Cada día,
en las mañanas oscuras de este invierno,
arrastraré, escaleras abajo,
la condena de mi sueño
hasta el fondo del andén,
con la mirada perdida
entre decenas de seres dormidos
y movidos por la inercia.
El ruido del tren que llega
rechinará en mi oído
y volveré la vista al túnel,
impaciente por subir,
porque sé que allí estarás
y tu luz reventará
las paredes de silencio
y como el agua
limpiarás mi alma,
serás mi energía
para seguir escribiendo, aquí
lo que me quede de vida.
Llevas la carpeta amarilla entre tus manos
y los guantes blancos de lana
arropan tus cálidos dedos,
mientras la música se esconde en tus oídos
y encierra tus secretos.
Miradas que se cruzan,
pensamientos tan dispares...
y sin embargo allí estamos los dos
encerrados en el metro.
Mundos diferentes, condenados a no entenderse,
a vivir tan separados, tan ajenos...
y sin embargo allí estamos los dos
compartiendo ese momento.
Tu presencia diaria es la ilusión
de sentir gritar la vida
impulsando mis poemas.
Bajaré cada día, con mi esperanza radiante
hacia ese encierro en donde tú y yo
seguiremos siendo anónimos,
compartiendo mil momentos
de sueño y despertar,
sin hablar ni conocernos.
Serás la luz de mis mañanas,
la inspiración de este poeta,
y cuando ya no esté aquí,
cuando yo muera,
el hueco de esa esquina del vagón
reclamará tu mirada y en silencio
tu sola presencia será
la más bella oración
en mi recuerdo.
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