viernes, 28 de septiembre de 2018

Lamento de un pozo seco


El poeta no se hace; el poeta nace. Y cuando yo apenas contaba con 13 o 14 años ya era capaz de escribir poemas como este que –por cierto- se publicó en la revista que por aquel entonces editaba el colegio de los Escolapios (Escuelas Pías de San Fernando, en la calle Donoso Cortés, de Madrid), mientras mi profesor de Literatura, Eloy Rada, se sorprendía (y me guiaba en sus ratos libres) con mis primeras incursiones en el mundo de la poesía, un mundo –todo hay que decirlo- que me acompañado a lo largo de mi vida y ha conseguido que la vida sea más plena para mi.



LAMENTO DE UN POZO SECO

“¡Ay infeliz de mí!” decía
un viejo y derruido pozo,
con muros de dura arcilla
y polvo en su negro fondo.

“Un siglo de vida tengo,
y un año sin poder ver
una gota de agua o cieno
y temo el morir de sed.

Llevo un año sin beber.
Pido un milagro del cielo;
e imploro a Dios el tener
algún milagro pequeño.

Si no bebo moriré,
y alzo a Dios mi pobre ruego
de poder calmar la sed
al pastor o al misionero.

Quiero agua cristalina
con la que llenar mi seno.
Pido a la Virgen María
aquél milagro pequeño.

Los pastores me rechazan
por ver mi muro tan seco,
y el buen misionero exclama:
¡Lluvia para este desierto!”

Pasan días muy amargos
en el desierto infernal,
y esperando aquél milagro
rezó y se puso a llorar.

Mas el tanto estar gimiendo
poco tiempo ha de durar;
pues la Reina de los Cielos
a este mundo ha de bajar.

Aquél día no amanece
y un rayo de sol se filtra
en un cielo que entristece
para anunciar este día.

Un rayo de fuego quiebra
este su muro tan seco,
y el aire envuelve una niebla
que lluvia está presintiendo.

El cielo gris se desgarra
en descomunal estruendo,
y su faz ve la esperanza
de aquél milagro pequeño.

El granizo está rompiendo
las cercas de los rebaños
y todos gritan: “¿Qué es esto,
un castigo o un milagro?”

Los secos muros del pozo
con la lluvia se humedecen
y la lluvia barre el polvo
y su interior se estremece.

Una gran alegría invade
el cansado corazón
de aquél pobre pozo que hace
penitencia y oración.

La penitencia se acaba
y la dicha comenzó,
pues la oración alcanzaba
el fruto que deseó.

No lejos de allí un pantano
ve agitarse su agua clara,
y una brecha está esperando
que por allí pase el agua.

El agua se va filtrando
entre capas impermeables
que han de estar alimentando
y dando jugo a su carne.

La gran brecha de agua clara
aquél pozo sustentó,
y en hermosa y fértil granja
el terreno convirtió.

La gente reza a su lado
en aquél lugar de ensueño.
¡Aquello fue un gran milagro,
no fue un milagro pequeño!

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