El encabezamiento de este post es el estribillo de una
canción que escuché hace poco en una misa. La primera vez que lo escuché me
quedé sorprendido. Cuando lo repitieron por segunda vez, me quedé perplejo. Al
escucharlo por tercera vez me indigné. La seglar que desde el púlpito dirigía
esta canción que unos pocos fieles canturreaban, animaba a los asistentes para
que se uniesen a ella y así dar mayor resonancia al estribillo. Para mis adentros
me negué a seguirles el juego y en un acto de rebeldía –yo diría, más bien, de
justicia- cambié mentalmente el texto del estribillo: Dichosos los que aman al
Creador.
Veamos los matices que encierra dicho cambio. En primer
lugar desterré el verbo “temer” y lo cambié por el verbo “amar”. Nadie debe ser
dichoso por tener miedo, al contrario, quien tiene miedo es un desgraciado. Se
es dichoso cuando se ama y cuando se recibe amor, y ambas cosas son las que
existen en la relación de los humanos con el Ser superior. Además, es un enorme
contrasentido que los curas nos digan que “Dios es amor” y luego vengan con
estribillos como este diciéndonos que hay que “temerle”. Pues, señores, a todos
aquellos a quienes yo amo y de los que recibo igual afecto, no les temo sino
todo lo contrario: los amo y soy feliz por ello.
Siguiente punto: cambié el sustantivo “Señor” por el de
“Creador”. Si alguien es “Señor” es porque otro alguien es “siervo”, y resulta
que no es eso lo que predicó Jesús, al contrario, él (con minúscula, porque eso
es lo que a él le gustaba) predicó siempre la humildad y luchó y murió en
defensa de los pobres y los más desfavorecidos, no de los “Señores” y
poderosos. Por consiguiente, la palabra “Creador” lo define y califica al mismo
tiempo sin que eso suponga una imposición sobre los demás, sino al contrario,
un acto de generosidad. ¿Veis la diferencia?: El “Señor” impone, mientras que
el “Creador” da.
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