 13 de octubre de 1889 el siguiente poema, que fue publicado en el nº 386 de “El Eco de Daimiel”, del 16 de octubre de 1889. Llevaba como título “El niño dormido” y la siguiente dedicatoria: “Ante la cuna de mi hija Mercedes, en su primer cumpleaños”.

EL NIÑO DORMIDO

No pases gritando,
no pases corriendo,
del niño dormido
no turbes el sueño;
si adoras lo bello,
acércate y calla,
respira muy quedo;
verás en el fondo
de oscuro aposento
envuelta una cuna
en nimbo de fuego;
que el niño dormido
parece el espejo
donde se retrata
la imagen del cielo.

Su boca semeja
capullo entreabierto
que tibio perfume
despide en su aliento;
y van los suspiros
saliendo del pecho
cual ángeles que huyen
volando entre besos;
sedosas pestañas
encierran luceros
y oculta la frente
profundo misterio;
que el niño dormido
parece el espejo
donde se retrata
la imagen del cielo.

Asida a la cuna
que mece con tiento,
contempla una madre
su casto embeleso,
y son sus miradas
de amor tan intenso
que el alma estremecen
de aquel pequeñuelo.
¿No ves cómo sueña
que juega despierto?
¿No ves cómo ríe?
¡Qué hermoso riendo!
¡Si el niño dormido
parece el espejo
donde se retrata
la imagen del cielo!

El bello semblante
y el cándido aspecto,
y el dulce abandono
del ser indefenso,
moviéndote a amarle
te están repitiendo
que desde la altura
protege su sueño
el Dios que de seres
pobló el universo.
¡Ponte de rodillas
y reza ante el lecho
del niño dormido,
que no es más que espejo
donde se retrata
la imagen del cielo!

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