El
poeta no se hace; el poeta nace. Y cuando yo apenas contaba con 13 o 14 años ya
era capaz de escribir poemas como este que –por cierto- se publicó en la
revista que por aquel entonces editaba el colegio de los Escolapios (Escuelas
Pías de San Fernando, en la calle Donoso Cortés, de Madrid), mientras mi
profesor de Literatura, Eloy Rada, se sorprendía (y me guiaba en sus ratos
libres) con mis primeras incursiones en el mundo de la poesía, un mundo –todo hay
que decirlo- que me acompañado a lo largo de mi vida y ha conseguido que la
vida sea más plena para mi.
LAMENTO
DE UN POZO SECO
“¡Ay
infeliz de mí!” decía
un
viejo y derruido pozo,
con
muros de dura arcilla
y
polvo en su negro fondo.
“Un
siglo de vida tengo,
y
un año sin poder ver
una
gota de agua o cieno
y
temo el morir de sed.
Llevo
un año sin beber.
Pido
un milagro del cielo;
e
imploro a Dios el tener
algún
milagro pequeño.
Si
no bebo moriré,
y
alzo a Dios mi pobre ruego
de
poder calmar la sed
al
pastor o al misionero.
Quiero
agua cristalina
con
la que llenar mi seno.
Pido
a la Virgen María
aquél
milagro pequeño.
Los
pastores me rechazan
por
ver mi muro tan seco,
y
el buen misionero exclama:
¡Lluvia
para este desierto!”
Pasan
días muy amargos
en
el desierto infernal,
y
esperando aquél milagro
rezó
y se puso a llorar.
Mas
el tanto estar gimiendo
poco
tiempo ha de durar;
pues
la Reina de los Cielos
a
este mundo ha de bajar.
Aquél
día no amanece
y
un rayo de sol se filtra
en
un cielo que entristece
para
anunciar este día.
Un
rayo de fuego quiebra
este
su muro tan seco,
y
el aire envuelve una niebla
que
lluvia está presintiendo.
El
cielo gris se desgarra
en
descomunal estruendo,
y
su faz ve la esperanza
de
aquél milagro pequeño.
El
granizo está rompiendo
las
cercas de los rebaños
y
todos gritan: “¿Qué es esto,
un
castigo o un milagro?”
Los
secos muros del pozo
con
la lluvia se humedecen
y
la lluvia barre el polvo
y
su interior se estremece.
Una
gran alegría invade
el
cansado corazón
de
aquél pobre pozo que hace
penitencia
y oración.
La
penitencia se acaba
y
la dicha comenzó,
pues
la oración alcanzaba
el
fruto que deseó.
No
lejos de allí un pantano
ve
agitarse su agua clara,
y
una brecha está esperando
que
por allí pase el agua.
El
agua se va filtrando
entre
capas impermeables
que
han de estar alimentando
y
dando jugo a su carne.
La
gran brecha de agua clara
aquél
pozo sustentó,
y
en hermosa y fértil granja
el
terreno convirtió.
La
gente reza a su lado
en
aquél lugar de ensueño.
¡Aquello
fue un gran milagro,
no
fue un milagro pequeño!
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