Cuando nacemos nos ponen unos pañales a los que se conoce
popularmente como “dodotis” (que viene de la marca que los introdujo: Dodot),
quizás como una premonición de lo que nos aguarda en el futuro: extinguirnos
como el Dodo (ver imagen de tan simpática pero tonta ave). Pues igual que el
Dodo así pasamos todos por esta vida y tan sólo quedará de nosotros un leve
recuerdo que se irá apagando con el tiempo.
Escuchaba hace poco en una película antigua, que lo
verdaderamente valioso no es lo que hacemos ni lo que poseemos, sino el
recuerdo amable que los demás guarden de nosotros. Bueno, en eso también nos
parecemos al Dodo, un ave tan mansa, tan inocente, que acabó en el estómago de
muchos y variados comensales.
No se puede escapar. No hay salida. Sólo nos queda caminar
de forma alegre y patizamba por la vida, para disfrutar del momento y hacer que
los demás disfruten también con nosotros y después, con nuestro recuerdo. Hasta
que la última y débil llama del mismo se extinga igualmente en este rincón
minúsculo y perdido del Universo.
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